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04
NOV
2021
Las elecciones del 14 pueden alterar la relación de fuerzas en el Congreso.
Las elecciones del 14 pueden alterar la relación de fuerzas en el Congreso.
Es difícil que se puedan revertir totalmente los indicadores que dieron las PASO. De todos modos hay que librar la mejor batalla que se pueda y pensar una estrategia en profundidad para el futuro, cualquiera sea el resultado de las elecciones.

Gramsci acuñó el famoso apotegma que predicaba asociar, para sobrellevar las variaciones y adversidades del destino histórico, al pesimismo de la conciencia con el optimismo de la voluntad. Sin duda es una fórmula que comprime todo un programa de vida en una síntesis magistral. La cosa se complica, sin embargo, cuando a esos dos términos tajantes se les adosa la fatiga. Y este es el factor que muchos sentimos nos invade a medida que vamos acercándonos a la pared del iceberg: las elecciones de medio término que se celebrarán el 14 de noviembre. Para nosotros, los más viejos, la experiencia negativa acumulada es un fardo difícil de transportar. Y con todo… hay que seguir confrontando.

El decurso histórico de la Argentina pasa probablemente por su hora, no diría más oscura, pero sí más deprimente. El sistema de partidos está desintegrado, no hay vectores políticos dotados de peso en los sectores populares que sean capaces de transmitir un mensaje coherente y que se manifiesten en disposición de tomar al toro por las astas; y el toro, es decir, el establishment, pese a que también se configura a través de una muestra abigarrada de carteles e insignias, ostenta su tradicional habilidad para apuntar certeramente al blanco y seguir así regodeándose con sus recetas que, por estos años, sólo han aportado destrucción, compromiso de nuestros recursos naturales y deudas imposibles de levantar.

La verdad es que, por desgaste más que cualquier otro factor, el aparato constrictor, estrangulador, del desarrollo argentino ha logrado hasta ahora lo que en definitiva fue siempre su primer objetivo: que el país no progrese o lo haga demasiado parsimoniosamente; que siga atado a un modelo extractivo, especulador y rentístico que tuvo su momento de gloria allá por el Centenario. Ese núcleo se ha aferrado a ese esquema básico a pesar de los cambios que se verificaron en la sociedad y en el mundo. Sea por intoxicación cultural y comunicacional, sea por una práctica desembozada de la fuerza bruta, el sector habiente de nuestra sociedad –ínfimo en relación a la mayoría- ha podido engatusar o encadenar a sectores importantes del público y distraerlo de lo que debería ser su principal preocupación: la fijación y puesta en práctica de políticas que comprendan a la nación como un todo que debe aspirar a proyectarse sobre el subcontinente, en alianza con las fuerzas que pugnan o han pugnado, como en nuestro país, por revertir esta situación de dependencia y parálisis. Redistribuir la renta a través de una reforma progresiva de la carga impositiva, someter a control (por las buenas o por las malas, por persuasión amistosa o por sanciones) al egoísmo de clase; vigilar los precios, proveer empleo, para lo cual es necesario industrializar y perfeccionar los métodos productivos con tecnologías de punta; aprender a verse en el mundo de acuerdo a la propia proyección geopolítica; componer políticas de estado que tomen en cuenta a la educación y la salud de las mayorías, la defensa y la seguridad interna y externa, son las pautas a las que hay que adecuarse si se quiere forjar un esquema de desarrollo realista. El resto es hojarasca ideológica o liturgias mágicas, a veces atendibles, cuando son enunciadas de buena fe; en otras forjadas con el deliberado propósito de confundir o engañar. No hay que desdeñar a las primeras, pues han sido las fórmulas a través de las cuales las masas han accedido a la conciencia de sí mismas, pero no hay que fijarse a ellas como si de un mantra se tratase.

Ocurre sin embargo que esta figuración de un movimiento ideal no es, de momento, mucho más que una expresión de deseos. Lo que hay es lo que tenemos a mano, y es con esto que debemos ir marchando hacia el próximo cruce electoral. El Frente de Todos cruje por sus cuadernas, y eso es saludado por la oposición con alegría, aunque gran parte de sus votantes no exprese con ella mucho más que la reafirmación de su antipatía visceral por el peronismo y, sobre todo, por su expresión más reciente, el kirchnerismo. Ya nos hemos referido muchas veces a los componentes psicológicos de este resentimiento, que combinan una especie de racismo larvado -de prosapia unitaria-, complicada con un complejo de inmigrante europeo que tiende a sentirse superior a “los hijos del país”. A esto vino a añadirse, en el último medio siglo, el espanto que causó el aventurerismo de algunos retoños de la clase media convertidos al “foquismo”, sacrificados en una rebelión estéril que prefirió engatusarse con los datos de un revolucionarismo voluntarista y abstracto en vez de intentar comprender los elementos que componían la realidad práctica del país donde operaban y que constituían la pared contra la que iban a estrellarse. Algo de este dogmatismo sobrevive en ciertos segmentos del FdT, atenuados pero a veces estridentes, lo que contribuye a espeluznar a quienes no quieren volver a respirar ni el relente de los años de plomo.

El orden

Todas las sociedades piden orden y orden es lo que hay que darles. Pero la cuestión es de qué orden se trata. No puede provenir de la injusticia, pues si esta prevalece lo que tendremos será el encono y una violencia que se revuelve sobre sí misma. Y esto es lo que propone la coalición conservadora de Juntos por el Cambio, cuya noción de “cambio” es un contrasentido, pues consiste en remachar un orden social que se adecue a un país para pocos, dejando fuera a un 30 por ciento o más de su población: mano de obra desocupada que fungirá a modo de ejército de reserva del trabajo que ayudará a mantener deprimido el salario. La consecuencia de esto no puede ser otra cosa que la degradación y la violencia que ya nos afligen, pero incrementados a la enésima potencia y reprimidos por la fuerza pública.

Esto nos pone ante la opción de hierro de votar al Frente de Todos. No es suficiente, lo sé; no es el “non plus ultra” de un movimiento de cambio; pero no queda otra, de momento. El frente popular está desintegrado. No solo a nivel superficie, a nivel del movimiento que lidera al conjunto, sino en los sectores sociales que siempre le habían servido de base. La clase obrera y los sectores populares que aprovechaban la movilidad ascendente de la sociedad argentina para aspirar a ingresar a un nivel superior, más muchos sectores de la clase media que se identificaban con los postulados nacionalistas y socialmente progresivos del peronismo, eran la entidad indiscutiblemente mayoritaria. Hoy la clase obrera normalizada y organizada, integrada en torno a sindicatos de ramo, es casi una minoría, mientras crece fuera de proporción el sector del trabajo precario o de la desocupación lisa y llana. La movilidad ascendente de la sociedad argentina se ha transformado en una movilidad descendente, lo que exacerba las tensiones entre los sectores pobres y redirige su resentimiento hacia quienes se encuentran inmediatamente próximos. Para el caso, como señala José Natanson, el barrio de clase media baja que se codea con la villa miseria, el pequeño comerciante que siente que se arruina por la competencia de los vendedores callejeros, el simple transeúnte que no dispone de coche para trasladarse y vive con el temor de ser asaltado mientras circula por la calle o espera el ómnibus. La proliferación de la droga en los sectores más deprimidos contribuye a complicar las cosas e incluso suministra letra a María Eugenia Vidal para profundizar livianamente la grieta entre “la gente como uno” y los que no lo son; o sea, los sectores deprimidos. Los primeros, si deciden drogarse lo hacen amena y privadamente en Palermo, sin molestar a nadie, mientras que el pobrerío bruto se castiga con “merca”, es presa del traficante y sale a delinquir en la periferia de la gran ciudad… Este es el trasfondo psicológico que la ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires dejó escapar cándidamente en un reportaje, con lo que no hizo más que exhibir su alienación y la alienación de su grupo respecto de la cruda realidad que envuelve a un país donde, para algunos, drogarse es una escapada, casi un deporte, mientras que para muchísimos otros representa un empujón al abismo: un estímulo para salir de un infierno para sumergirse en otro más profundo todavía.

La campaña

La contraposición entre la gravedad de los problemas que nos agobian y el tono encendido pero banal, superficial o meramente escandaloso de la campaña electoral tal como se la realiza en los medios, es el dato que indica más agudamente el impasse en que se encuentra nuestra sociedad. En el bando opositor la repetición mecánica de mentiras, calumnias y ataques personales, la mayor parte de los cuales ya han quedado refutados en sede judicial, pero a los que se vuelve como a verdades reveladas, es el indicio de una obcecación que sólo es posible y viable, como elemento de propaganda, por la existencia de un oligopolio que ocupa la inmensa mayoría de los espacios de comunicación. Esta potestad permite incluso reflotar, como si de ideas nuevas se tratase, las fórmulas neoliberales que una y otra vez hundieron al país en el desastre, arrastrándonos a crisis como las del 2001 y el 2019, sin hablar de las que las precedieron en tiempos de Krieger Vasena, Rodrigo o la contrarrevolución de 1955, que fueron atándonos cada vez más estrechamente a una deuda externa siempre más y más pesada.

En el bando oficialista, por su parte, la campaña carece de mordiente. Si bien se utilizan argumentos correctos en torno a los problemas, no se los enfatiza lo suficiente y, lo que es más grave, son relegados en aras al anecdotario personal y picante, y a las invectivas, también aquí, de carácter individual. Creo que Mauricio Macri es un ser detestable, un “niño bien” encaramado al poder a partir de una fortuna heredada,[i] pagado de sí mismo, carente de simpatía humana y de cultura, pero si bien es preciso develar las trapisondas que han consumado él y sus amigos, más importante resulta representar el conjunto de factores sociales e históricos que lo explican. En primer lugar, la naturaleza delictiva del empréstito de 45.000 millones de dólares contraído con el Fondo Monetario Internacional y que arrojó al país, antes de que la pandemia terminara de profundizar la crisis, en una calesita de pagos y nuevos vencimientos.

¿Es aceptable que el gobierno y sus comunicadores no hayan hecho de esto el yunque y el martillo para revelar ante la opinión pública, de una vez por todas, la naturaleza parasitaria del establishment? ¿No es necesario poner en conexión este carácter suntuario con los hechos de nuestra historia? Es verdad que se está negociando con el FMI y que se quiere pactar –siempre-  con el ala que se presume “nacional” de la burguesía, pero no hay que llamarse a engaño: si el FMI decidiera un cambio de rumbo, ello no va a ser porque se sienta intimidado (y menos aún agraviado) por una actitud soberanista de parte de un estado vasallo, sino porque por alguna razón estratégica juzga conveniente hacerlo. En cuanto a nuestra gran burguesía empresaria…, bueno, nunca se ha distinguido por su voluntad de apoyar un desarrollo autónomo sino por su deseo de conciliar, de la mejor manera posible, sus intereses con los intereses que predominan en el mundo.

Sea como sea, hay que votar al Frente de Todos. Aunque pierda, hay que atenuar el daño que puede significar un revés a nivel parlamentario, que complicará aún más a un gobierno ya por demás problematizado. El día después se verá.

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[i] El gesto de arrebatar a un periodista de C5N el micrófono de la mano para tirárselo al suelo, es un dato revelador.

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