nota completa

03
MAR
2018
Concentración del 21 F.
Concentración del 21 F.
El disconformismo social tiende a manifestarse con fuerza en los últimos tiempos. El problema consiste en saber si podrá cohesionarse para convertirse en un instrumento capaz de confrontar políticamente con el sistema.

El acto del 21 de febrero convocado por Hugo Moyano y por los sindicatos contrarios a la transigente dirección de la CGT, convocó multitudes y exhibió un principio de unidad entre fuerzas sindicales y políticas que habían  tenido más diferencias y roces que aproximaciones en los últimos años. Por mucho que el gobierno haya pretendido restar importancia a la manifestación, adjudicándola tan solo a un reflejo defensivo del camionero ante las causas judiciales con las que se lo amenaza, la obviedad de la mentira salta a la vista: la campaña mediática y eventualmente judicial contra Moyano no fue anterior sino posterior a su toma de posición adversa a la reforma previsional y  laboral.

El acto en sí exhibió facetas muy positivas. La masiva presencia popular, los discursos de todos los oradores que antecedieron a Moyano frente al micrófono y la disciplina de la que todas las tendencias que confluyeron en el acto dieron muestra, subrayan un deseo de unidad que viene de abajo y que tiende a pasar por encima de las diferencias conceptuales y las rencillas personales para preconizar una actitud de combate contra la ofensiva incesante que desde el gobierno de Cambiemos se lleva contra el nivel de vida de los sectores populares, mientras empodera aún más a los sectores concentrados del capital. El punto más flojo de la convocatoria fue el discurso del camionero, quien eludió las precisiones concretas acerca del deterioro del estado de cosas que habían hecho los oradores  que lo precedieran y prefirió concentrarse en su disposición personal a la lucha a pesar de los agravios que se le han inferido y de las amenazas que pesan sobre él. No es la primera vez que sucede esto: Moyano padre prefiere dejar a sus hijos y a los otros dirigentes combativos del frente sindical la tarea de enunciar puntualmente las  deficiencias  del actual estado de cosas, mientras él divaga. Pero cuando esto sucede en el cierre de un acto, el dato tiene un precio. Tal vez sea por su escasa capacidad oratoria, pero la verdad es que las exposiciones públicas de Moyano tienden a resultar desalentadoras, al pinchar el globo de la tensión acumulada. En el caso del 21 F, buena parte del ímpetu que provenía de la gente y que había ido creciendo durante el acto, se disolvió en el aire o se perdió de vista tras el alegato del camionero.  O al menos eso nos pareció.

Pero esto no hace sino expresar una ausencia: la inexistencia de un verdadero frente popular que sea capaz de hacer valer sus razones. Los balbuceos de Moyano expresan de algún modo la hesitación no sólo de las conducciones gremiales, sino el desconcierto del mundo opositor, disgregado en múltiples variantes que a su vez en ocasiones se disgregan incluso dentro de sí mismas. En el actual estado de cosas, con la ofensiva global del imperialismo que golpea duramente a Suramérica y rompe la oleada progresista y populista originada en el filo del siglo, esta inoperancia es tremendamente peligrosa. La devastación de lo que trabajosamente se había conseguido en los últimos quince o veinte años no va a ser fácil de enmendar, en especial si la capacidad de convocatoria en las calles no es replicada por una organización política capaz de orientar esa protesta hacia la formulación de un programa de mínima que sea coherente y que defina un plan de operaciones que apunte a acabar con el “corsi e ricorsi” entre una concepción hasta aquí más bien ideal que quiere a conformar una Argentina grande, donde quepan las aspiraciones de la mayor parte de la gente, y la  realidad  concreta de un país sometido a los  intereses de un capitalismo dependiente que lo ha moldeado de acuerdo al interés de una minoría muy restringida. No va a ser fácil. Queda poco espacio a nuestras espaldas para maniobrar. La potencia del bloque ruralista, extractivo, transnacional, empresario y mediático es decuplicada por su inserción en el engranaje de la globalización asimétrica, que asigna tareas bien definidas a los países dependientes, de las cuales no es posible escapar si no es rebelándose contra ellas.

 Como quiera que sea, la masiva concentración –no menos de 350.000 personas- así como los cánticos contra el presidente que se escuchan en los estadios de fútbol, en el subterráneo o en algunos recitales populares, están dando cuenta de un malhumor que el gobierno haría bien en no atribuir a conspiraciones de “elementos kirchneristas” sino adjudicarlo a un malestar social cada vez más difundido. Es un dato que le conviene tomar en cuenta. No para soslayarlo con discursos que aparentan distensión, mientras se prosigue con la práctica de la desindustrialización, la especulación, el endeudamiento masivo, los incrementos tarifarios, el desempleo y el apriete de la oposición a través de una justicia siempre lista para ponerse al servicio del poder de turno, sino con la admisión de que el diálogo que se reclama no debe ser un monólogo sin contrapartida, sino una transacción efectiva en torno a cosas muy concretas. Las paritarias y los sueldos, las jubilaciones y el empleo, la educación pública y la sanidad para empezar. Del “gradualismo” que preconiza el gobierno no hay que esperar nada: equivale simplemente a recorrer en carro el camino a la guillotina en vez de hacerlo en avión, como quisieran los gurúes de la Bolsa, Melconian, Broda o Espert. El tema es negociar desde la firmeza, mientras se espera un recambio que esta vez debería ser definitivo.

El conocimiento necesario

Hablamos de forjar un instrumento político que sea idóneo para configurar un movimiento nacional y popular capaz de enfrentar al sistema. El conocimiento y la comprensión de nuestra historia son indispensables para formular el diagnóstico que debe preceder a la conformación del instrumento que haga valer nuestras razones. Durante lapsos breves -en comparación con el prolongado proceso durante el cual el establishment ha dominado sin cortapisas al país- Argentina insinuó un camino de ruptura con el estado de cosas y de ascenso social y económico fundado en una perspectiva que tomaba en cuenta las necesidades y aspiraciones de las mayorías. El más importante (y se diría que casi el único) tuvo lugar durante el primer peronismo. Desde 1946, y podría decirse que desde 1943, si se toma en cuenta lo actuado por los gobiernos de facto de Ramírez y Farrell, el país emprendió la ruta de una industrialización que le permitió, en la coyuntura económica internacional favorable para el país en esos años, sentar las bases de la industria liviana, atreverse a ensayar con tecnologías de punta y esbozar lo que podría haber sido una industrialización extensiva, mientras se diseñaba una estrategia en materia de política exterior que se atenía fundamentalmente, por primera vez, a las relaciones con los países vecinos de Suramérica, en vez de estar enfeudada a la noción de que lo único conveniente es ponerse como furgón de cola en el convoy de los países ganadores del mundo.

Naturalmente, incluso el primer peronismo tuvo numerosas debilidades, siendo el “culto a la personalidad”, la obsecuencia de algunos burócratas y una jactanciosa arrogancia que creía que podía llevarse el mundo por delante, los peores de esos defectos, que socavaron las ya exiguas simpatías que suscitaba en la clase media. Pero las conspiraciones que le pusieron sitio y finalmente lo derrocaron no estaban determinadas por el deseo de combatir esas insuficiencias, sino por la ira de los sectores del privilegio al observar que el peronismo mellaba su supremacía; y por la voluntad de las grandes potencias –Gran Bretaña y Estados Unidos en primer lugar- de mantener dispersos y sometidos a los países de América latina, derrocando a los gobiernos nacional-populares que intentaban salirse del redil.

La actitud seguidista y subordinada al imperialismo de los personeros del sistema oligárquico que ha predominado a lo largo de nuestra vida independiente, por supuesto no es casual ni obedece sólo a un servilismo innato. Es la proyección de la función social que ese sector ha elegido y que, naturalmente, termina  permeando también su psicología. Ese modo de ver las cosas genera un enclaustramiento mental que, combinado con la noción del poder económico y fáctico que tiene  en sus manos, lo convierte en feroz guardián de sus intereses. La forma en que sus representantes se han movilizado y se movilizan cada vez que se insinúa un cambio, un cambio incluso moderado, que aspira apenas a instalar una redistribución un poco más equitativa de la renta o a paliar (en el fondo para preservar la supervivencia de la casta dirigente) la situación de las masas, su reacción  ha sido histérica  y desproporcionada. El bombardeo del 16 de junio, la contrarrevolución setembrina, los fusilamientos del 56, el terrorismo de estado puesto en práctica en el 76, son expresión de esta soberbia asustada. Les falta lo que precisamente caracteriza a las clases conservadoras en las sociedades del capitalismo desarrollado: inteligencia, inteligencia para secundar el movimiento de la historia adaptándose a él y cediendo algo para quedarse con lo sustancial de todo. No nos asombremos demasiado, sin embargo: hasta el salvador del capitalismo norteamericano en el momento de la Gran Depresión, Franklin Roosevelt, tuvo que afrontar la hostilidad de los grupos más cerriles del establishment y soportar ser calificado como socialista y comunista por las fuerzas de la derecha.

La fragmentación y falta de conciencia del conglomerado de fuerzas que deberían conformar un bloque democrático y popular en nuestro país no es una fatalidad, sin embargo. El golpe del 55 y sus secuelas originaron una reacción intelectual que conectó a lo mejor del marxismo crítico argentino –separado tanto del estalinismo como del trotskismo de fachada de sectores de la ultraizquierda- con las corrientes del revisionismo histórico de impronta democrática y popular. Personalidades como Jorge Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, Alfredo Terzaga, Aurelio Narvaja, Enrique Rivera, Rodolfo Puiggrós, Alberto Methol Ferré (uruguayo y católico pero ciudadano rioplatense y de la Patria Grande) y Juan José Hernández Arregui, para nombrar a apenas algunos, más allá de sus diferencias y rencillas a veces personales, establecieron una vinculación fuerte con el pensamiento nacional y democrático de Manuel Ugarte, Ricardo Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, José Luis Busaniche, etc.;  y también con el de muchos exponentes del revisionismo más virados hacia el rosismo, pero asimismo imbuidos de una visión nacional de las cosas, como el precursor Adolfo Saldías, y luego Ernesto Palacio, José María Rosa y David Peña, entre muchos otros.

Esa confluencia intelectual dio lugar a lo que  se dio en llamar la “izquierda nacional”, un vivero de ideas y fuente de una reinterpretación de la historia argentina a la luz del marxismo, que tendría un impacto muy importante en la nacionalización de los estratos juveniles provenientes de la pequeño burguesía antiperonista, quienes, quizá para purgar el pecado antipopular de sus padres, devinieron en “movimientistas” que adhirieron al peronismo o a las formas más extremas de la izquierda, alentados por el ejemplo de la revolución cubana. El torbellino de los 70 los devoró, y en él se perdió también la posibilidad de proseguir el proceso de maduración que se había iniciado en los estratos medios de nuestra sociedad. Amén de la devastación que produjo el Proceso en el plano económico y generacional, la atmósfera quedó envenenada por la experiencia de la represión y se generó un cierto rechazo a la confrontación de ideas que no hizo sino agravarse por el deterioro derivado de la degeneración de la cultura mediática. Tras el arribo de la democracia el debate ideológico encontró pocos  oídos o hubo de padecer su reducción al simplismo. La corriente intelectual que había fecundado al pensamiento nacional después del shock del 55 perdió a sus primeros inspiradores sin que su crítica hubiera dado lugar a una formación orgánica importante políticamente. Sus postulados fueron incorporados, sin embargo, a la conciencia de muchos argentinos; a menudo reelaborados, sin citar la fuente, por una generación de sociólogos, filósofos o historiadores que tendieron a ignorar, a apropiarse o a desvalorizar la producción intelectual de aquellos que, sin pasar por la academia, demolieron los bastiones de la historia oficial…

Reconectarse sin complejos con esa fuente sería una forma de reemprender la batalla intelectual que es necesaria para hacerse de una brújula que indique o ayude a presentir un camino.

 

 

 

Nota leída 15189 veces

comentarios