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25
JUN
2014
Combatientes del Emirato Islámico de Irak y el Levante.
Combatientes del Emirato Islámico de Irak y el Levante.
“Colifato” es una expresión del lunfardo para significar loco. Recientes sucesos en el medio oriente que proclaman la voluntad de crear un califato islámico podrían ser denominados con esa palabra…

Las tensiones internacionales han recrudecido por estos meses y han comenzado a dibujar un mapa de prospectivas a mediano y largo plazo que cambiarán radicalmente las relaciones entre las grandes potencias. La continua avanzada de la OTAN hacia las fronteras rusas, puesta en práctica tras la caída de la URSS y culminada en estos meses con el golpe de estado en Kiev, ha redundado en un viraje de la posición rusa respecto de sus “socios occidentales” (como los denominaba hasta ahora) y en una más decidida orientación de Moscú hacia el este, hacia una aproximación con China y hacia la adopción de un talante menos conciliador hacia occidente. Este re-direccionamiento o, mejor dicho, la profundización de esa orientación preexistente, puede estar dibujando las grandes líneas estratégicas sobre las que discurrirá el siglo XXI.

En estos días se ha añadido otro episodio que viene a incrementar el tono trágico que tiene este tiempo. Un “ejército” fundamentalista, al que se sumaron los peshmergas (combatientes) kurdos, ha irrumpido en el norte de Irak y tras conquistar Mosul y adueñarse de una serie de pasos de frontera se lanzó hacia Bagdad, a la que amenaza directamente. Todo en medio de la deflación del ejército iraquí, de la matanza a mansalva de sus soldados rendidos y del fragor de un delirio confesional que promete el exterminio de los chiítas y la instauración de un estado que obedezca la ley islámica. Los medios describen a este acontecimiento como un hecho más de la guerra interconfesional entre sunitas y shiítas, pero no se preocupan mucho en informar cuáles son los factores que están detrás de ese desaguisado ni de averiguar cómo y porqué y de dónde una fuerza como la del EIIL (Emirato Islámico de Irak y el Levante) ha podido surgir, configurarse, desplazarse y avanzar sobre su objetivo.

Es conocido por todos quienes hayan intentado ver un poco más allá de la desinformación que despliegan los grandes medios de comunicación de masa, que la política del imperialismo contemporáneo consiste en fomentar –y en algunos casos, inventar- las originalidades étnicas o religiosas como factores susceptibles de facilitar la fragmentación de las entidades estatales resistentes a su proyecto hegemónico. El caso de Yugoslavia es ejemplar al respecto. La federación yugoslava del mariscal Tito, de estable y fructífera evolución desde 1945, fue partida, trámite una amarga guerra civil, en siete estados separados e “independientes”: Serbia, Croacia, Bosnia-Herzogovina, Montenegro, Eslovenia, Macedonia y Kosovo.

En el medio oriente el experimento fue empujado hasta el límite en Irak después la invasión norteamericana, pero hasta ahora no había logrado la fragmentación total de ese estado, tal como había planeado el Pentágono más de una década atrás. Lo que ahora está en curso podría ser la vía para consumar ese proyecto. La idea es la formación de tres estados separados: Kurdistán, un califato sunita y una república shiíta. ¿Quién o quiénes están detrás de este plan? Los conocidos de siempre. Estados Unidos y la Unión Europea, más sus socios en la región: Israel y, sobre todo, Arabia Saudita.

Este último país es la cueva de cuanto más rancio y retrógrado hay en el mundo musulmán. La dinastía wahabita, íntima asociada a Washington en el negocio del petróleo, se encargó de formar las bandas de fanáticos usados por la CIA como el material humano necesario para desalentar la intervención rusa en Afganistán y para hacer explotar luego al gobierno modernizador que los soviéticos habían dejado tras su retirada. Desde entonces las organizaciones fabricadas para llevar adelante ese combate, empezaron a servir de punta de lanza para precipitar situaciones que brindaron a Washington la ocasión de tornar operativos planes que se venían preparando desde mucho tiempo atrás. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 abrieron la puerta para las invasiones de Irak y Afganistán, y luego Al Qaeda o cualquiera de los múltiples desprendimientos de ese organismo proteico y evanescente estuvieron al frente de cuanto golpe dirigido a derrocar a regímenes opuestos a Washington hayan existido. Fueron determinantes para desestabilización de Libia y se encargaron de asesinar a Gadafi; influyeron en la Hermandad Musulmana para contrarrestar los anhelos modernizadores de la juventud egipcia y fueron y son esenciales para el fomento de la guerra civil en Siria. Ahora aparecen de nuevo, en una operación que apunta a un rediseño del medio oriente acorde con los planes de Washington y de Ryad en el sentido de recortar a Irak y a Siria dividiéndolas en tres territorios separados. Sin dejar de lado la esperanza de que, en ese trámite, Irán se vea arrastrado a la lucha para sostener a los shiítas y de esa manera pueda ser atraído a una trampa que consienta su demolición militar y eventualmente también la fragmentación de su territorio.

Todo esto desde luego se plantea detrás de una cortina de mentiras y humo. Mientras la prensa se interroga acerca de lo costoso que puede resultarle a Obama volver atrás de su promesa de no retornar con tropas a Irak, y se asombra ante la ironía de una presunta pirueta diplomática que podría llevar a Estados Unidos a colaborar con Irán para contener al ejército del EIIL, nadie se pregunta cómo y por qué esta organización fundamentalista que se acerca a Bagdad ha podido brotar en cuestión de días y por qué ha tenido tanto éxito. Las respuestas no pueden elaborarse con certeza, por supuesto, pero la lectura de fuentes alternativas y todo lo que se sabe acerca de la configuración de las fuerzas que desde hace más de dos años intentan derrocar a Bashar al Assad, indican que solo con el respaldo de los servicios de inteligencia occidentales, el flujo de dinero proveniente de Arabia Saudita, y el ingreso de miles de “contratistas” (mercenarios, en lenguaje vulgar) reclutados en todo el mundo árabe puede haberse montado semejante operación; y que, por su envergadura, esta no pudo pasar desapercibida ni a los satélites militares y los drones que vigilan desde el espacio, ni a los servicios de espionaje que actúan sobre el terreno.

Lo que ocurre es que, como apunta Manlio Dinucci en Red Voltaire, el objetivo estratégico de la OTAN no es la defensa sino el control de Irak. El gobierno de Nuri El Maliki, que nació cooptado por Washington, se asienta sobre todo en la fracción shiíta y experimenta por lo tanto la atracción que ejerce Teherán. Por otra parte su comportamiento respecto al petróleo –una de las claves de la permanente inestabilidad del medio oriente- distó de ser el que cabía esperar de él: la mitad de la producción petrolera es vendida a China y este país está realizando gruesas inversiones en el desarrollo y la potenciación de la industria petrolera iraquí. No sólo esto: Bagdad y Pekín firmaron acuerdos para la provisión de armamento chino a Irak y al Maliki participó, junto al presidente de Irán, Hassan Ruhani, en la conferencia del Grupo de Shangai convocada para debatir las formas de reforzar la interacción asiática.

“El caos constructivo”

La incursión de los fanáticos del EIIL terminaría con estos escarceos de independencia y permitiría avanzar en el “Caos constructivo”, como definieron los planificadores del Pentágono a su estrategia para el rediseño del medio oriente. Desde el momento en que ocuparon Irak, los estadounidenses y sus aliados británicos se dedicaron a fomentar las divergencias sectarias, a veces de manera torpemente transparente: en una ocasión dos oficiales ingleses fueron detenidos por el la policía en momentos en que se aprestaban, disfrazados de nativos, a provocar la explosión de un coche bomba. La unidad británica que guarnecía la ciudad los rescató de inmediato, rodeando con vehículos blindados a la comisaría adonde se los había llevado detenidos.

El proyecto occidental ha sido siempre crear un arco de inestabilidad, caos y violencia que se extienda desde el Líbano hasta Afganistán, pasando por Palestina, Siria e Irak, el Golfo Pérsico e Irán, hasta llegar a Afganistán.

Las declaraciones formuladas por John Kerry ayer en Bagdad, en las cuales sostiene que el problema iraquí debe ser resuelto por los iraquíes mismos, no es una sentencia bienintencionada, sino una forma de ocultar el fogoneo de la crisis de parte de los servicios de inteligencia y la responsabilidad de occidente por la desarticulación de la estructura administrativa de Irak a través del derrocamiento –y posterior asesinato legal- de Saddam Hussein. Ahora ha llegado el momento de redondear esa tarea fomentando una guerra civil en la cual se permitirá que los iraquíes maten a los iraquíes hasta consentir la formación de una serie de estados de pacotilla, que incentivarán otras broncas regionales pues los kurdos, por ejemplo, están repartidos entre Irak, Turquía e Irán, y toda la región está recorrida por tensiones confesionales que suministran el material inflamable para una serie de sucesivas conflagraciones.

Los desplazamientos de los funcionarios de la Secretaría de Estado dan la pauta de la estrategia desestabilizadora que Washington pone en práctica para contrariar lo que siente como la amenaza a su supremacía. El grupo de Shangai, los BRICS, la recuperación de Rusia tras su decadencia presidida por el borracho Boris Yeltsin, el próximo acceso de China a la primacía económica mundial y la aparición en Suramérica de organismos como la CELAC, la UNASUR y el MERCOSUR, más la evidencia de que varios de los países que forman parte de esas organizaciones recusan la utilización del dólar como divisa de referencia internacional, están dejando a Estados Unidos y al capitalismo financiero que hace de él su herramienta, sin otra carta que la superioridad militar para hacer valer sus intereses en un mundo que se les desliza de entre las manos. John Kerry un día está en Kiev, respaldando a los golpistas de la plaza Maidan, luego va su segunda, Victoria Nuland, para cumplimentar en el mismo escenario a las bandas neonazis que preparan el derrocamiento del gobierno legal; Kerry vuelve luego allí para respaldar al recién electo presidente de Ucrania, el banquero y magnate Poroschenko, y ahora aparece en Bagdad… El activismo diplomático tiene su correlato en la multiplicación de las actividades militares y de los servicios de inteligencia, y en la siempre creciente utilización de armas teledirigidas para practicar el asesinato “selectivo” de quienes se plantean como una amenaza dirigida a contrariar esos planes.

Los tiempos son difíciles. Y seguirán siéndolo al menos hasta que se controle a la lacra del capitalismo financiero y a quienes ejecutan su partitura.

 

Fuentes: Global Research, Red Voltaire, La Nación.

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