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30
ENE
2014
Cualesquiera sean las falencias del gobierno de Cristina Kirchner respecto a la instrumentación de un cambio de fondo para el país, la ofensiva oligárquica que se ha desatado contra ella obliga a cerrar las filas detrás de la Presidenta.

Las maniobras especulativas en torno al dólar no son otra cosa que una reedición de los golpes de mercado generados en Argentina en las últimas décadas y que han dado cuenta ya de varios gobiernos. Se trata de acorralar a la Presidenta, de infundir el pánico y de vaciar las reservas del Banco Central, nada menos, mientras se bloquea la exportación de la producción agraria que debería aportar una importante liquidación de divisas. Se busca así secar las reservas. Maniobras de esta naturaleza configuran un delito de traición a la patria.

Es una operación gangsteril, en la que confluyen la conspiración interna y la externa. Porque no puede ser casual que por estos mismos días prosigan las políticas de ajuste en los eslabones más débiles de la Unión Europea, se sostenga el mismo criterio en el resto del mundo y en Latinoamérica se arme una alianza del Pacífico que se apoya sobre puntos de vista económicos exactamente opuestos a los que mal que bien pugnan por una mayor autonomía de los países del MERCOSUR.. Aquí el capitalismo globalizador se ha engolosinado con la posibilidad de dar un golpe de furca a uno de los países latinoamericanos que habían levantado la cabeza después de poner un freno a las políticas devastadoras del consenso de Washington. El MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC son una amenaza para la implantación perdurable del sistema hegemónico al que aspiran los círculos financieros. Por definición estos son transnacionales, pero tienen en las herramientas bancarias, políticas, mediáticas y, en última instancia, militares, del mundo desarrollado, el poder ejecutivo que necesitan para imponer sus fines.

La actitud de los personeros de las entidades locales que concentran la riqueza en nuestro país, como la Sociedad Rural, Coninagro, la Federación Agraria, las transnacionales como la Shell -que no hesitó en comprar 3.500.000 dólares a un precio que superaba en un peso 25 centavos a la cotización oficial del dólar-, y la de los bancos que aceptaron tomar este último pedido, no puede ser interpretada como el resultante de una predisposición ingenua. ¿O acaso las manifestaciones de los señores Carlos Garetto, Luis Etchevehere y Eduardo Buzzi son una expresión de candor cuando dicen que el “campo” no tiene interés en liquidar las cosechas a 8 pesos (Garetto), que es mejor especular que producir (Etchevehere) o reconoce que es pobre en pesos, pero millonario en dólares (Buzzi)?

El movimiento Patria y Pueblo, perteneciente a la Izquierda Nacional, dice en uno de los párrafos del comunicado que sacó para comentar la actual crisis que “es el momento de entrar con las Fuerzas Armadas y de Seguridad a los campos, es el momento de incautarse del contenido de los silos bolsa, y es el momento de meter presos a los Garetto, los Buzzi y los Etchevehere” (1). Estamos de acuerdo con esta posición. Sólo que… mientras reivindicamos la necesidad de una resolución de este tipo no podemos dejar de especular no sólo acerca de la voluntad sino también de la capacidad del gobierno para adoptar un curso semejante.

Se ha perdido mucho tiempo y se han hecho las cosas a medias; el Ejecutivo se ha amputado los apoyos que podrían haberle suministrado presencia callejera para encarar el torbellino que esas medidas aportarían; se ha alienado el apoyo que una política más inteligente le podría haber allegado en el seno de las FF.AA., y se ha abstenido de dotarse de los instrumentos legales -como la reforma de la ley de entidades financieras y la reforma fiscal-, que podrían haberle aportado consistencia jurídica para implementar una política de este tipo. Naturalmente que se puede pasar por encima de esto y optar por proceder a través de decretos de necesidad y urgencia (tal y como hizo Menem para liquidar parte del patrimonio nacional), pero para eso hacen falta apoyos y una determinación que no sabemos si existe. El pasado no autoriza a suponer que lo que no se hizo en diez años, cuando había ocasión de hacerlo, se haga ahora.

De cualquier manera, es inútil llorar sobre leche derramada. El dato esencial es que el país está confrontado a una maniobra que opera desde el ámbito financiero y exportador y que busca engarzar con la patología identitaria de parte de nuestra clase media. En la colisión entre el discurso de los grandes medios y el “relato” oficial, la disparidad a favor de la capacidad de impacto del primero es notoria. En especial porque viene sostenida por hechos brutales que sacuden la psicología colectiva de los sectores más vulnerables a este tipo de prédica, mientras que el “relato” abunda en afirmaciones llenas de buena voluntad y de buenos propósitos, pero que no disponen de igual parafernalia mediática y sólo tímidamente se concretan en actos.

Hay que resistir esta embestida y respaldar al gobierno en la medida en que este es la única fuerza que se interpone en este momento entre el curso latinoamericanista e industrialista incipiente del país actual, y el retorno de los mariscales de la derrota que nos sumieron en el caos y la regresión que imperó cada vez más en el país a partir de la contrarrevolución de 1955. De esto no cabe la menor duda. Pero ello no debe cegarnos respecto de la necesidad de que el gobierno vaya más allá de las actitudes reactivas y se plantee, así sea tardíamente, un programa de desarrollo estructural del país explicitado con franqueza

La presión que busca una brusca devaluación del peso responde al deseo de obligar al gobierno a “hacer los deberes” que dicta el FMI. Cosa que nos devolvería a los ‘90 y a la secuela de frustraciones y derrotas que, con alzas y con bajas, predominó durante casi medio siglo. Una devaluación favorece a los intereses oligárquicos, a la banca extranjera y a la burguesía portuaria agroexportadora e importadora, con la consiguiente depreciación del salario y un reajuste hacia arriba en la distribución de la riqueza..

En los últimos 50 años se produjeron las siguientes megadevaluaciones :

"en 1955, derrocado el general. Perón, se devalúa un 80%;

en 1958, triunfante Arturo Frondizi, un 347%;

en 1962, con el Plan Pinedo un 29%;

en 1971, con Lanusse como presidente, el 100%;

en 1975, con el “rodrigazo”, un 719%;

en 1980, a la salida de la famosa tablita de Martínez de Hoz, un 226%;

en 1989 a las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín, un 2038%;

y a comienzos del 2002, con el corralito vigente y a la salida de la convertibilidad con Duhalde, un 214%.

La mera suma, sin potenciarla, da la escalofriante cifra del 3753%”. (2)

Nada autoriza a pensar que la actual vuelta de tuerca vaya a tener éxito, si se mantiene la cabeza fría. De momento se está no ante una mega sino frente a una minidevaluación. Quienes fuerzan el movimiento alcista del dólar se han propuesto llegar a la primera, si pueden. No es probable que sea así. La situación del país, con todos sus problemas, es incomparablemente mejor que en cualquiera de los momentos antes citados. Si el gobierno toma los cursos de acción pertinentes, esta mala fiebre tendría que pasar en cuestión de días.

La cuestión es, sin embargo, ¿hasta cuándo hemos de seguir soportando el chantaje de una casta parasitaria, especulativa y minoritaria que hace uso de sus recursos para tratar, constantemente, de retrotraer al país a la situación de dependencia en la que ella ha prosperado?

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1 - Patria y Pueblo, 29 de enero de 2014.

2 - Causa Popular, 29 de enero de 2014.

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