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31
MAR
2020
Córdoba en cuarentena. Foto La Voz.
Córdoba en cuarentena. Foto La Voz.
Alberto Fernández pilotea con firmeza la crisis del corona virus. Pero quizá a las advertencias formuladas contra quienes no sienten su deber solidario, deba sumarse una dosis no pequeña de energía.

Es difícil evadir el tema del corona virus. Y se corre el riesgo de caer en la “opinionología”. Pero sin ingresar al tema de la enfermedad en sí misma, creo que sí se puede hablar de las reacciones que se gestan en su torno. El gobierno argentino se ha movido muy bien ante la amenaza, ha abierto el paraguas antes de que la lluvia se transforme en diluvio y está haciendo, creo, todo lo posible para amortiguar el efecto de la pandemia cuando esta nos impacte de lleno, en los meses del otoño avanzado y el invierno. El presidente Alberto Fernández actúa con serenidad y presteza, y la oposición política, hasta aquí, ha acompañado las medidas con buena disposición. Pero el ciclo problemático que genera la epidemia no se agota con las medidas preventivas ni en el reclamo a la responsabilidad, la solidaridad y el buen sentido que se formulan desde fuentes autorizadas. El sistema capitalista, en especial en su variante neoliberal y salvaje, y en la forma en que esta se ha enraizado en Argentina, es una entidad implacable, blindada en el egoísmo de los detentores de las grandes fortunas y en el anonimato de las cuentas off shore. Y si la crisis del corona virus pone en evidencia la necesidad de que el Estado recobre una presencia que jamás debió haber perdido y se ocupe de gestionar una inesperada amenaza a la supervivencia de cientos de miles o de millones de seres humanos, también es cierto que exacerba el sagrado egoísmo de los más ricos, que por serlo se creen los más aptos y los únicos capaces de evaluar las condiciones por las que debe regirse la economía. La preservación de sus márgenes de ganancia y la intangibilidad de sus fortunas son los principales y diríase que casi los únicos factores por los que su universo se rige.

El dueño de Techint (o su principal accionista, o lo que sea), el Sr. Paolo Rocca, decidió, en medio del parate económico obligado por la cuarentena y por el naufragio de las bolsas mundiales, despedir a 1.450 empleados de su empresa, suministrando así, de paso, un caso testigo y un estímulo para que otras empresas hagan lo propio, tal vez amparándose en la figura jurídica del caso de fuerza mayor. La empresa aduce –por boca de Miguel Ángel Toma, aún integrante de su directorio como representante del estado en la empresa- que los trabajadores despedidos de Techint Construcciones pasan a depender del fondo de desempleo de la UOCRA, pues se trata de obras suspendidas temporalmente por la empresa. El ex jefe de inteligencia del gobierno de Eduardo Duhalde dijo que los operarios volverían a ocupar sus puestos cuando se reanuden las tareas. Dato incognoscible e imposible de pronosticar. Casi tanto como el sueldo que cobrarán de la UOCRA los trabajadores dejados a la deriva.

Esta medida brutal es una provocación y una cirugía sin anestesia, tomada por una empresa que cuenta con un enorme capital y que ha hecho siempre buenos negocios. Ahora bien, refleja el talante implacable del sistema en que vivimos. Pero si ese es el signo de los tiempos que vienen, convendría que el gobierno tomase los recaudos para evitar el rebote que esas medidas van a suscitar en quienes sean sus víctimas. Si cunde el ejemplo de Techint, los saqueos estarán a la vuelta de la esquina. El ministerio de Trabajo ha dispuesto la conciliación obligatoria en el caso de los despedidos de esa empresa, pero me temo que no baste. Quizá habría que alzar el tono y recordarle al Sr. Rocca que su familia se enriqueció aupada al estado argentino, y en ocasiones de una manera más que sospechosa. Como señala Alfredo Zaiat en Página 12, “durante varias décadas la empresa obtuvo contratos de obras públicas, gasoductos, caminos que implicaron un desarrollo sostenido de su área de ingeniería y construcción. Recibió subsidios millonarios por regímenes de promoción industrial con exenciones impositivas, se benefició de preferencias arancelarias, de la licuación de pasivos financieros a través del sistema de seguros de cambio para la deuda externa privada… Contabilizó ganancias extraordinarias por su participación activa en privatizaciones… La enajenación de activos estatales afianzó al corazón del grupo, la siderurgia… y con la compra a precio de ganga de Somisa pasó a dominar un sector estratégico de la economía… Esto llevó a un extraordinario crecimiento patrimonial, que le consintió consolidar un poderoso conglomerado internacional (con sede en Luxemburgo), gracias al beneficio del aporte de recursos públicos y protección estatal”. [i]

No habría estado demás, entonces, que el presidente Fernández hubiera cerrado su discurso del domingo con una fuerte advertencia referida a la posibilidad de iniciar las acciones legales dirigidas a una eventual nacionalización de la empresa. Si se comprendiese que esa advertencia encierra una voluntad efectiva de poner en práctica lo enunciado, la mayoría de la opinión se sentirá confortada y los saboteadores, o aspirantes a tales, lo pensarán dos veces antes de seguir poniendo zancadillas al difícil proceso de recuperación que el país tiene por delante.

Asimismo, la inflación que se produce, a pesar de los precios fijados por el gobierno, en rubros críticos como el gel, las mascarillas, los guantes y los alimentos en general, hace evidente la necesidad no solo de declamar, sino de aplicar todo el peso de la ley contra los acaparadores y agiotistas. A la cuenta del gobierno hay que cargar el problema de la provisión de efectivo y también y, tal vez sobre todo, los inconvenientes que están surgiendo con la utilización de las tarjetas de débito y crédito –el sistema más idóneo para limitar el contagio que se produce a través de la manipulación del efectivo traído y llevado-, que están siendo rechazadas por los comercios de cercanías por las tasas que se cobran los bancos y por la demora en transferirles el cash a sus cuentas.

La pandemia financiera

El carácter inestable y alocado del actual sistema económico, a nivel global, puede captarse en un informe de Miguel Boggiano publicado en Ámbito Financiero.[ii] Boggiano dice que sorprende la estampida de CEOS que desde hace un año se viene produciendo en Estados Unidos. Los grandes ejecutivos se jubilan o dimiten de sus puestos a toda prisa. Su fuga no se relacionó, al menos en un primer momento, con el corona virus, sino en todo caso con una crisis que se presentía y que la pandemia vino a desencadenar. Los bancos centrales de las grandes potencias venían inyectando en el mercado grandes cantidades de crédito a bajo costo. Las mega empresas aprovecharon esos créditos en programas de recompra de acciones. Por ejemplo, la empresa X se endeuda emitiendo bonos corporativos para con esa plata recomprar las acciones de la misma empresa X y sacarlas de         circulación. Con ese mecanismo se aumenta la demanda por esas acciones de manera artificial (la empresa misma empuja el precio hacia arriba). El ratio por acción aumenta, no por mayores ganancias sino por el menor número de acciones disponibles. Esto aumenta el precio de las acciones, pero deja a las empresas endeudadas y sin haber generado valor genuino alguno. Los CEOS embolsan sus bonos, ligados al precio de las acciones, se van y dejan a las empresas inermes frente a un sacudimiento como el que ahora justamente se está produciendo.

La irracionalidad del sistema que nos oprime se está acercando a un límite crítico. La naturalización del discurso único, la cháchara meritocrática, la captura de grandes sectores de población por la bobería televisiva, el desarraigo social inducido por estos medios, que tienden a encapsular a las masas en la burbuja familiar o a aplastarlas en la escualidez de las villas miseria, están favoreciendo al narcotráfico, incrementando la inseguridad, embotando la mente y suscitando rencores aún inconscientes en algunos y muy conscientes en otros, que instalan una atmósfera que puede no tardar en hacerse explosiva, si el curso de la crisis mundial se agrava. Frases como la del vicegobernador de Texas que dijo que los abuelos de Estados Unidos están dispuestos a morir de corona virus por salvar a la economía, se insertan en una lógica brutal que se refleja en las políticas que muchas autoridades preconizan en Norteamérica, Reino Unido y Brasil: construir una inmunidad para los grupos de bajo riesgo a costa del desamparo de los viejos. Es decir, mantener el ritmo económico contabilizando las bajas de la tercera edad como el precio a pagar por el sostenimiento del sistema. ¿No fue Christine Lagarde la que tiempo atrás estimó que el envejecimiento de la población mundial creaba un problema insostenible? El Covid 19 parece haberla dotado de una bomba neutrónica como la sacada del arsenal de la guerra fría: una bomba que extermina a los ancianos y deja en pie a la población útil, tal como ocurría con aquel dispositivo nuclear, que aniquilaba a los seres humanos pero dejaba a los edificios y a toda la infraestructura en pie. Noam Chomsky incluso asoció hace poco a la pandemia con una guerra biológica de baja intensidad.

Pero mejor dejemos de lado las hipótesis incomprobables y que seguramente serían tachadas de conspirativas. La situación actual y las actitudes de algunos gobernantes extranjeros más bien me traen a la memoria las imágenes de un bello film japonés de principios de los 80: “La balada de Narayama”. En él los habitantes de una pobrísima aldea japonesa, cuando un anciano se convertía en una carga, lo conducían a la cima del monte Narayama y lo dejaban ahí para que muriera. Sólo que la sociedad moderna no es un poblado japonés hambriento y perdido en el fondo de la edad media, sino un gigantesco conglomerado de fuerzas cuyo problema no reside en la falta de riquezas, sino en la abominable distribución de las mismas.

La palabra Revolución tintinea débilmente en el fondo de este túnel oscuro.

 

 

[i] Alfredo Zaiat, “Techint debería ser de todos”, Página 12 del lunes 30 de marzo.

 

[ii] Miguel Boggiano, “La gran estafa de los CEOS en Wall Street”, Ámbito Financiero, del lunes 30de marzo.

 

 

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