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25
OCT
2011

Un triunfo arrasador

Cristina Fernández en Santa Cruz ,después de votar.
Cristina Fernández en Santa Cruz ,después de votar.
Un triunfo aplastante el de Cristina Kirchner, que no resuelve sin embargo, por sí mismo, la contradicción fundamental entre atraso y desarrollo que aqueja a nuestro país. Pero esta victoria suministra la oportunidad para solucionarla definitivamente.

Por guarismos excepcionales y marcando otro hito en la evolución democrática de la Argentina si contabilizamos su tiempo histórico a partir de la entrada en vigencia de ley Sáenz Peña, la presidente Cristina Fernández de Kirchner ha sido reelecta en comicios irreprochables.

La sucesión de gobiernos conformados de acuerdo a los parámetros constitucionales en los 28 años que van desde la reposición de la democracia, parece estar fundando una tendencia tal vez irreversible para Argentina. Desde 1983 siete gobiernos han sido electos en forma regular sin que se produjese ruptura alguna en la continuidad legal. Es cierto que hubo algunos intentos de desestabilización que culminaron o pudieron culminar en acortamiento de mandatos, pero estos se verificaron dentro de las pautas jurídico-políticas que podemos entender como normales. El golpe de mercado contra Alfonsín y las turbulencias que señalaron el hundimiento del modelo neoliberal inaugurado por el menemismo y continuado por el delarruismo, así como la sedición generada por las corporaciones agrarias a propósito de la ley 125, mal que bien se mantuvieron dentro de unos mecanismos reconocidos por la Constitución y fueron superados de acuerdo a estos. Incluso el desenlace de la insurrección popular que dio al traste con el gobierno de De la Rúa y abrió el capítulo de la historia argentina que estamos viviendo, se acomodó a esta modalidad.

Entre 1916 y 1983, en cambio, hubo apenas cuatro sucesiones presidenciales que se verificaron sin interrupción de la continuidad de la Constitución: la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, la de Marcelo Torcuato de Alvear, la del general Agustín P. Justo (aunque esta estuvo viciada por el fraude que resultaba de la prohibición del radicalismo) y la primera del general Perón. Todas las posteriores hasta el ’83 fueron interrumpidas por golpes militares, con alternancia de breves períodos de legalidad aparente, pues en todo momento la amenaza de una ruptura institucional estaba presente y, además, presidencias incompletas como las de Frondizi e Illia se basaron también en la proscripción de la principal fuerza política del país, el peronismo.

La actual corrección de los mecanismos sucesorios de Argentina no es una conquista de poco. Sin embargo las contradicciones que han signado a la trayectoria argentina siguen teniendo vigencia y sería tonto no admitir que, aplacadas de momento por el refrendo popular a la actual Presidente, los elementos del e stablishment que ha paralizado al país dentro de la camisa de fuerza de un modelo de desarrollo dependiente continúan detentando intacto o casi intacto su poder. Aunque a esta altura de la historia ya no debería hablarse de “desarrollo” dependiente, sino sencillamente de modelo de estancamiento y hasta retracción dependiente. Volver a los ’90, en efecto, que fue el momento en que mayor auge tuvo la estrategia regresiva que desde 1955 se propuso estrangular las capacidades del país, implicaría condenar a la generalidad de la población al hambre y la tribulación permanentes.

Un freno a la decadencia

Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, en especial en la etapa capitaneada por Cristina, frenaron la decadencia y propulsaron un cambio de rumbo en materia monetaria, productiva y comunicacional que permitió aprovechar (no sin vaivenes) una ola de fondo favorable a la exportación de nuestra producción primaria y al mismo tiempo invertir parte del remanente de la ganancia que resultaba de ese tráfico en el fomento de la industria y del mercado interno. Esa tesitura permitió incluso resistir de forma eficiente los remesones de una crisis global que está muy lejos de haber terminado y que, de hecho, tiende a agravarse día a día. Lo cual debe alertarnos para prepararnos a afrontarla, cosa que sólo puede provenir de una profundización del rumbo tomado.

Hemos insistido en numerosas oportunidades (ver El discurso, y La onda reaccionaria y las debilidades del modelo, entre otras notas) acerca de los méritos y las limitaciones de la experiencia kirchnerista. Es inevitable que pongamos a la luz de esas observaciones el triunfo del domingo. Este fue indiscutible, arrasador. Con casi el 54 por ciento de votos favorables, Cristina Fernández ha logrado no sólo su reelección sino la obtención de la mayoría en Diputados y obtener varios escaños más en el Senado. Sus méritos para lograr este escenario han sido muchos: ha habido una redistribución social del ingreso que permitió paliar el estado catastrófico en que había dejado al país la experiencia neoliberal; una dura justicia para enmendar la impunidad en que habían quedado los delitos de lesa humanidad cometidos durante el proceso; una recuperación del rol del Estado en el manejo de la economía, un aliento a las Pymes que ha permitido absorber una importante masa de mano de obra, una reorientación de la política exterior en sentido regional y latinoamericano, y una ruptura de la hegemonía comunicacional ejercida por los monopolios de prensa a través de la Ley de Medios, todavía frenada en algunos rubros por las chicanas judiciales de Clarín y por su poder de intimidación y corrupción. Después de los resultados de las últimas elecciones es probable que esas resistencias aflojen y que ese indispensable instrumento legal tenga la vía expedita para aplicarse como se debe.

No se pueden descartar, en los factores que determinaron la victoria, las virtudes comunicadoras de Cristina Fernández. La Presidente es una figura notable en este terreno, elevándose muy por encima de las aptitudes persuasivas de sus adversarios y de sus capacidades dialécticas. Está movida, asimismo, por una sinceridad que no se detecta en sus rivales, salvo cuando rezuman odio e impotencia. Estos rivales, bueno es decirlo, con la relativa excepción de Hermes Binner, han sido factores muy importantes en la construcción de su propia derrota y del triunfo de la Presidente. Su incapacidad para emitir ideas, su negacionismo y su sabotaje parlamentario permanente han sido elementos que ha decidido a buena parte del electorado a negarles la posibilidad de seguir con sus políticas obstruccionistas en el Congreso. ¿Qué sentido tiene votar a quienes se obstinan en negar lo evidente o que se emperran en inventar autoritarismos que no existen –ya degenerados en totalitarismos para el desquiciado discurso de Elisa Carrió…- cuando es evidente que estos personajes no tienen ideas propias, persiguen sólo la satisfacción de sus intereses de parte y confunden la política con la publicidad? Uno de los datos reconfortantes de esta elección ha sido que este criterio se ha visto derrotado. Los apuntadores mediáticos del conglomerado opositor se han visto tan chasqueados como este ante el fracaso de su sofocante propaganda; pero, lejos de asumir su responsabilidad en el hundimiento, se esfuerzan ahora en depositar toda la culpa en esos mismos políticos a los que “marcaron agenda” y a la cual estos se acomodaron a su vez en una actitud de servil acatamiento. Es indignante, a la vez que patético.

Una ocasión para ir a por más

Ahora bien, la estupenda elección de la Presidente da a esta una doble oportunidad: la de aprovecharla o desaprovecharla. El tema de la definición del rumbo económico es un asunto que está en boca de todos. La crisis mundial aprieta y el crecimiento se puede ver acotado. Hay que prever esta posibilidad y determinar un blindaje frente a ella. Dentro del gobierno hay sectores, sin embargo, que propenderían a moverse en sentido contrario, volviendo a requerir ayuda a los organismos internacionales de crédito para sostener el desarrollo. Amado Boudou, nada menos, sería partidario de esta opción. Hay otros, por el contrario, que preconizan definiciones opuestas a esa postura. De más está decir que nosotros adherimos a la segunda actitud.

En la etapa que se abre el gobierno de Cristina Kirchner deberá escoger por una u otra de esas tendencias. El rumbo actual sólo puede asegurárselo profundizando el rumbo nacional, regional y autosuficiente de la economía. Hay que practicar políticas más distributivas a partir de un fortalecimiento de la capacidad productiva del país. Ello sólo se puede lograr a través de reformas estructurales que ataquen la concentración económica y que sobre todo implanten de una vez por todas una reforma fiscal progresiva asociada al control de cambios y a una reforma de la ley de entidades financieras. Hay que acabar con la sangría de divisas que se fugan al exterior con fines especulativos.(1) En el formidable apoyo popular al gobierno en las elecciones del domingo va implícito un reclamo en este sentido. La Sociedad Rural y las empresas transnacionales no se cuentan entre quienes brindaron su apoyo a Cristina.

De más está decir que este rumbo no sería fácil. Pero las dificultades no han arredrado en el pasado a la Presidente, que reconstruyó –junto a su esposo- un poder gravemente vulnerado por la sedición campestre del 2008 y por las elecciones legislativas del 2009, apelando a la resolución y el desafío de poderes que parecía iban a tragársela.

En esta batalla que se avecina (si el gobierno se decide a librarla) será capital el rol del movimiento obrero, único poder capaz de respaldar orgánicamente esa lucha. Lamentablemente, en los últimos tiempos se han insinuado distancias y enfriamientos entre Hugo Moyano y el Ejecutivo, no sabemos si determinados por errores de parte –a la Presidente no le gusta que la presionen y a los dirigentes obreros no les agrada que los releguen- o por una efectiva distancia entre proyectos contrastantes. Conviene recordar aquí, sin embargo, que la precondición para una consolidación y profundización del “modelo” es la alianza plebeya entre la clase obrera y los sectores más nacionales de la clase media. En los festejos del domingo fue evidente la ausencia de representantes de primera línea del movimiento sindical. Si escatimaron por decisión propia su presencia o si no fueron invitados al festejo, es cosa que no podemos saber, pero la verdad es que fue un dato que nos inspiró cierto desasosiego.

En el poco tiempo que media de ahora a la asunción del nuevo gobierno, muchas de estas incógnitas serán despejadas. Ojala que en este lapso las potenciales diferencias en el campo nacional y popular se limen o se reduzcan a su mínima expresión. Este es el prerrequisito insoslayable para una victoria duradera, que transforme al país de una vez y para siempre.

 

(1) El Gobierno acaba de dar un primer paso muy importante en este sentido. Este miércoles  a tres días del triunfo electoral de Cristina Kirchner, el Ejecutivo reestableció la obligatoriedad del ingreso y negociación en el mercado de cambios de la totalidad de las divisas provenientes de exportaciones petroleras, de gas natural y licuado y de productos mineros, igualando así a ese sector con las normas que atañen al sector agro exportador. ( La Nación, 26/10/11.)

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