A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

El factor ruso

En ese momento comenzó a pesar el factor ruso. El famoso “steam roller” o apisonadora de vapor, en la que depositaban sus esperanzas los aliados, desbordó los reducidos efectivos alemanes que custodiaban la frontera oriental.

Aquí es preciso tomar en cuenta el rol decisivo que cumplían los ferrocarriles en todos los despliegues militares de la guerra del 14. Los ejércitos se movían aun a pie, la artillería era tirada por caballos y los traslados de grandes masas desde la retaguardia hacia el frente solo podían ser efectuados con velocidad y eficacia en el material rodante ferrocarrilero.  Apenas los automóviles de los altos mandos y las motocicletas empleadas para servir como enlaces entre las unidades insinuaban una incipiente motorización.[i] Los rusos, a pesar de que los créditos franceses estaban impulsando la creación de vías férreas estratégicas, disponían apenas de apenas una décima parte de ferrocarriles por kilómetro cuadrado en relación a los que poseían los alemanes. Aun más grave era el hecho de que la distancia media que debía recorrer un soldado ruso para llegar a la zona del frente era de 800 kilómetros, cuatro veces más de los que debía recorrer un soldado alemán.

A esto hay que sumarle la inferioridad táctica de los mandos respecto a su enemigo, la escasa instrucción de los cuadros y la tropa, el analfabetismo de muchísimos reclutas campesinos, la creencia estúpida en la superioridad de la bayoneta sobre la bala (coherente con una concepción de la guerra que la evaluaba sobre todo como una cuestión de agallas), y la insuficiencia de los recursos materiales para municionar y aprovisionar al ejército. Todos los gobiernos europeos entraron al conflicto sin una idea clara del inmenso expendio de municiones y recursos que iba a demandar la guerra, pero de todos ellos el ruso era el menos avisado y el más corrupto: los fondos de defensa disponibles no habían sido invertidos apropiadamente y la artillería rusa, por ejemplo, disponía de 850 granadas por cañón en comparación con las 2.000 o 3.000 que tenían los ejércitos occidentales. Las divisiones de infantería rusas contaban con 7 baterías de campaña para oponer a las 14 que servían a cada división alemana. Y en artillería pesada la relación era aun peor: 60  baterías contra 381.[ii]

A pesar de estas manifiestas dificultades e insuficiencias, el mando ruso aceptó el planteo francés de lanzarse a la ofensiva con lo que hubiere, transcurridos 15 días tras la movilización. Era necesario que “la apisonadora” rusa se moviese contra la frontera oriental alemana para descomprimir el ataque que los germanos lanzaban contra Francia. En el plan Schlieffen este factor era considerado, pero el viejo general sostenía férreamente que no importaba ceder terreno en Prusia siempre y cuando el número de divisiones alemanas calculado para aplastar a Francia se mantuviese y obtuviese la victoria en el frente decisivo. Pero para 1914 Schlieffen había muerto y la aplicación de su programa por quienes lo siguieron fue atemperada en algunos de sus aspectos más radicales. Se destinó un número levemente mayor de tropas a defender la frontera oriental y, lo que fue peor, cuando las defensas alemanas cedieron allí, en la batalla de Gumbinnen, la situación los alarmó de tal manera que decidieron tomar los dos cuerpos de ejército que habían quedado liberados por la toma de Lieja y enviarlos al frente oriental. Se debilitó así el envite contra el norte de Francia –en parte también porque se creyó que allí la victoria estaba ya asegurada.

El resultado fue que cuando en el ala derecha alemana se abrió un hueco durante la marcha hacia París no hubo reservas suficientes para llenarlo a tiempo, y los franceses pudieron desatar el contraataque del Marne, que frenó en seco el avance hacia la capital, privando a los alemanes de la posibilidad de batir a su enemigo en campo abierto y definir de una vez por todas el conflicto.

En Prusia oriental, mientras tanto, el general Prittwitz vacilaba ante la aplastante superioridad numérica de los rusos y recomendaba retirarse detrás del Vístula. La superioridad rusa, sin embargo, iba a revelarse insuficiente frente a la superioridad táctica y técnica de los alemanes. Mal comandados, los rusos cometieron un error muchas veces repetido en los campos de batalla: marchando en dos ejércitos separados por una topografía complicada por lagos y bosques, se movieron a destiempo y permitieron a los alemanes batirlos sucesivamente en la batalla de Tannemberg o de los Lagos Masurianos. Dos jefes militares fueron designados por el estado mayor para asumir la defensa de Prusia: Paul von Beckendorff und Hindenburg y Erich Ludendorff, que formarían la dupla quizá más eficaz de los anales militares de la primera guerra. Hindenburg era un aristócrata prusiano provisto de una autoridad natural, serena e incontrastable, y Luddendorff un tecnócrata de la guerra, un brillante estratega y táctico que ejercería en la práctica el control del alto mando a lo largo de toda la guerra. Las cualidades de los dos hombres se complementaban a la perfección.

El general Prittwitz, al que ellos venían a suplantar en el mando, ya había iniciado las maniobras necesarias para jaquear al ejército ruso. Siguiendo el consejo de su jefe de estado mayor, el coronel Max Hoffman, tras frenar a los rusos al norte había comenzado a despachar sus efectivos sobrantes por la línea ferroviaria que corría de norte a sur de los lagos, concentrándolos contra la columna izquierda del avance ruso. Estos, por su parte, equivocaron por completo el sentido de las maniobras alemanas. Pese a disponer de aviones y globos de observación fueron incapaces de recoger una información atinada: creyeron que sus enemigos se retiraban y en consecuencia ordenaron a su ala izquierda avanzar para cortarles la retirada cuando lo que sucedía era que los alemanes estaban diseñando una operación ofensiva. Para colmo la falta de seguridad de las comunicaciones de radio (TSH) rusas brindó a los alemanes una información valiosísima respecto de los desplazamientos de su adversario. Ambos bandos en ocasiones, debido a la falta de tiempo, debían enviar sus comunicaciones en lenguaje claro, sin codificar, confiando en la falta de intérpretes en el otro lado; pero esto era más frecuente en el caso ruso. Las escuchas alemanas pudieron entonces descubrir que el ala derecha rusa debía instalarse en una posición desde la cual, por 24 horas, no estaría en condiciones de prestar ayuda al ala izquierda; en consecuencia los germanos aprovecharon el momento para caer sobre el ejército de Samsonov al sur, derrotándolo por completo. Abrumado por el desastre, Samsonov se suicidó. Luego los alemanes se volvieron contra el otro ejército restante, el del general Rennenkampf, y lo empujaron hacia el este, infligiéndole graves bajas en muertos  y prisioneros.[iii]

Fue un desastre mayor, que no pudo ser disimulado por las victorias que los rusos consiguieron más al sur, en Galitzia, en la frontera con Austria-Hungría, donde las cosas discurrieron de distinta manera. Los austríacos cometieron el error de dividir su esfuerzo en una vendetta contra Serbia -que se selló con una derrota, por otra parte- y su frente principal en Galitzia y los Cárpatos, donde los rusos tenían una clara superioridad numérica y podían hacerla valer por la naturaleza del terreno. En una serie de combates y maniobras conocidas como la batalla de Lemberg los rusos se impusieron netamente a sus adversarios y los austríacos cedieron unos 200 kilómetros de terreno, hasta las proximidades de Cracovia, dejando a la fortaleza de Przmysl como bastión en la retaguardia rusa, donde resistió durante seis meses antes de rendirse.

Señala John Keegan que las batallas de 1914 en el frente oriental se parecieron mucho a las libradas por Napoleón un siglo antes, como también ocurrió en el frente occidental al menos hasta el final de la batalla de las fronteras y de la contraofensiva del Marne. La diferencia estaba en que la infantería sucumbía en vez de resistir el fuego y en que los frentes eran cien veces más largos. Las bajas creían exponencialmente, por lo tanto. También se prolongó la duración de los combates. De un día que solían durar las batallas napoleónicas, en el 14 los encuentros duraban una semana o más. El cuadro y los resultados se parecieron mucho, sin embargo. La infantería atacante se movía en masas bastante densas para tomar por asalto posiciones enemigas sostenidas por fuerzas igualmente compactas, atrincheradas apenas; la artillería de campaña se diseminaba en terreno abierto en posiciones muy próximas a la línea de fuego para disparar sus salvas en apoyo directo a la infantería, y las comunicaciones telefónicas eran escasas y precarias: solían cortarse no bien estallaba el combate. La conexión entre las unidades se realizaba en base a señales con banderas o con estafetas que recorrían el campo de batalla en uno u otro sentido.

Los grandes espacios del frente oriental permitían la maniobra. Las tropas estaban más dispersas que en occidente, lo que consentía las maniobras de flanqueo. Durante un breve período estas condiciones también existieron en el frente francés, como veremos más adelante; pero en cualquier caso la posibilidad de los desplazamientos con tantas tropas y en frentes tan extensos tenía limitaciones físicas que estaban dadas por la resistencia del soldado, su equipamiento y la inexistencia de transportes motorizados. Una vez que las tropas bajaban del ferrocarril debían valerse de sus piernas para recorrer distancias muy considerables a marchas forzadas. “De cualquier forma que estuvieran vestidos, los infantes de todos los ejércitos estaban abrumados por el peso de su equipo: el fusil pesaba cuatro kilos  y medio, la bayoneta, la pala para cavar trincheras y las cartucheras pesaban cinco; y luego estaban la cantimplora, la mochila con ropa y munición de repuesto… De cualquier manera que organizase su equipamiento, un infante de 1914 marchaba con una carga de unos 25 kilos en la espalda o en torno a la cintura, que debían ser transportados a una media de 30 kilómetros por día, calzando toscos borceguíes claveteados”[iv]. Los pies sangrantes de los soldados eran un factor a tener muy en cuenta, al igual que los cascos de los caballos que transportaban la impedimenta.

El Marne y la carrera hacia el mar

La contraofensiva francesa que tuvo lugar entre el 5 de septiembre y el 12 de septiembre de 1914 aprovechó la exposición en que se encontraban los ejércitos alemanes que sorpresivamente habían evitado París. El primer ejército de Von Kluck había virado ligeramente hacia el sudeste, evitando la capital,  dirigiéndose a rematar a un enemigo que se presumía vencido y dejando solo una débil cobertura en su flanco derecho. El 3 de septiembre un avión de reconocimiento descubrió la situación. El  4 de septiembre los franceses estuvieron evaluando la situación. Presionado por el gobernador militar de la capital, el general Gallieni, esa noche Joffre ordenó un ataque general, con especial incidencia sobre el ala derecha alemana. Cuando percibieron la amenaza, los alemanes más próximos a París voltearon a la derecha para cubrir el flanco, pero al hacerlo abrieron una brecha entre su primero y segundo ejército. Tras una serie de batallas que se extendieron a lo largo de una semana, los alemanes, temiendo ser desbordados, ordenaron un repliegue hacia la línea del Aisne, donde se atrincheraron. Se le escapaba así, a Alemania, el único momento en que pudo haber obtenido una victoria decisiva. Después hubo varias ocasiones críticas en que Alemania estuvo cerca de inclinar la balanza a su favor, pero en ningún caso lo suficiente como para imponer su triunfo absoluto. Como dijo Churchill, “en cualquier caso habría habido compromisos, componendas y paz de regateo”.

En los dos meses siguientes parte de las tropas de ambos bandos se estiraron en una furiosa carrera hacia el canal de la Mancha, esforzándose por flanquearse mutuamente. En esas tentativas se produjeron una serie de choques. De ellos la batalla de Ypres fue la  más famosa. Allí los franceses e ingleses consiguieron bloquear el desborde alemán en una serie de encuentros feroces. Fue ahí que se produjo la Kindermorder bei Ypern (la matanza de los inocentes de Ypres). Un regimiento formado por estudiantes alemanes –inexpertos voluntarios recién llegados al frente-  fue  destruido por el fuego de las ametralladoras y los rifles británicos. Esa batalla vio también la práctica destrucción del muy bien entrenado y profesional ejército inglés, que sería reemplazado en los meses siguientes por la afluencia de voluntarios (el ejército de Kitchener) y luego por la masiva llegada de los reclutados por el servicio militar obligatorio. A mediados de noviembre el frente se había estabilizado desde los Vosgos hasta Nieuport, al borde del mar. La guerra de trincheras iba a comenzar.

Notas


 

[i] La primera experiencia de motorización a una escala considerable, improvisada, fue la requisa que decretó el general Gallieni, gobernador militar de París, de todos los taxis de la ciudad. Con ellos trasladó a tropas que serían esenciales para el contraataque en el Marne.

[ii] Bárbara Tuchman, Op. Cit.

[iii] John Keegan: “La prima guerra mondiale”, Carocci, 2001. Edición original inglesa, “The first world war”, Hutchinson, 1998.

[iv] John Keegan, op. Cit. 

Nota 2 - 2 de 2 [Total 2 Páginas]

<<anterior 1 2
Ver listado de Publicaciones