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03
ENE
2015
Aviones de combate rusos.
Aviones de combate rusos.
La presión occidental contra Moscú ha encontrado una ominosa respuesta en la reformulación de la doctrina militar rusa.

El mundo camina por un andarivel peligroso, pero la gente no parece caer en la cuenta de ello. Al menos no del todo. La culpa de esta inconciencia o conciencia a medias no proviene tanto del público en sí mismo, como de la forma en que los medios y la prensa de occidente silencian o dejan en segundo plano datos claves que son necesarios para hacerse una idea acerca de qué es lo que pasa y por dónde estamos circulando. Sin embargo, las noticias están allí para quienes quieran tomarse el trabajo de pesquisarlas por Internet y traten de establecer los lazos que las vinculan. Este pequeño esfuerzo permite componer una visión de conjunto diferente y más problemática que el panorama que nos presentan los monopolios de la información. Este panorama, ya de por sí inquietante por los desastres varios, los escándalos y las crisis económicas que se nos sirven todos los días, se reviste de una difusa aura de irrealidad porque, según el discurso de los “mass-media”, tales convulsiones parecerían obedecer más al capricho de unos presuntos dictadores, al frenesí fundamentalista o a las incognoscibles fluctuaciones de “los mercados”, que a la determinación política que se mueve detrás de ellos. Es decir, más concretamente, al proyecto hegemónico que Estados Unidos lanzó no bien se hundió la Unión Soviética y que hoy, pese a los múltiples signos que anuncian su agotamiento, subsiste con una perseverancia irracional y aparentemente ajena a la comprensión de las catástrofes que puede suscitar tal persistencia.

Hay varias informaciones que llaman la atención en estos días y que deberían suscitar un estado de alerta en la opinión pública global. Una es la resolución 758 del Congreso de los Estados Unidos, adoptada a principios de diciembre, por la cual se acusa a Rusia de haber invadido a Ucrania, condenando la violación de la soberanía ucraniana por parte de Rusia, sin prueba alguna de esta invasión se haya producido. Por otra parte, en dicha resolución no se dice palabra alguna acerca de la efectiva violación de la soberanía ucraniana en febrero de 2014, cuando la secretaria Estado adjunta, Victoria Nuland, se jactó de que su país había gastado 5.000 millones de dólares para derrocar al gobierno de Viktor Yanukovich, que era el mandatario legalmente elegido para presidir ese país. En el párrafo 13 de la misma resolución se exige a las fuerzas rusas que se retiren de Ucrania, a pesar de que el gobierno de Washington no ha presentado prueba alguna de que el ejército ruso haya penetrado allí; y también se exhorta al gobierno de Kiev a reanudar las operaciones militares contra las regiones de Donetsk y Lugansk, donde regiría un gobierno salido de unas elecciones “ilegales” y “fraudulentas”.[i]

El documento abunda en otras afirmaciones que no rozan sino que se zambullen en el disparate, como decir que en 2008 Rusia invadió a Georgia. Incluso los países de la Unión Europea, que responden dócilmente al “diktat” norteamericano, reconocieron en esa ocasión que había sido Georgia la que había desatado una guerra injustificada contra Rusia. Con el aliento, agregamos nosotros, de la CIA y del aparataje de inteligencia occidental.

La resolución 758 se configura como un flamígero panfleto guerrero. De declaraciones como esta estuvo empedrado el camino que llevó a las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak. Sólo que en Ucrania es otro el cantar, pues se encuentra dentro del hinterland geopolítico, cultural e histórico de Rusia, y su decantación franca hacia los enemigos de esta podría exponerla a un casus belli que sería imposible resolver dentro de sus solos límites.

Salto al vacío

A este propósito viene a cuento la pasmosa decisión del presidente ucraniano Petro Poroshenko, quien acaba de firmar la ley que sanciona el abandono del estatus de su país como “no alineado”.[ii] La movida no es del todo imprudente en la medida en que se la coloca bajo un paraguas de seguridad al decir que la adhesión a la OTAN, que está implícita en esa resolución, se decidiría en un referéndum nacional dentro de 5 o 6 años, lapso en el cual Ucrania debería acomodarse a los estándares occidentales. Habida cuenta la crisis económica que sacude a Europa y los planes de ajuste que se prevén para ella y, con mayor razón, para con el nuevo aspirante a socio, ese objetivo se plantea como vidrioso. Pero como provocación en un marco de la creciente inestabilidad económica en Rusia como resultado de las sanciones occidentales y de las esporádicas pero siempre renovadas hostilidades en Novorossia, no hay duda que el gesto de Poroschenko tiene que erizar la piel de los militares y el gobierno rusos, ya muy preocupados por el progresivo ahogamiento de la economía de su país como resultado de los embargos occidentales , del dumping petrolero y del despliegue de fuerzas militares de la OTAN en los países bálticos y, eventualmente, en Ucrania, mientras se pronuncia la actividad de fuerzas hostiles en el área del Cáucaso y en el medio oriente.

Revisión de la doctrina militar rusa

Aquí se llega a otro de los factores que se perciben como datos preocupantes, pues estipula una línea roja tendida a corta distancia, trasgredida la cual cualquier cosa podría suceder. Los servicios occidentales han tenido noticia de una revisión de la doctrina militar rusa. El presidente Vladimir Putin ha firmado un documento según el cual Rusia se reserva el derecho a usar armas nucleares en respuesta al uso de armas nucleares o cualquier otro tipo de armas destrucción masiva contra Rusia o sus aliados, o incluso en el caso de un ataque con armamento convencional que amenace la existencia del Estado. Además la doctrina pone de relieve que el crecimiento y expansión de la OTAN como factor de presión contra las fronteras rusas, debe considerarse como una de las amenazas mayores a la seguridad nacional rusa. [iii]

La primera proposición, la de la respuesta con armas nucleares o de destrucción masiva a un ataque similar, no es nada que deba asombrar pues siempre se ha caído de madura desde los tiempos de la guerra fría. Pero el segundo aserto, el referido a una respuesta nuclear a un ataque convencional que amenace a la existencia del Estado y a seguridad de las fronteras nacionales, es una novedad dirigida de forma transparente a Ucrania y al conjunto de países de Europa del Este que estarían en tren de suministrar facilidades aún mayores que las que existían hasta ahora para desplegar misiles y unidades de alerta temprana de la OTAN capaces de invalidar cualquier respuesta rusa a un ataque occidental en gran escala. Lo que significaría nulificar el estatus de Rusia como gran potencia. Pero la advertencia apunta en primerísimo lugar a Estados Unidos, deus ex machina de todas las puestas en escena de la política mundial.

Los intercambios de misiles intercontinentales entre USA y Rusia se harían por encima del casquete polar, pero la proximidad de puestos de escucha, interferencia y cohetería de mediano alcance en Ucrania significarían una desventaja que Moscú no estaría en condiciones de compensar. Recordemos lo que pasó cuando la crisis de los misiles en 1962: ante la evidencia de que Cuba quería albergar a misiles rusos para protegerse de la hostilidad norteamericana, el gobierno de Estados Unidos no hesitó en poner al mundo al borde de una “all out war” atómica y en amenazar con suprimir a Cuba del mapa si los cohetes soviéticos no eran retirados. No nos importa aquí si esa crisis fue o no deliberadamente buscada por Moscú para sacarse de encima los misiles norteamericanos que por entonces estaban basados en Turquía, en una suerte de “quid pro quo”. La cuestión es que ahora, en el escenario de la “segunda guerra fría”, no hay lugar para ningún intercambio, y que la presión sobre Rusia, de seguir como viene, sólo puede terminar en la eclipse de esta o en una guerra catastrófica, cuyos contornos preferimos no indagar.

Frustración y riesgo

La irresponsable manera de actuar del imperio norteamericano proviene de su decadencia. O, si se quiere, de su crisis. Esa construcción guerrera –no se puede denominarla de otra manera-, está trabajada por la frustración que resulta de ver que sus objetivos de máxima, formulados al día siguiente del eclipse de la URSS, se le escapan de entre los dedos. La retirada de Afganistán, el fracaso en derrocar en breve plazo al presidente sirio Bachar al Assad, la resistencia iraní, la alianza chino-rusa y la emergencia de los BRICS; la aparición de iniciativas comerciales y empresarias chinas en lo que Washington sigue considerando su “patio trasero” (es decir, Suramérica y el Caribe), incluyendo la apertura de un segundo canal transoceánico en Nicaragua; y la -todavía vacilante- organización del subcontinente suramericano en un ente regional que sea capaz de escapar de la gravitación hacia Estados Unidos, deben exasperar a los teorizadores del “Gran Tablero mundial”, como lo denominó Zbygniew Brzezinski en un libro de ese título, obra capital para comprender las grandes líneas de la política exterior norteamericana a partir de 1989. Ahora Brzezinski, a estar por una nota de Atilio Borón[iv] dedicada en parte a analizar la última obra del politólogo y geoestratega polaco-estadounidense, ha evolucionado hacia posturas mucho más conjeturales que las afirmaciones de inmoderado optimismo que abundaban en su libro previo.

En meses recientes se ha observado toda una serie de grandes movidas en el plano internacional que debilitan el proyecto estadounidense. La más evidente y, por mucho, la de mayor trascendencia, es la alianza abierta entre China y Rusia en materia de complementación económica. Y también militar, aunque sobre este aspecto se tienda un discreto velo de silencio, traspasado empero por los ejercicios militares conjuntos que se realizan en forma periódica entre las dos potencias. La aproximación de Rusia a Irán, aunque ya estaba vigente, también se ha reforzado de manera explícita en tiempos recientes. Y con Turquía, país miembro de la OTAN y hasta aquí socio directo de Estados Unidos en la gestión de la crisis en medio oriente, Moscú acaba de establecer un acuerdo económico de envergadura.

Por si todo esto fuera poco, el viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Vassili Nebenzia, ha declarado el pasado martes que su país ha renunciado de forma definitiva a la construcción del gasoducto South Stream, que debía unir a Rusia y Bulgaria por el fondo del Mar Negro y que en su recorrido terrestre iba cruzar por Austria, Bulgaria, Croacia, Hungría, Grecia, Serbia y Eslovenia. “Hoy el asunto está cerrado. Hemos golpeado a una puerta cerrada (la de occidente) demasiado tiempo, y cuando hemos comprendido finalmente que no se abriría para nosotros, se tomó la decisión de finalizar con el proyecto, pues era inútil invertir miles de millones sin esperanza de obtener rentabilidad”. Pese a que las obras ya estaban iniciadas, a principios de diciembre el presidente Vladimir Putin expresó que el proyecto no podía proseguir “debido a la posición hostil de la Unión Europea vis a vis de Rusia”.[v]

Estamos asistiendo a una escalada de la tensión entre las potencias nucleares y sus aliados en el espacio euro-atlántico, así como en el sud y el este de Asia, donde se cocinan, como señalamos en nuestra nota de la semana pasada, problemas y roces entre China y los gobiernos de Taiwán, Vietnam, Indonesia y Malasia. El escenario europeo es, sin embargo, por primera vez desde el final de la segunda guerra mundial, un frente de conflicto potencial a gran escala. La “cortina de hierro” y la satelización de Europa oriental no fueron fenómenos amables, pero al menos crearon un tiempo de convivencia (el de la llamada coexistencia pacífica) en el cual los estados satélites fungían a modo de glacis avanzado de la Unión Soviética; esto es, de colchón que la garantizaba de la hostilidad de sus rivales. Hoy ese espacio estanco no existe y la presión occidental se ejerce de manera temeraria sobre las fronteras de Rusia.

No se puede dejar de insistir en que este panorama de presiones económicas y militares en el cuadro de una inestabilidad política cada vez mayor, conforma un espacio volátil. A un siglo de la estallido de la primera guerra mundial hay que recordar como las crisis a veces se gatillan por sí solas, a partir de un potencial error de cálculo y de una escalada que de pronto abre las puertas a lo inimaginable.

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[i] Ver artículo de Ron Paul, ex legislador y ex candidato a la presidencia de Estados Unidos, en “Red Voltaire”.

[ii] “La Jornada”, de México, 30.12.14.

[iii] “Sputnik International”, 30.12.14.

[iv] Atilio Borón: “Cuba y Estados Unidos: ¡ni un tantico así!”

[v] Ria Novosty.

 

 

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