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18
SEP
2008

La cumbre de Santiago

Cosas graves están pasando en el mundo. Pero algunas son positivas, como el respaldo dado a la integridad de Bolivia por la cumbre de la Unasur.

La evolución de los acontecimientos en Bolivia y la Cumbre de la Unasur en Santiago de Chile no pueden dimensionarse en toda su escala si no se los coloca en la perspectiva sudamericana y mundial. El secesionismo del Oriente y la masacre de Pando, que reitera los peores momentos de una historia boliviana manchada por la sangre de las muchedumbres populares cada vez que estas reclamaron sus derechos, no pueden comprenderse en su perspectiva si nos encerramos en el cuadro estrecho de un proceso pretendidamente local. La historia es el elemento fundante que debe permitirnos decodificar la naturaleza de los hechos y percibir, por primera vez desde los comienzos de nuestra vida independiente, la posibilidad de romper el cerco que el imperialismo y sus agentes locales han impuesto a un subcontinente henchido de riquezas y de múltiples oportunidades para quienes lo habitan, si estos llegan a entender su posición en el mundo y a evolucionar para suprimir o neutralizar a sus enemigos.

El proceso ha sido largo y doloroso, y seguramente lo será mucho más todavía, pero, ¿quién hubiera imaginado apenas diez años atrás que dos sucesivas reuniones de mandatarios sudamericanos serían capaces de obtener un consenso que, aunque no se lo exprese en palabras, supone un seco rechazo a los tejemanejes del imperialismo norteamericano? La cumbre del Grupo Río en Santo Domingo primero y ahora Santiago de Chile han visto unas reuniones presidenciales que quebraron los intentos de la CIA y del Departamento de Estado para injerirse en los asuntos de una región que progresivamente está aprendiendo a defenderse como bloque. En la primera de esas ocasiones se obturó la brecha abierta por la incursión de las fuerzas especiales colombianas contra los elementos de las Farc alojados en la frontera colombo-ecuatoriana, y en la segunda se han desautorizado y hasta cierto punto neutralizado las ambiciones de golpe, perpetradas por lo más retrógrado y racista de la derecha boliviana, contra un mandatario que acababa de ser refrendado en su puesto por el 67 por ciento del electorado.

Regionalizar la resistencia, esa es la cuestión. Hay diferencias ideológicas entre los diversos presidentes de América del Sur y, lo que es más grave, la falta en muchos de ellos de una visión estratégica que se aparte de los intereses inmediatos para entender que en el futuro lo único que contará serán las grandes masas territoriales, demográficas y económicas, en un mundo multipolar. América latina es un bloque potencial de más de 400 millones de habitantes, con dos lenguas mutuamente inteligibles –castellano y portugués- y dentro del cual es posible establecer acuerdos en torno de asuntos básicos como son la legitimidad democrática, la defensa de los recursos naturales y sobre todo la integridad territorial de cada uno de nuestros países. Ya que, justamente porque Sudamérica debe avanzar hacia su unidad económica y política, la primera amenaza que se cierne frente a este proyecto es la tentación separatista, apoyada en los diversos niveles de riqueza que pueden detectarse en ciertas regiones respecto de otras pertenecientes al mismo país. Esas divergencias entre sectores más ricos o diferenciados étnicamente pueden hacer que quienes detentan el poder departamental tiendan a separarse del núcleo madre que los contiene, con el aliento muy poco disimulado del exterior. O bien, en el caso de las regiones más despobladas, ese vacío puede tentar a un país a avanzar sobre otro. En todos los casos la conspiración externa es determinante y es por ello que esas zonas –se llamen Beni, Pando, Santa Cruz, Tarija, Amazonia, Patagonia, Zulia o Guayaquil- deben permanecer encuadradas en su actual geografía política, so pena de encender la mecha de disputas que desintegrarían cualquier intención unitaria y que servirían para crear enclaves imperiales en el seno del subcontinente.

Renacimiento

Tras el desastre que el tsunami neoliberal dejó a su paso en América latina, se verificó una reacción popular que puso al frente de la mayoría de nuestros países a gobiernos que asumieron con mayor o menor audacia las tendencias populistas que son originales de América latina y que hoy por hoy encuentran sólo en la persona de Hugo Chávez Frías un exponente cabal del fenómeno. Pero, por debajo de las personalidades, bulle una tendencia espontánea a la unión que sólo debe ser reconocida para que se transforme en un principio activo. Bolívar, San Martín, Morazán, el mariscal Santa Cruz, Solano López, Manuel Ugarte, Mariátegui, Irigoyen, Perón, Vargas, Gualberto Villarroel, el general Ibáñez, Fidel Castro y el Che Guevara dieron el testimonio (desde muy diversos ángulos del espectro político e ideológico) de esa tendencia soterrada y que buscó, con mayor o menor consecuencia, el respaldo de las clases bajas de la sociedad –no contaminadas por la anomia cultural de gran parte de las clases medias y de la totalidad de las burguesías compradoras- para intentar llevar a cabo el gran ensayo. Su fracaso devino en gran parte de la inexistencia de cuadros que sostuvieran en el tiempo la pretensión de fomentar una unidad continental o de agrupaciones regionales fuertemente sustentadas que llevaran a ella.

La forma en que se presentó el conflicto, que encaraba a gobernantes populares con sectores “ilustrados” que echaban en cara a los primeros su “barbarie” y la “demagogia” con que captaban a sus seguidores, sirvió durante mucho tiempo de sustento ideológico a los manejos de los aliados locales del imperialismo. Hoy la barbarie ha quedado explicitada en su verdadera naturaleza por la salvaje represión que padecieron nuestros países durante la primera oleada del experimento neoliberal propulsado desde afuera, y por el genocidio social que la siguió. No hay ya espacio para seguir mintiendo en torno de la falsa –aunque pegadiza, por simplista- ecuación sarmientina.

Los medios masivos de comunicación siguen adecuándola, con cierta hipocresía, a los tiempos que corren. Pero la saturación mediática debe ser combatida con las armas del contrapeso informativo y del análisis crítico. Contar con canales de expresión capaces de evidenciar las tendencias reales del devenir sudamericano es vital para la sustentación de cualquier proyecto progresivo. La cobertura que los mass media monopólicos dieron del encuentro en Santiago fue deplorable. En general escamotearon la información o la relegaron su jerarquía en las planas de los principales diarios. Y ese cónclave sin embargo fue contundente, expresivo de la continuidad de la tendencia manifestada en la reunión de Santo Domingo. Los principales medios prefirieron ceñirse a lo anecdótico o a subrayar la contención de Brasil y la extroversión de Chávez para minusvalorar el hecho, soslayando el dato de que probablemente esas diferencias no obedecían tanto a una discrepancia como a una atribución de roles. Chávez dice lo que el documento, que es impecable en su defensa de la integridad territorial de Bolivia, no expresa por razones de prudencia diplomática.

Ahora viene la discusión en la propia Bolivia en torno de la implantación del Acta de Acuerdo que surgió de las negociaciones entre los prefectos facciosos y el gobierno central.. No van a ser fáciles y hay que tener sumo cuidado en que el enemigo, al que se le cerró la puerta en Santiago, no se cuele ahí por la ventana. La presencia de las Naciones Unidas y de la OEA, junto a la Unasur, en calidad de testigos en las tareas de “facilitización” del debate, puede ser un arma de doble filo. “Facilitización” es un eufemismo de mediación, y esta siempre implica un grado de injerencia un tanto peligroso para los asuntos que se ventilan en el marco no sólo de un Estado soberano sino de una región que aspira a configurarse en bloque. La presencia norteamericana es inevitable en la OEA y en el organismo mundial. Si Estados Unidos figura como un observador entre otros, es una cosa, pero si ingresa a mediar o facilitar acuerdos incidiría en una tarea que compete sólo a los países que conforman el subcontinente y que acaban de darse un organismo que, para sorpresa de muchos, no es un floripondio retórico, sino una entidad que se mueve activamente.

Y mientras tanto la crisis financiera mundial derrumba los mercados y el gobierno estadounidense sale al rescate. ¿Cómo era eso de que el Estado no debía inmiscuirse en el funcionamiento de la economía? La inyección de fondos para rescatar entidades bancarias en quiebra, sin embargo, en la medida en que se aboca a sostener lo que en última instancia no es otra cosa que un sistema especulativo, arriesga inflar más la burbuja financiera sobre la cual se asienta el planeta.

Ante la inminencia de su estallido, la desconexión del caos neoliberal y la potenciación del mercado interno sudamericano pueden constituirse en la gran oportunidad para sacudirse de encima a las potencias del norte, a sus organismos de usura y a los gurúes del capitalismo del desastre y de la dependencia económica y psicológica que los apalancan.

¿Por qué no? Es hora de encontrarnos con nosotros mismos.

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