nota completa

24
MAR
2015
Verdugo del ISIS.
Verdugo del ISIS.
El retorno a la barbarie es un dato verificable de la actualidad. Esa barbarie corroe a tanto a los portadores visibles de la misma como a los que la alentaron y siguen alentándola para perpetuar al mundo en la confusión y la injusticia.

En estos días se cumplen 12 años de la invasión estadounidense a Irak. Concebida en la estela del choque psicológico provocado por el ataque a las Torres Gemelas y basada en una serie de mentirosos pretextos que hacían de unas presuntas armas de destrucción masiva en manos de Saddam Hussein el factor desencadenante de la agresión, la guerra de Irak (o segunda guerra del Golfo) originó devastaciones y matanzas sin cuento, que están lejos de haber terminado y que se han expandido a gran parte de la zona. Más de un millón de muertos y desplazados, incontables heridos y mutilados, y la fractura de un estado laico más o menos asimilable a una nación moderna, fue el saldo de esa intervención, que significó además el estreno del derecho de intrusión que se arrogó a partir de entonces Estados Unidos para “proteger” a las poblaciones desvalidas de la arbitrariedad de sus propios tiranos.

Desde entonces Afganistán, Libia, Siria, Yemen e Irán han sido blancos de la agresión de Washington, de manera directa o indirecta, a través de expedientes militares o por medio de sanciones económicas o asesinatos selectivos. A ello se ha sumado el activismo belicista que Estados Unidos lleva adelante contra Rusia en la zona del Cáucaso y, más recientemente, en Ucrania. Mientras tanto América latina espera su turno. Todos sabemos que las razones que motorizan este dinamismo no pasan por la defensa de los derechos humanos sino por el deseo de controlar las fuentes y rutas del petróleo y el gas, así como por la decisión –que trasunta una voluntad de hegemonía geopolítica- de situarse estratégicamente para estar en capacidad de condicionar o incluso de destruir a una Rusia rediviva,  que se está levantando gradualmente de la postración en la que la dejaron la caída del comunismo y la devastación neoliberal practicada a la sombra de la doctrina del shock y el auge del capitalismo del desastre, como tan adecuadamente Naomi Klein describiera a la  etapa actual del proceso histórico.

Este decurso parece estar produciendo secuelas no del todo deseables para quienes lo iniciaron. El surgimiento del ISIS (Islamic State of Irak and Syria), aunque fue fomentado por la CIA y por el entramado de redes de inteligencia israelíes y occidentales para derrocar a Bachar al Assad, empieza a escaparse de las manos de los aprendices de hechicero que lo conjuraron. Aunque sigue sirviendo al interés de Estados Unidos en la medida que le consiente bombardear instalaciones petroleras en Siria, ha cobrado tales dimensiones y se ha convertido en un foco de atracción tan poderoso para muchos jóvenes musulmanes en busca de brújula, que su expansión territorial y su dispersión en África y en Europa empiezan a constituirse en un incordio. De ahí la novedad de una aproximación entre el gobierno de Barack Obama y el gobierno de Irán, hasta ayer la bestia negra de Washington: los “guardianes de la revolución” del ejército persa son la mejor y más eficiente fuerza militar en condiciones de rechazar y eventualmente destruir a DAESH en la implantación que ha conseguido en el norte de Irak.

La corriente de militantes que afluye espontáneamente a las filas del ISIS (abstracción hecha de los mercenarios bien pagos que los instruyeron y encuadraron en un principio) es uno de los fenómenos más desesperanzadores que se columbran en la actualidad. Porque, ¿qué puede atraer a unos jóvenes, muchos ellos provenientes de países occidentales, a sumarse a las filas de una agrupación de fanáticos terroristas que se regodean en la crueldad, la regresión y la barbarie? La respuesta no es fácil. Pero se debería indagar en la naturaleza del fenómeno. Nadie se hace terrorista por gusto, y mucho menos se torna en una bestia cruel que degüella y asesina a diestra y siniestra porque le divierte hacerlo. Cuando  un fenómeno involucra a tanta gente por fuerza deben existir elementos que determinan esa patología social.

En el caso de los asesinos de DAESH sus miembros parecen proceder de dos fuentes, ambas mancomunadas por un problema de identidad. Una es autóctona: la que suministran  los combatientes reclutados en los países islámicos, que toman como propio el antagonismo sectario entre chiítas y sunnitas, al que se transmuta también en un odio radical hacia la que para ellos es la confesión exógena por excelencia, el cristianismo. Se sienten incómodos en el mundo moderno y sus costumbres y ansían volver al siglo VII, a la que suponen la época del Profeta. Otra provendría de las capas juveniles de la inmigración árabe en Europa, incómodas en un continente que las margina o les hace sentir su rechazo. El radicalismo de ambas corrientes, por lo tanto, no proviene ni del Corán ni de una identificación con las tendencias radicales del socialismo o el nacionalismo propios de los países que deciden romper el yugo colonial al que estaban sometidos. El fundamentalismo del ISIS en el fondo proviene de las nociones del tribalismo beduino, anterior a Mahoma, entregado al nomadismo y basado en familias numerosas en las cuales las mujeres no tenían autonomía alguna.[i] Es un componente oscuro que conservó arraigo en las sociedades atrasadas, hasta que los movimientos de liberación nacional que incorporaban valores de la civilización europea a la vez que contestaban el yugo político que esta les imponía, comenzaron la marcha a la modernidad y a la independencia de la opresión extranjera.

La liquidación o el condicionamiento y corrupción por el imperialismo de los movimientos nacional populares como el nasserismo o las distintas formulaciones del partido Baaz en  Irak o Siria, hizo que los viejos factores regresivos resurgiesen a la superficie. Fueron emulsionados por el imperialismo y por las monarquías más retrógradas del golfo, para convertirlos en un polo capaz de atraer el descontento de muchos de los que se sentían desencantados por el curso de los acontecimientos y por la deflación de las insurgencias de que habían capitaneado la revolución nacional en las colonias.

El objetivo de los servicios de inteligencia occidentales fue entonces desviar el encono antiimperialista hacia un resentimiento antimoderno: hacia formulaciones políticas, religiosas y militares que sirviesen como elementos de choque destinados a atacar y desestabilizar a los regímenes caracterizados por su antagonismo hacia el imperialismo. Así como para montar monstruosas provocaciones que encarnasen al fantasma del terrorismo y suministrasen de este modo el pretexto para forjar el concepto de la “guerra infinita” y la “libertad duradera”, con el que era posible motorizar indefinidamente la industria armamentista; esto es, el anabólico que sostiene a la economía norteamericana.

El expediente funcionó de maravillas y a su cuenta se pueden anotar las guerras de Afganistán, Libia, Siria y,  con toda probabilidad, el ataque a las Torres Gemelas. Bien que en este caso sus consecuencias, aunque hayan servido de disparador para la ya planificada expansión del poderío norteamericano en el medio oriente, nunca podrán ser consideradas como exitosas por los neoyorkinos que fueron sus víctimas.

Ahora el ISIS se ha erigido en una fuerza cuya capacidad de daño podría exceder el nivel de los beneficios que se supone brindaría a la CIA. Este cálculo debe estar en la raíz de la aproximación del gobierno de Barack Obama a Irán y su cambio de tono hacia Israel. Sin embargo la corriente guerrerista en el seno de la oligarquía norteamericana es muy fuerte y puede arruinar esta política en un abrir y cerrar de ojos, con el concurso del  ultraderechista primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien sigue obstinado en jugar esa y cualquier otra carta con tal de cumplir su plan dirigido a eliminar la amenaza iraní y perseguir, impertérrito, con su proyecto de construir el Gran Israel que vaya desde el Nilo hasta el Éufrates. Los componentes vesánicos de esta ecuación no son menos insensatos que el medievalismo del ISIS, pero la racionalidad no es un elemento que forme parte del ADN del capitalismo senil.

Tener en cuenta estos factores y la forma como operan, es esencial para comprender algo del mundo que nos rodea y escapar así a la noción de fatalidad que parece desprenderse de él. 

 

[i] Thierry Meissan, Red Voltaire. 

Nota leída 15229 veces

comentarios