Uno no desea caracterizar con insultos al bombardeo de mentiras, falsedades y medias verdades que llueven día tras día desde los medios de comunicación que responden a la red o las redes monopólicas que copan el mercado global de la información en estos tiempos. Pero, realmente, se hace difícil conservar la calma ante tanta “maldad insolente” como dice el tango. No nos vamos a constituir en campeones incondicionales del actual gobierno –que ya los tiene, por desgracia-, pero en estos tiempos de diatribas, pobrezas y miserias mal intencionadas que profieren los individuos que ocupan las columnas de opinión de los grandes medios, los méritos de la gestión del Ejecutivo nacional contrastan con el chorro de resentida impotencia que brota de los referentes periodísticos del sistema.
¿Qué anima a esta procesión de enanos malignos? Desde luego, la parte crematística de la cuestión no puede ser desdeñada. Bien pagos están sus servicios. Pero, amén de este “detalle”, sorprende el entusiasmo con que ponen en práctica su oficio. Es decir que, más allá de la motivación que les da la contrapartida pecuniaria que se les brinda por sus servicios, despliegan un cinismo que sólo puede entenderse si se supone que obedece a una especie de fatalidad psicológica, determinada por un sedimento social que incentiva su natural propensión predatoria y servil. Perros de presa acostumbrados a la impunidad durante décadas, encastillados en un infecto espíritu de cuerpo que creían les aseguraba una posición invariablemente espectable en la sociedad, hoy son desnudados a través de la ley del archivo y de la señalización de sus mentiras y errores, pasados y presentes. Esto los pone frenéticos.
La lluvia de tonterías, cuando no insolencias, que ha habido que soportar por estos días en razón del viaje presidencial a Angola son testimonio de esta mezquindad elevada a la enésima potencia. Pero estos exabruptos al mismo tiempo son la exhibición de una predisposición natural, que expresa inquina y bajeza, rasgos que, aunque tienen carta de ciudadanía en todos los países del mundo, en el nuestro se aúnan a una suerte de condicionamiento derivado de la conformación histórica de esta sociedad, crecida bajo la égida de una casta oligárquica que suprimió a las resistencias populares y domesticó a gran parte de la clase media, amoldándola a sus propios requerimientos, surgidos del desprecio a lo propio y de la reverencia a los amos imperiales con cuyo concurso hicieron su fortuna.
El desdén del que la prensa oligárquica y sus personeros han hecho gala frente al viaje presidencial es significativo. Los angoleños y los africanos en general han sido destratados por los columnistas más conocidos con un desparpajo sin paralelo y que en nada condice con la condición democrática que dicen representar. La sorna, la burla y la evaluación apresurada de la situación angoleña sirven para desacreditar al viaje presidencial, desde luego, pero traslucen sin quererlo una arrogancia del peor género, la misma que en el fondo han nutrido siempre hacia las capas menos favorecidas por la fortuna en nuestro país y que tiene un nombre preciso: racismo. El gorilismo es, en efecto, una emanación mefítica de la ignorancia, el miedo y el odio a quien podría llegar a subir en la escala social, reemplazándolos a ellos, los semialfabetos que se derriten de admiración ante los dueños del mundo, sin importar los crímenes y la corrupción que puedan existir entre ellos. Argentina, por lo tanto, debe comerciar con el “primer mundo”, aunque este nos cierre sus puertas, pues les parece inconcebible que el país se atreva a incursionar en mercados que hasta aquí eran privativos de sus explotadores coloniales o ex coloniales.
Por supuesto, están los derechos humanos. Nuestros periodistas de pro encaramados en sus tribunas de papel se rasgan las vestiduras al constatar la violación de esos derechos en Angola. Jorge Lanata chucea al canciller Timerman con una pregunta al respecto. Él y otros como él no parecen percibir, sin embargo, que sus admirados países líderes han hecho y hacen lo propio, y con una intencionalidad que no excluye la perversión, pues cuando pueden apuntan al saqueo de los recursos naturales –petróleo y diamantes- que existen en esa tierra. Por otra parte, ¡qué desenvoltura al calificar al presidente José Eduardo Dos Santos como dictador sin tomar en cuenta las peculiaridades del desarrollo de su país y su papel en la lucha por la independencia de Portugal y en la guerra civil –fogoneada por intrigas imperialistas- que la siguió!
Después de la independencia las intrigas de belgas, estadounidenses, británicos y sudafricanos de la época del apartheid, intentaron descoyuntar a Angola aprovechando la existencia de rivalidades étnicas derivadas de la composición tribal de la región que fuera colonizada por Portugal. Es una vieja historia, que se deriva de los modos de explotación introducidos por los europeos y de su reparto de África. Esas divisiones administrativas, empero, adquirieron vigencia con el tiempo y daban lugar a la posibilidad de desarrollos futuros siempre y cuando los factores explosivos que existían en su seno no fuesen alentados desde el exterior. Fue esto, sin embargo, lo que ocurrió en Angola, donde el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) hubo de enfrentarse a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Una guerra civil que duró desde 1975 a 2002, cortada por treguas episódicas, dejó devastado al país y lo sumió en la miseria. El MPLA, al que pertenece el presidente Dos Santos, tuvo el respaldo de la Unión Soviética y en especial de Cuba, cuyas fuerzas fueron esenciales para derrotar a las tropas sudafricanas que respaldaban a Jonas Savimbi, jefe de la UNITA. El fantasma de la guerra civil sigue gravitando sobre el país, sin embargo, pues Dos Santos debe enfrentar ahora al FLEC (Frente Para Liberación del Enclave de Cabinda) que reivindica la independencia de una provincia norteña que posee, ¡oh casualidad!, unas formidables reservas petrolíferas…
Pero nuestros profesores de democracia nos dicen que el viejo miembro de la guerrilla del MPLA Dos Santos es un dictador, porque ha concentrado el poder en su persona y lo ejerce desde hace 23 años, bien que su permanencia en el cargo haya sido renovada en elecciones periódicas. ¿Podrían explicarnos de qué otra manera se podría gestionar a un país en las condiciones en que se encuentra Angola?
Ha de decirse, sin embargo, que esta erupción de fervor institucional en individuos que en varios casos –los de Mariano Grondona y Joaquín Morales Solá, por ejemplo- respaldaron al proceso militar en nuestro país-, coincide con un reverdecimiento de las esperanzas destituyentes que florecieran cuando lo de la ley 125, esperanzas marchitadas luego. La demostración de fuerza en la legislatura de la provincia de Buenos Aires de parte de “productores” rurales y la ofensiva contra el tipo de cambio que se percibe por estos días parecen ser parte de un movimiento de pinzas que apunta a desestabilizar la situación. A pocos meses del triunfo electoral del 23 de octubre, el gobierno de Cristina Kirchner debe encarar un frente de tormenta cuando no está bien parado. Las restricciones en la venta de dólares castigan tan sólo a los pequeños ahorristas, mientras que la fuga de la masa de las ganancias de las empresas extranjeras prosigue y la inadecuación de una tributación fiscal injusta sigue privando al Estado de los recursos que son necesarios para programar un desarrollo sostenido.
En el ínterin, la Presidenta y sus asesores se han alienado el apoyo del sector más combativo del movimiento obrero y están favoreciendo a otros cuya lealtad se mide con el grado de éxito o de consenso social que tenga el Ejecutivo. Es esta una situación delicada y, aunque resulte impolítico, sería de mala ley dejar de señalarlo.