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22
JUN
2018
En la frontera EE.UU.-México.
En la frontera EE.UU.-México.
Las grandes migraciones de pueblos, si se dirigen a espacios ya ocupados, son un signo cierto de crisis. Hoy están destapando síntomas que se corresponden con los que estuvieron vigentes durante el período más sombrío del siglo XX.

La civilización de la imagen nos tiene acostumbrados a escenas horribles, chocantes o sorprendentes. Ya son pocas las que pueden golpear la sensibilidad de unas sociedades que han naturalizado la violencia. Sin embargo las fotos de los niños víctimas de este inclemente estado de cosas siguen promoviendo, a pesar de ello, una conmoción saludable. Hace un tiempo fue la de un pequeñuelo sirio que parecía dormir, ahogado en realidad en una playa turca adónde había llegado con sus padres escapando de la violencia de la guerra. Ahora es de la de un chico mexicano, agarrado a los alambres de una jaula en Estados Unidos, llorando y pidiendo por su  familia tras ser separado de ella por los guardias de frontera que reprimen la inmigración ilegal a territorio norteamericano. La imagen es una consecuencia de la política de Donald Trump de poner coto al alud de inmigrantes latinoamericanos que intentan infiltrarse por la frontera en busca de trabajo y en muchos casos de reunirse con sus familias asentadas, legal o ilegalmente, en Estados Unidos.

La total falta de tacto del actual presidente de la Unión, que tiende a definir a los inmigrantes como delincuentes, traficantes o asesinos en potencia, salidos de unos países de mierda (“shit holes”) es producto tanto de su grosería innata como de un oportunismo político que percibe y explota la xenofobia de gran parte de su base política. La separación de los chicos de sus padres comenzó a aplicarse en estos días, como consecuencia de la disposición que convierte a la inmigración ilegal en un hecho criminal en vez de ser un delito civil, como lo era hasta hace poco. El revuelo que las imágenes provocaron y el repudio moral que el hecho provocó, indujeron a Trump a rever la medida y a abandonar la política de separar a los niños de sus progenitores. Por ahora.

Pero es preciso comprender que el episodio no es sino una manifestación más –significativa por supuesto por el país y los personajes que involucra- de una tendencia global que no puede sino seguir agravándose en el futuro y que pone en evidencia el carácter inviable del  sistema global que nos incluye.

La cuestión, en efecto, es más amplia que los problemas que surgen en las fronteras entre los países ricos y los que no lo son. El ir y venir de los refugiados que se mueven de un lado para otro dentro de su propia zona de pobreza es mucho más grande que la presión que ejercen sobre el limes europeo, que es donde el fenómeno migratorio se ofrece a la vista con mayor espectacularidad y crudeza porque allí están las cámaras y porque el primer mundo es el afectado. Pero en el fondo el fenómeno es la expresión del desorden mundial que resulta del carácter destructivo del capitalismo en su actual etapa de financierización, globalización, demolición de las estructuras nacionales y de las defensas sociales, y de expansión fundada centralmente en la apropiación parasitaria de la ganancia. Es una especie de rueda de fuego que dispara dardos inflamados en todas direcciones y frente a la cual en este momento no se percibe la existencia de un contrapeso ideológicamente ordenador que sea capaz de ponerle freno. Caída la URSS y sin un movimiento alternativo al comunismo que sea capaz de proyectar un programa de reedificación mundial, la única fuerza orgánica que provee un mensaje ordenador respecto de las grandes líneas de la política mundial es la Iglesia católica. O, al menos, el sector de esta que acompaña a las tendencias “justicialistas” del Papa Francisco. Pero se trata de una fuerza que, por mucho prestigio que tenga y por grande que sea la influencia que es capaz de ejercer, no es ni puede ser otra cosa que un factor capaz de imponer una sanción moral, mientras que sus muchos compromisos terrenales y su propia doctrina la traban para acompañar elásticamente las oscilaciones de la sociedad. Cosa que por otra parte hace a su misma capacidad de supervivencia  y define tanto su positividad como su longevidad y la limitación de su carácter.

 Extremismo

Los flujos migratorios hacia Europa y Estados Unidos están definiendo un momento de la historia de occidente y del capitalismo que se distingue por su extremismo. Es inevitable que aflore el  recuerdo del nazismo cuando se visualiza el presente desde una perspectiva histórica. Están dados todos sus elementos. Falta sólo el factor que tornó brutalmente activos a los principios del nacionalismo biológico y del darwinismo social que estaban ínsitos en la ideología y en la práctica del nacionalsocialismo. Es decir, falta la guerra mundial, que fue lo que los liberó en proporciones dantescas y que consintió que la contraparte aliada pusiese en práctica, en igual o mayor escala, los principios de la guerra total. Pero incluso una guerra regional en gran  escala podría causar daños irreparables y terminar pareciéndose al genocidio practicado en Europa oriental contra judíos y eslavos. Piénsese en lo que podría ocurrirle al pueblo palestino en una situación semejante. O a los israelíes, si el fiel de la balanza se inclinase para el otro lado.

Sin duda estamos frente a un momento de excepción en la historia contemporánea. El nazismo surgió precisamente como un instrumento del capitalismo para responder al temor que sentía ante la amenaza del marxismo, que por aquellos tiempos representaba una ideología que imantaba muchas voluntades a nivel global y que había cobrado una forma concreta en una localización geográfica precisa, la Rusia soviética. Que por sus propias circunstancias y por la herencia de locura que devenía del trauma de la primera guerra mundial, el nazismo terminara constituyéndose en un movimiento librado a su propia energía demoníaca que terminó arrastrando al abismo a quienes en un momento creyeron poder utilizarlo, no desmiente el hecho de que el racismo fue y es un vector eficaz del terrorismo capitalista cuando las papas queman, desviando la atención del público de la raíz real de los problemas para referenciarla a algo que no puede considerarse como la causa sino apenas como la consecuencia de dichos problemas.

Los flujos migratorios que arrastran a enormes masas de seres humanos excitan el sentido de la particularidad en los colectivos nacionales que se sienten invadidos y agredidos por la aparición en su seno de elementos que difieren de ellos por la piel, las costumbres y la pertenencia confesional. En estas condiciones, si no existe una explicación que ilumine al conjunto de la escena, es fácil que mucha gente sienta que se encuentra ejerciendo su derecho de autodefensa cuando se opone a la inmigración indiscriminada y se vuelca a las medidas represivas y expulsivas contra esta. El crecimiento de la derecha populista en Europa se vincula hasta cierto punto con este factor, aunque también pesa en su auge la desintegración social promovida por el neoliberalismo. En cualquier caso la tendencia está clara: una porción creciente de la población se inclina por la represión de los alógenos y los estamentos de gobierno están lejos de combatirla.  O la combate de labios para afuera. Según Mondialisation (versión francesa de Global Research) la Comisión de la Unión Europea, por ejemplo, prevé triplicar sus gastos en materia de migración en los próximos seis años, de 15 mil a 35 mil millones de euros. Pero este dinero no será gastado para sostener e integrar a los refugiados, sino para perfeccionar el hermetismo de las fronteras europeas, expulsar a los refugiados en masa y financiar medidas que los disuadan de entrar en Europa, quizá  practicando en una suerte de asistencialismo para que se los hacine en campamentos en sus países de origen. Los efectivos de la policía de protección de fronteras, Frontex, deben pasar de 1.000 a 10.000 agentes, poderosamente equipados y armados técnica y militarmente.

La propaganda de los grandes medios de comunicación  tiende a invertir las coordenadas de la cuestión al asignar la culpa del desorden que existe a estas nuevas invasiones bárbaras. Al problema se lo comprende mejor si se lo aborda al revés: la catarata migratoria proviene esencialmente del estado miserable en que las iniciativas económicas y militares del imperialismo norteamericano y sus socios han dejado al medio oriente y al África subsahariana. El problema es el mismo en otras partes del globo, pero quizá no se lo advierte tanto porque no se los ha sufrido en semejante escala y durante un tiempo tan prolongado. El factor geopolítico y el energético han fabricado, en especial del medio oriente, un nudo inextricable que, con los actuales dirigentes de occidente y las directrices que imparten, jamás podrá resolverse. Lejos de admitir que la raíz del desorden se encuentra en la voluntad de dominar a los países ricos en energías no renovables y  por los que circula o habrá de circular el tráfico del comercio de la Ruta de la Seda, llamada a revolucionar las condiciones en las que se mueve la economía mundial y a pavimentar el camino por el que asciende China,  EE.UU. y la UE persisten en su programa belicista para controlar la zona, mientras que atizan desde hace décadas los conflictos tribales del África negra para mejor sacar provecho de sus materias primas.

Para ellos la teoría de un mundo unipolar sigue vigente, pese a que todo indica que el poder global tiende a dividirse cada vez más. Mientras propinan lecciones de democracia abstracta a los países atrasados, los mantienen en una situación de caos permanente. Lejos de reconocer su responsabilidad en el problema prefieren adjudicársela a los “bárbaros recién bajados de los árboles” que serían incapaces de dirimir sus diferencias pacíficamente. Es una actitud similar a la del viejo colonialismo del siglo XIX, y que toca los mismos resortes psicológicos que entonces en el público metropolitano.  Si hasta ahora las cosas no han pasado a mayores (es decir, si no se han iniciado expediciones punitivas para rechazar a los inmigrantes y destruir sus puntos de embarque) es porque ciertas prácticas son políticamente costosas –las revoluciones rusa o china o los alzamientos coloniales no han pasado en vano- o porque todavía no se lo considera necesario. Pero la tendencia a proceder cada vez con mayor severidad existe, por mucho que haya quienes desean que no se bloquee el ingreso de inmigrantes de manera total porque asegura la existencia de un apreciable ejército de reserva para el trabajo, y en consecuencia enarbolan banderas humanitarias y aparentan restringir las proclividades xenófobas. Los propagandistas de la mano fuerte están pasando por encima de estos discursos y se aprestan a actuar expeditivamente. El primer ministro húngaro Viktor Orbán es uno de los populistas de derecha que ha tomado ya una decisión de contornos que recuerdan las disposiciones del nazismo: ha decidido que quienquiera preste ayuda a un refugiado ilegal sea encarcelado. Matteo Salvini, ministro del interior italiano del flamante gobierno que coaliga a La Lega con el Movimento Cinque Stelle, no ha vacilado un momento en cerrar los puertos de su país al ingreso de más inmigrantes provenientes de África y ha hecho que la nave Acquario, con varios cientos de refugiados, deba ir a atracar en el puerto de Valencia, en España, para descargar su pasaje. Es evidente que la situación de Italia en el tema de los refugiados resulta especialmente difícil, pues la península ha sido hasta ahora el mayor repositorio de inmigrantes, y sus gobernantes exigen del resto de los países de la UE una actitud de mayor reciprocidad para solventar con un mayor grado de igualdad el problema.

La crisis de los refugiados hace evidente la imposibilidad de seguir queriendo tapar el cielo con un harnero. El mundo está revuelto, la crisis capitalista no tiene enmienda dentro de su actual marco de referencias  y no hay soluciones rápidas de los factores que configuran el drama. Las generaciones futuras contemplarán el desenlace de la batalla que se viene.

 

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