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14
NOV
2014

"Canale Mussolini"

Antonio Pennacchi.
Antonio Pennacchi.
“Tierra de Nadie” es una magnífica novela de Antonio Pennacchi, que describe una panorámica del siglo XX italiano donde se mezclan la ironía, la tragedia y el vitalismo. Y donde, como ocurre en la vida, no hay blanco y negro sino una infinidad de matices.

La edad actual de la novela no es la más provista de materia nutricia. Quienes nos formamos en la lectura de los clásicos de la era burguesa –los de un siglo XIX que se estiró en algunos de sus exponentes postrimeros hasta mediados del siglo XX- tendemos a percibir, admito que quizá equivocadamente, una cierta inconsistencia en trayectorias autorales que a menudo están signadas por la búsqueda de los laureles y dineros discernidos por los consorcios editoriales. Lo cual implica la subordinación de la pulsión creadora a las exigencias del marketing y la adhesión a los principios de lo “políticamente correcto”, que es el registro que manejan los críticos y los jurados que juzgan los libros o prodigan esas recompensas. Y no hablemos de la hojarasca que fluye incontenible de la literatura best-seller.

A esta última hay que reconocerle, sin embargo, algunas veces, una pretensión épica que no se advierte entre los escritores más refinados, que prefieren reclinarse en el examen circunstanciado de la psiquis individual y las más de las veces se abroquelan en el espacio propio de la clase intelectual a la que pertenecen. En el caso de los best-sellers, sin embargo, se trata de una salida al mundo facilista, no sustentada por un impulso innato y por un talento creador de veras sólido. A veces lo que se observa en las torrenciales producciones de un Ken Follett, por ejemplo, es un uso del cuadro social y de los acontecimientos de la historia como un andamiaje donde se amontonan, se adhieren o trepan personajes por lo general sin matices; expresivos, cuando mucho, de algunos de los maniqueísmos característicos de la vulgata política de nuestro tiempo. Son digeribles, pero no dejan gran cosa de provecho. Si se les quita la armazón de la “histoire evenementielle”, se vendrían abajo en el acto.

Hermann Wouk, el autor de “Tormentas de guerra”, es mucho más consistente cultivando ese mismo registro, pues sus personajes están definidos de acuerdo a un criterio menos pedestre y mucho más realista, pero tampoco escapa del todo al encuadre al que aludimos. Sin la guerra, sus criaturas no tendrían mucha razón de ser.

Es decir, que sin la guerra, la paz no tendría mucho sentido. Es la capacidad de fusionar esas dos dimensiones, la dimensión social e histórica en un conjunto indisociable lo que hace la grandeza del inmortal clásico de León Tolstoi. Y esa capacidad va de la mano con un íntimo conocimiento de la naturaleza humana y con una gran capacidad para retratarla con compasión, pero también con intransigencia.

No vamos, sin embargo, a escoger a “Guerra y Paz” como parámetro para medir la literatura del presente. Aunque se lo haga con mucha frecuencia para batir el parche a obras de una envergadura infinitamente menor. Tolstoi, con todo, fijó un camino –inspirándose a su turno también en “Los miserables”, de Víctor Hugo-, que ha sido hollado con nobleza por muchos escritores que siguieron esa huella y de los cuales se pueden citar algunos nombres que persistirán en el tiempo: Giovanni di Lampedusa con “El Gatopardo”, Roger Martin du Gard con “Los Thibault”, John Dos Passos con la “Trilogía USA”, o el mismo Jean-Paul Sartre con su obra inconclusa “Los caminos de la libertad”.

A este listado creo que puede sumarse ahora, muy honorablemente, otra obra: la novela de Antonio Pennacchi “Tierra de Nadie”. Traducción un tanto absurda (¿políticamente correcta?) del original italiano “Canale Mussolini”. Se trata de la historia de una familia campesina desarraigada de sus raíces en el Véneto a fines de la década de 1920 y transportada al centro de Italia para colaborar en el emprendimiento más perdurable del régimen fascista: el desecamiento, bonificación y saneamiento de las lagunas Pontinas. Una gran extensión al sud de Roma que durante siglos fue un laberinto de pantanos y pútridos bosques, llenos de mosquitos anofeles y recorrido por la malaria, que se cobraba la salud y la vida de sus pocos pobladores. El gobierno de Mussolini realizó un formidable esfuerzo para sanear y recuperar para el cultivo esa extensión, realizando trabajos de ingeniería, cavando canales, construyendo ciudades, concediendo gratis parcelas a los colonos para que trabajasen la tierra y alojándolos en residencias sólidas y concebidas con arreglo a los principios de una rigurosa higiene.

Luego vino la guerra en la que el Duce embarcó a Italia. Los bombardeos angloamericanos y la política de tierra arrasada que pusieron en práctica los alemanes antes de retirarse devolvieron casi a su estado primitivo esas extensiones. Fueron al final los norteamericanos los que sanearon definitivamente la zona exterminando desde el aire a los mosquitos al espolvorearlos con el recién descubierto DDT, permitiendo a los habitantes volver a trabajar y recuperar el hábitat que habían perdido.

Esta es la base de la saga de los Peruzzi, que refleja lo acontecido, si no al autor, sí al menos a sus paisanos, pues Pennacchi nació en Latina (antes Littoria) cinco años después de terminada la guerra mundial. La novela hormiguea de personajes de una jocunda humanidad. La obra, como todo relato de veras épico, respira una vitalidad que en definitiva se impone sobre las tragedias, los desastres, los reveses individuales, la derrota en la guerra y la burlona sucesión de los personajes que desfilan por el poder. El prisma del relator es el de su grupo, una familia adherente al fascismo por lo que este tenía de genuinamente popular en su seno, y porque –así como los llevó al desastre en pos de un sueño imperial para el que Italia no tenía fuerzas- antes los había rescatado de un desamparo social y, sobre todo, los había hecho partícipes activos de cierta dimensión de la política. Una política preñada por los síntomas de la guerra civil que se insinuaba después de la primera guerra mundial y resuelta a palos por el sistema burgués a través del fascismo que, sin embargo, estaba también él atravesado por la intransigencia que le daba su origen popular y combatiente. Intransigencia que sería asimismo la base que consentiría la aventura imperialista del Duce. Y su catástrofe.

Este núcleo conceptual está hasta cierto punto planteado en términos explícitos, pero sobre todo a través de las vivencias de la familia Peruzzi, expresadas con una franqueza brutal pero al mismo tiempo naturalizadas por el humor y la ternura. Hay en Pennacchi mucho de la capacidad que tienen los clásicos del realismo en el sentido de poder reconciliar en sí mismos puntos de vista diferentes. El tío Pericle –combatiente de la primera guerra, fascista y violento, pero romántico y enamorado hasta el punto de quedar indefenso frente a la bella Armida, una resuelta joven que pertenece a una familia antifascista- es un poco el héroe y el hilo conductor de la aventura pues, aunque le quepa desaparecer en la tormenta de la segunda guerra, ha sido él quien ha arrastrado a su grupo a la aventura pontina y quien expresa más cabalmente el compromiso con una vida pujante que se esfuerza por no detenerse y conquistar una meta. Junto a él se yergue la figura de su madre (la abuela del narrador), que es el principio de orden que gobierna la casa con un rigor templado por el amor materno. El decurso de esa estirpe familiar se mezcla sin reflexionar mucho con el de la historia. Esa marcha está punteada de episodios tocantes, durísimos y maravillosamente descritos, como el asesinato del párroco rebelde de Comacchio por Pericle, la muerte de un pequeño que cae del tren intentando que no se le escape un conejo, durante el viaje al sur; las obras de desecación de los pantanos, que forman una especie de interludio técnico en el relato con un distante parecido a los capítulos sobre la caza de la ballena en” Moby Dick”, y la escalofriante descripción de las represalias cometidas contra los etíopes en ocasión de un atentado contra el general Graziani. Incluida la ejecución de centenares de curas coptos, a quienes se quiso hacer responsables intelectuales del atentado. Estos horrores son sazonados, a posteriori, por el comentario entre indiferente, resignado y hasta divertido de quienes los realizaron y que los asumen, sin cuestionarse nada, como parte necesaria de la guerra.

El estilo aprovecha los giros de la lengua popular (habría que ver como suenan en italiano) para compactar un relato que regurgita ironía. Como en este párrafo que define la aventura etíope:

“Ahora bien, como usted sabe, en aquel lugar no encontramos un solo kilo de hierro ni de carbón, ni una sola materia prima, y mucho menos petróleo. En Libia, en cambio, habríamos obtenido todo el petróleo que hubiésemos querido, pero no logramos dar con él. No se encontraron los yacimientos hasta más tarde. En cuanto la tierra, donde los campesinos podían emigrar, había tanta como hierro y plomo, es decir, nada. Pedregales por todas partes. Hágame caso: la próxima vez que el águila imperial –con el Imperium asido entre sus garras- empiece a revolotear sobre nuestras colinas de Roma, más nos valdría llamar a la federación de caza para que la abatieran de inmediato, como a una vulgar torcaz”. [ii]

La construcción de una memoria colectiva es uno de los rasgos de la epopeya, y el libro de Pennachi logra ese propósito. La mezcla de historias e Historia se combina con fluidez, a través de un registro confidencial que se derrama en un estilo borboteante, que reúne a campesinos, curas y jerarcas y por el que desfilan incluso las edades políticas de Mussolini, desde el imberbe socialista maximalista de sus principios, al dictador popular y luego al  Duce erigido en su propia estatua y creído de su capacidad para representar ese papel. Y junto a ellos la Gran Guerra, el bienio rojo, la segunda guerra, la invasión angloamericana, la resistencia y la posguerra.

“Tierra de Nadie” (“Canale Mussolini”) es una novela que perdurará.

 

Notas

[1] “Tierra de Nadie”, de Antonio Pennacchi, Salamandra narrativa, 2013.

[2] Alusión al discurso de Mussolini anunciando, en ocasión de la conquista de Etiopia, “la reaparición del Imperio sobre las colinas fatales de Roma”.

 

 

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