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27
SEP
2021
Submarinos australianos.
Submarinos australianos.
El acuerdo militar entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos apunta contra China y pone en evidencia un calentamiento del sistema mundial que desmiente el “fin de la historia” vaticinado después de la caída del comunismo.

El léxico de la política internacional moderna, tan atosigado de acrónimos, se ha visto en estos días enriquecido con un nuevo aporte. El 15 de setiembre, en efecto, se anunció oficialmente la constitución del AUKUS (Australia, United KIngdom, United States) , una alianza militar que apunta a la contención de la expansión china en el área Indo-Pacífico. Aunque el primer ministro inglés Boris Johnson dijo que el tratado no pretende hostigar a China, nadie se engaña al respecto y la naturaleza de los cometidos que encara la alianza lo especifican abiertamente: cooperación en capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías quantum (es decir, algo así como optimización en la gestión de la imagen y el color), y capacidad de operaciones submarinas en el área.

Estados Unidos y Gran Bretaña se han comprometido a entregar a Australia ocho submarinos a propulsión nuclear (que presuntamente no transportarían armas atómicas), lo cual automáticamente torpedeó el acuerdo que Australia había firmado con Francia para la venta por el país galo de 12 submarinos de propulsión convencional. Esa operación significaba un negocio de U$S 64.000 millones para la industria francesa. Se trata de un revés económico importantísimo para los franceses y no es de extrañar la indignación de Emanuel Macron ante la noticia; indignación que se dice podría escalar hasta la retirada de Francia de la OTAN. Los otros países de la Unión Europea se han solidarizado con París y habría que ver si este incidente no abre la puerta a un proceso de progresiva separación de la política europea respecto a la sofocante tutela de Washington y a la tóxica relación con Londres. No pocas voces se dejan oír desde hace años en este sentido y el viejo reclamo del general De Gaulle en pro de constituir un bloque que llegase del Atlántico a los Urales nunca dejó de constituir un lema para muchos europeos que soportan con mal disimulado fastidio la “protección” estadounidense.

 China ha recibido el anuncio, como era de esperarse, con protestas. Al gobierno de Pekín no le cabe ninguna duda del sentido del emprendimiento ni era de suponer que fuera a engañarse. La política internacional ha sido siempre un coto donde los contenciosos se dirimen en términos de fuerza. Por eso resultan tan irritantes las melopeas éticas con las que suelen arroparse los gobiernos para disimular el fondo de la cuestión. Está bien, es lógico que así sea porque el guante de terciopelo con que se calza al puño de hierro es útil para suavizar las rispideces y evitar excitar los resquemores gratuitos, pero conviene no engañarse y siempre tener en cuenta que en el fondo lo que está en cuestión es un tema de fuerza bruta. Y si no, que les pregunten a nuestros representantes la respuesta que reciben cada vez que entonan la reivindicación de las islas Malvinas y de nuestros derechos en el área austral.

Para China el AUKUS es un revés esperado. Va asociado a los riesgos que para el sistema mundo acarrea el mismo crecimiento chino. El axioma Crowe, tan citado por Henry Kissinger, conserva todo su poder: sea cual fuere el rumbo o las intenciones de la política exterior de una potencia que puede interferir en el área de tus propios intereses, el dato objetivo de su fuerza no puede ser pasado por alto y si ésta es muy elevada determina una amenaza implícita que no se puede ignorar. Los chinos no pueden hacer mucho más que afirmar sus buenas intenciones y solicitar a sus contrincantes que no los hostiguen. Esto es, señalar que “los países no deberían formar bloques destinados a dañar a terceras partes”. Es un principio muy moral, pero el dato del poder ascendente de la potencia que lo proclama, nubla su credibilidad para quienes la perciben como amenaza.

No parece que los chinos puedan contrabatir la iniciativa angloamericana exteriorizada en el pacto AUKUS de otra manera que no sea aumentando el ya considerable volumen y sofisticación de sus capacidades militares, lo que empujará a un cierto grado de restricción económica en el plano interior chino, con todas la dificultades y peligros que esto comporta. Este tipo de desarrollo no es una novedad en la historia reciente: Estados Unidos ganó la guerra fría forzando a la URSS a una competencia que no podía sostener y, 80 años atrás, con otros matices, puso en práctica la misma metodología para forzar a Japón a atacarle. Aquí de momento no hay posibilidades de que la historia vaya a repetirse en los mismos términos, pero el sentido en que discurren las cosas no es demasiado diferente.

China y Rusia son adjetivadas sin cesar como potencias agresoras de parte de occidente, sin que en realidad se perciban mayores signos en ese sentido de parte de Pekín y Moscú; antes al contrario, lo que se observa, en especial en el caso de Rusia, es una presión constante de la OTAN contra sus fronteras con posterioridad a la pérdida del glacis defensivo soviético en Europa oriental. A partir de allí se produjo la amputación de Ucrania y la guerra de zapa que se realiza contra Bielorrusia y que también se ejerce en los ex fragmentos de la ex URSS donde hay una alta proporción de habitantes de confesión musulmana.

A su vez China, que escapa a la regulación económica global que querría imponer Estados Unidos y que, por el contrario, intenta competir con esta y diversificar el mercado global a través de iniciativas como la Ruta de la Seda, ve crecer en torno suyo las bases y las alianzas militares que no pueden estar dirigidas si no en su contra. Sus medidas de autoprotección, como son la ocupación de las islas Spratly y Paracelso[i], en el Mar de la China del Sur, así como su creación de islas artificiales en los mismos lares, pueden ser descritas fácilmente por la propaganda occidental como despliegues ofensivos, cuando en realidad van más en el sentido de tender un escudo de protección sobre las vías marítimas por donde circula su tráfico y circula una elevada proporción del tráfico del mundo entero. El Mar de la China del Sur conecta al Océano Índico con el Pacífico occidental. Por sus aguas circula alrededor de un tercio del tráfico marítimo comercial del planeta, lo que incluye la mitad de los contenedores, un tercio de la carga de granos y dos tercios de los envíos de petróleo procedentes del estrecho de Ormuz, puerta de salida del golfo Pérsico. Por el estratégico estrecho de Malaca, que comunica el Índico con el Mar de China Meridional, transita también el 80 por ciento de las importaciones de crudo chinas.

Los componentes de la rivalidad global del siglo XXI están claros, por lo tanto. E indican un par de sorpresas. Una es que, al contrario de lo que se auguraba acerca de que el siglo XXI sería un “siglo americano”, Washington tiene en cambio que aprestarse a lidiar contra contendientes globales de gran peso específico y que disponen de un control estatal –en especial en el caso chino- flexible pero disciplinado de la economía, mientras que su propia especificidad económica dicta una relativa subordinación del ejecutivo a las ocurrencias del neoliberalismo y su proyecto.

Las características geopolíticas del siglo XX se reiteran, sólo que a una escala incomparablemente mayor: las potencias oceánicas del “creciente exterior” contra las del “área pivote” o “heartland” del actual bloque euroasiático. Por supuesto que dentro de este esquema global caben infinidad de variantes: cómo calcularlas y combinarlas es el arte de la política y lo que hace indispensable la capacidad de gestión de parte de los encargados de administrar las relaciones exteriores. Sin olvidar otro dato básico sin el cual ninguna geoestrategia tendría éxito o capacidad de desarrollarse: las pulsiones de la masa de habitantes del planeta, que no son peones en un tablero y pretenden comer, educarse y disponer de una dosis apreciable de libertad para realizarse. De este conglomerado de seres humanos brotan las ideas que intervienen las líneas maestras del gran juego y que pueden, si no cambiarlas del todo, sí imprimirles orientaciones que rehúyen cualquier interpretación fatalista del mundo, trazada a cordel.

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[i] Aunque en parte ocupadas por China, se trata de islas en disputa entre la República Popular China, Taiwán y Vietnam en el caso de las Paracelso, y entre la RPC y Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei, en el de las Spratly. (Wikipedia).

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