nota completa

16
NOV
2015

La Caja de Pandora está abierta

El horror que se produjo en París no es un hecho que deba extrañarnos. Es el fruto de un des-concierto mundial en el que la locura dirige la orquesta.

El tema del terrorismo y del emirato islámico ha sido abordado varias veces en esta página. No es mucho lo que se puede agregar a lo ya dicho. El principio rector que mueve a esos fenómenos es un retorno a las formas más reaccionarias del islamismo, más precisamente de su variación salafista. Este retorno tiene cierto éxito porque está inspirado por la angustia identitaria de masas de gente agredidas por la modernidad, la guerra y la pobreza, pero sobre todo porque ha sido instrumentado por las agencias de inteligencia occidentales como expediente para derrocar a los regímenes más o menos progresivos existentes en el mundo árabe . Tras las esperanzas de los primeros meses, la “primavera árabe” se reveló como un manejo de la CIA y congéneres de entronizar a la Hermandad Musulmana en el área, con miras a reorganizar la región suprimiendo la influencia rusa y debilitando a Irán. Con altibajos –en Egipto el experimento resultó a medias, y respecto a Irán el fracaso ha sido absoluto- el movimiento, que cuenta con el sostén enmascarado de gobiernos como los de Arabia saudita, Qatar y Turquía, consiguió varios resultados impactantes: el derrocamiento y asesinato de Gadafi en Libia y la guerra civil en Siria. Francia y Gran Bretaña desempeñaron un gran papel en la empresa, en un intento de restaurar su antigua influencia colonial.

Ahora bien, como señalamos en varias ocasiones, la creación de un instrumento como el EI o DAESH (como antes Al Qaeda) supone disponer de un arma de doble filo, que a veces puede lastimar las manos de quien la emplea. Los responsables de su creación sin embargo entienden, o entendían, que los beneficios que pueden sacarse con ella son mayores que los daños que puede producir.

Pero en los últimos tiempos se ha hecho evidente que la estrategia del caos está produciendo efectos negativos que excederían lo tolerable y que redundan en resultados indeseados. Lejos de alejar a Rusia la ha llevado a comprometerse seriamente en la defensa de su aliado sirio Bachar al Assad y a ostentar una presencia y una actividad militar en la zona que hace un año parecía impensable. Es lógico: el “califato” y toda la parafernalia terrorista e ideológica que esgrime suponen una amenaza directa para la estabilidad de los pueblos que habitan sus regiones fronterizas en el Cáucaso. Por otra parte el activismo fundamentalista parece no tener dificultades en prender en los sectores más afligidos por el problema de la identidad, tanto en el mundo musulmán como entre los jóvenes desclasados de las periferias urbanas de Europa. “El salafismo yihadista pretende convertir la defensa de la umma en la nueva ideología tercermundista movilizadora de jóvenes en busca de una causa”, señala Pierre Conesa en Le Monde Diplomatique. Es un camino que no lleva a ninguna parte, pero de momento funciona.

Los atentados de París, el pasado fin de semana, se inscriben claramente en esta dialéctica. Las ondas concéntricas que ellos han de provocar pueden ir lejos. La sociedad francesa, ya golpeada por los asesinatos en Charlie Hebdo, va a reaccionar y a decantarse más por una alternativa política dura, como la propuesta por el Frente Nacional, que ya estaba bien situado en una perspectiva electoral, acercándolo a la posibilidad de aumentar aún más su caudal después de las elecciones regionales previstas para el 6 y el 13 de diciembre. Ese movimiento de derechas plantea no sólo una actitud más bien xenófoba hacia adentro sino también solicita una redefinición de las relaciones con Estados Unidos en materia de política exterior, alejando al país del seguimiento automático a las iniciativas de Washington.

Ahora bien, ¿qué posición van a adoptar las fuerzas del establishment, no sólo de Francia sino de la entera coalición occidental, ante la amenaza de un islamismo que está desestabilizando el precario equilibrio europeo, cada vez más vacilante ante la migración masiva que provocan la horrible pobreza y las guerras en África y medio oriente? El Estado Islámico, con todo lo reaccionario e intolerable que resulta para la opinión occidental, se ha expandido en sectores de la sociedad árabe y europea susceptibles a su penetración y capaces de brindarle voluntarios y suicidas. También ha comenzado a disponer de fuentes de financiación propia a partir del contrabando de petróleo.

Es obvio que el primer paso para combatir esta plaga es el expediente militar. Pero por sí solo el recurso a la fuerza es insuficiente. La única cura real a esta calamidad sería el cese de la agresión occidental a las sociedades de medio oriente, agresión camuflada por un sinfín de expedientes verbales como el “derecho a proteger”, la “guerra humanitaria” o la “excepción americana”, que otorgaría a Estados Unidos autoridad para entrometerse en países extraños amparado por una especie de aura divina, pues ha sido elegido por Dios como portador de la libertad en el mundo. Todo esto, como sabemos, es hojarasca, retórica, tras la cual se oculta la voluntad de poder y la ambición hegemónica de las clases que dirigen las viejas potencias coloniales y, sobre todo, a la superpotencia que lidera la OTAN. Pero la retórica puede ser dejada de lado si las papas queman. Y algo de esto podría estar sucediendo ahora.

¿Cómo controlar a DAESH? ¿Habrá una real voluntad de hacerlo de parte de quienes lo han inventado, es decir, los Estados Unidos? El problema militar que plantea el EI no se resuelve sólo con bombardeos aéreos. La experiencia lo ha demostrado infinidad de veces: ninguna posición puede ser asegurada si no se la controla territorialmente. Esto supondría el empleo de tropas kurdas, sirias, iraquíes e iraníes en la liquidación del Califato, y la eventualidad del envío de tropas de la OTAN y tal vez también de Rusia a empeñarse en combate.

El antecedente para hacer viable este procedimiento sería por cierto la concertación de un vasto acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, al cual se sumarían los restantes actores. El acuerdo entre Irán y Washington es un claro indicio de que Obama y Putin están diseñando una solución de este tipo, pero ella también supondría la liquidación del proyecto norteamericano de un medio oriente cortado a la medida de sus intereses. Este plan de un “medio oriente ampliado” del cual Rusia formaría parte y que supondría un ensayo de racionalidad en una zona del mundo donde la injerencia exterior y las contradicciones étnicas han convertido en un infierno, tropieza con oposiciones muy fuertes. Las de Israel y Turquía, por ejemplo. La derecha israelí no acepta la existencia de un Irán potencia y se siente amenazado por este, y Turquía desea acabar con la ambiciones de un Kurdistán independiente, que cercenaría su territorio. Pero el mayor problema proviene de la oscura lucha de influencias que existe en la administración norteamericana. ¿Cómo conciliar la existencia de conversaciones entre Obama y Putin y los acuerdos para coordinar las acciones de las fuerzas aéreas que castigan al Estado Islámico, con las intrigas en Ucrania y la persistente campaña mediática contra Rusia, que especula incluso con la posibilidad de impedirle su participación en las Olimpíadas de Río por el presunto dopaje de sus atletas? El sabotaje está presente en el seno de la administración Obama. 

Todas las incógnitas están abiertas.

 

 

 

Nota leída 15591 veces

comentarios