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11
NOV
2019
La Paz contra Santiago, el triunfo de Alberto Fernández y la caída de Evo Morales. El momento latinoamericano parece estar presenciando el choque de dos corrientes que se perfilan como una ofensiva y otra contraofensiva.

En Bolivia se acaba de consumar una más de las indignidades que salpican la historia de América latina. En una operación bien calculada, el imperialismo norteamericano y las fuerzas locales que consciente o inconscientemente responden a sus directivas, han derrocado al presidente constitucional Evo Morales. Es importante señalar que este hecho no se produce aisladamente, sino que es parte de un proceso que arranca con la destitución de Manuel Zelaya, en Honduras, prosigue luego con la expulsión del presidente Lugo en Paraguay; arremete contra el gobierno bolivariano de Venezuela, se perfecciona en Ecuador con la traición del delfín de Hugo Correa, Lenín Moreno; continúa en Brasil con el impeachment y la expulsión de la presidente Dilma Roussef, perfeccionada con el juicio y  la prisión de Lula da Silva para cortar a este el camino a la presidencia; y en Argentina alcanza su cénit con los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri, el cual, basándose en una ínfima -dos puntos y medio- superioridad electoral, pone al país de cabeza, lo desindustrializa en la medida que puede, lo entrega a la timba financiera y saquea sus reservas para pagar con ellas las deudas que él mismo ha contraído en el circuito internacional del dinero del que sus propios personeros forman parte.  

La oleada neoliberal que apunta a la neutralización de las tendencias populares (o “populistas”) se mueve sobre las ruedas de un trípode devastador: el “lawfare”, o sea la guerra judicial como método para acorralar y encarcelar al contrincante en base a acusaciones en general falsas o provistas apenas de un poco de verdad; la manipulación informativa practicada por los oligopolios de la comunicación que copan el panorama en contubernio con  los servicios de inteligencia que suministran el material para estos juegos de masacre; y, eventualmente, la represión armada cuando ella se hace necesaria.

Esta oleada reaccionaria cobra cuerpo sobre todo a partir del triunfo de Cambiemos en Argentina. Vale la pena señalarlo, pues nuestro país ha servido a menudo como punto de partida o elemento indicador de más de una de las oleadas históricas que han recorrido al subcontinente: la reforma universitaria, el peronismo, los fermentos en torno a la malhadada teoría del foco, los intentos de dar forma a la Patria Grande con la conjunción del kirchnerismo, el chavismo y el “trabalhismo” en la cumbre de Mar del Plata; pero también con movimientos adversos a esas corrientes progresivas, como lo es el fenómeno Cambiemos, cuya legitimación en las urnas en el 2015 inauguró la oleada neoliberal y la moda de los juicios truchos para destruir a los movimientos que, mal que bien, encarnan las aspiraciones populares.

Por estos días el formidable triunfo en las urnas del Frente de Todos vino a cancelar o a frenar, provisoriamente, la hegemonía neoliberal en Argentina. El fenómeno parece haber influenciado al subcontinente, ayudando a desatar una disconformidad con el estado de cosas que ha encontrado su expresión más explosiva en la insurrección del pueblo chileno contra el gobierno de Sebastián Piñera y en cierto modo también contra los  partidos de la Concertación. Esa victoria asimismo puede haber estar en el fondo de la decisión de la justicia brasileña de sacar a Lula de la cárcel. Este flujo progresivo, ¿puede haber determinado a las agencias imperiales a precipitar un golpe en Bolivia, para trazar una bisectriz que parta por el medio el ascenso de las masas populares en el Cono Sur?

Es más que posible. El daño que el golpe contra Morales causa al proyecto de Alberto Fernández en el sentido de reconstruir los vínculos solidarios que habían existido cuando se fundaron el Mercosur y la UNASUR, es grave. Ello debería llevarnos a tomar en consideración cuáles son las vías por las cuales los logros costosamente elaborados del bando popular pueden ser defendidos. Hay que estar atentos y comprender que no bastan los éxitos económicos para constituir una base firme de resistencia. En Bolivia la puñalada asestada al MAS ha conseguido su objetivo a pesar de que ese gobierno había obtenido logros inéditos en materia de progreso social, el crecimiento, la redistribución, la mejora de las infraestructuras, los indicadores micro y macroeconómicos…  Nada de esto alcanza cuando se debe enfrentar a la conspiración de los elementos que mencionábamos más arriba y a los sectores sociales manipulados a partir de sus bajos instintos: el racismo, el odio de clase y… la ignorancia. Una ignorancia fomentada sabiamente (si cabe la paradoja) desde los medios de comunicación y esparcimiento, que nos saturan con un discurso único y con modelos ficcionales cuya artificialidad aspira a robotizar al espectador. Desde el bando nacional-popular  hay que  cuidar no incurrir en yerros demasiado importantes. La pretensión de Evo Morales de perpetuarse en el poder, aunque se fundara en motivaciones no egoístas sino en una verdadera vocación de servicio, hizo un flaco favor a su país y suministró el pretexto justo que la oposición necesitaba para acorralarlo y expulsarlo del escenario.

El panorama que enfrentamos en el amanecer del nuevo día que parecen implicar la victoria de la fórmula F-F en Argentina y el levantamiento chileno, es muy complicado, como era inevitable que lo fuera. Es incierto para todos, también, pues la caída de Morales es un grave paso atrás pero aún no ha definido nada en Bolivia, ya que los protagonistas visibles del reemplazo del presidente –los políticos Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho -líder de las fuerzas del Oriente boliviano- y el jefe del ejército el general Williams Kaliman, no tienen necesariamente objetivos comunes y deben enfrentarse a una asamblea legislativa con mayoría del MAS y a la imponente masa de seguidores de este movimiento. Tal como está en este momento, la situación en Bolivia se asemeja más al caos que a un cambio de poder, donde se suelen reconocer directivas firmes.

Ahora bien, el caos no le importa un comino al imperio, que ha logrado lo que se proponía y que si el desorden crece se complacerá en dejar hacer y sacar partido de él, como lo hizo en Libia, donde la vorágine llevó al linchamiento de Mohammed Gadafi. Bolivia tiene precedentes terribles en este sentido, como el asesinato y colgamiento del presidente Gualberto Villarroel y sus edecanes en los faroles de la Plaza Murillo, en La Paz, frente al palacio de gobierno. Lo que se impone ahora, por lo tanto, es salvaguardar la vida de Evo, de Álvaro García Linera y de sus compañeros. Luego se verá. 

 

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