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18
NOV
2008

Esperando a Obama

Un mundo difícil encara al sistema que Obama representa.
Un mundo difícil encara al sistema que Obama representa.
La ilusión del cambio acompaña al presidente electo de Estados Unidos. Pero el mundo es una madeja de problemas que el sistema no se propone cambiar en medida apreciable.

Mientras Barack Obama se apresta a tomar las riendas del poder en Washington, el gobierno de George W. Bush se apunta –o piensa apuntarse- un éxito de despedida. El pasado domingo el gobierno iraquí firmó un entendimiento con el de Estados Unidos para regular la retirada de las tropas norteamericanas del territorio de ese país. El documento suena a burla, pero así son las cosas cuando se arreglan pactos entre una superpotencia engreída de su fuerza y provista de voluntad hegemónica (a pesar de la crisis financiera que la afecta), y un país humillado, debilitado y extorsionado militar y económicamente por más una década y media.

El plan aprobado en Bagdad por el gobierno de Nuri el Maliki, pero que requiere todavía un refrendo parlamentario que debería producirse la semana próxima, es escandaloso. En él se estipula que el ejército y la marina de Estados Unidos retirarán de las ciudades iraquíes 152.000 soldados para Junio del año próximo, y que la evacuación deberá estar completada el 31 de diciembre de 2011. Estados Unidos se compromete por 10 años a “garantizar la seguridad” del país, a cambio del derecho usar el territorio, el espacio aéreo y marítimo de Irak, a establecer bases en su suelo, a entrenar tropas y almacenar material militar allí. El tratado permite asimismo que los norteamericanos arresten a cualquiera que actúe en contra de sus intereses dentro de Irak y les consiente controlar el tráfico aéreo sobre país.

El arreglo no es tal, no sólo por lo desvergonzado de sus cláusulas, sino también en la medida en que es arrancado por métodos extorsivos: según el primer ministro Barhan Saled, si para el 31 de Diciembre –fecha en que vence el mandato de las Naciones Unidas para que Estados Unidos ocupe el país- no ha sido refrendado el arreglo, Washington congelará los 50 mil millones de dólares que Irak tiene circulando en el mercado norteamericano y hará cumplir los débitos contraídos por Irak respecto del país ocupante. (1)

El cinismo pocas veces ha alcanzado niveles tan espectaculares. Y pocas veces la “lengua de madera” del discurso políticamente correcto se ha explayado con mayor desenvoltura. Después de bombardearlo, masacrarlo y hambrearlo por años, la Unión se arroga el derecho de “proteger” lo que queda de su víctima continuando con su explotación. Además, si las tropas regulares se retiran en gran parte, seguirían en el terreno los “contratistas” de Blackwater (u otro sello que reemplace al ya desprestigiado sin alterar su presencia y procedimientos) que mantendría instalados en ese territorio a decenas de miles de mercenarios, ocupados en suministrar protección a conglomerados empresarios dedicados a reconstruir Irak y a aprovechar sus recursos.

Pingüe negocio este, redondo por donde se lo vea, que consiste en arrasar un país y hacer pagar después a sus habitantes los costos de su reconstrucción.

La cuestión reside en saber si la resignación del gobierno iraquí para acordar estos términos con Estados Unidos va a ser compartida por el parlamento y cuál sería, en el caso de que esto no ocurra o que sus términos sean resistidos por las armas, la capacidad de la Unión para imponer este expediente por la fuerza. La primera es bastante posible, la segunda más improbable. La mayor parte de los iraquíes, sean sunnitas o shiítas –los kurdos son una formación extraña, que piensan en función a sus propios intereses independentistas- se oponen al acuerdo, y la entidad geopolítica iraní, que ejerce gran peso en la distribución de fuerzas en Irak, no puede simpatizar en ningún aspecto con el tratado. Con todo, como de lo que se trata es de “cabalgar en el viento y domar la tempestad”, es posible que en una primera instancia Irán no se oponga en forma abierta a la iniciativa corroborada por Maliki, prefiriendo torpedear luego el acuerdo desde adentro. Maliki, todo lo colaboracionista que sea respecto de Estados Unidos, es shiíta y tiene fuertes lazos con Teherán. Si obtuvo del gobierno de los ayatollahs el permiso para negociar el acuerdo, o si actuó por cuenta propia es una cuestión difícil de establecer; pero cabe presumir que los iraníes prefieren tener al frente del gobierno en Bagdad a un hombre de su confesión, antes que allanar el espacio a un golpe de estado propiciado por los USA y que instale en el gobierno a un tipo que vuelva la espalda a Irán. Para recomponer la situación los persas en última instancia cuentan con el nacionalismo shiíta iraquí, cuyo mayor exponente es el clérigo Moqtada al Sadr. cuyas milicias se han rearmado fuertemente.

Por otro lado, el resultado de la votación en el Parlamento iraquí, prevista para el 24 de Noviembre y que debe corroborar o rechazar el tratado, es un tanto incierta todavía. El partido de Maliki tiene una sólida mayoría –detenta 128 sitiales- pero no es seguro que tenga la suficiente disciplina para votar unánimemente el pacto, y los miembros sunnitas y los radicales shíítas de Moqtada al Sadr, que suman en conjunto 74 votos, con toda seguridad se opondrán a este.

Arreglar, aunque sea ficticiamente, una salida de este tipo de Irak, le permitiría salvar la cara a George Bush frente a su opinión pública. Por supuesto que frente a la opinión mundial esta clase de arreglo, se ratifique o no, supone una injuria de proporciones monumentales. La cuestión es ahora saber si el presidente entrante de Estados Unidos asumirá este tratado u ostentará alguna actitud para al menos maquillar un poco sus aspectos más degradantes.

No lo sabemos, pero el dato podría ser irrelevante. El problema consiste en que Estados Unidos –y en realidad el conjunto del conglomerado imperial que lidera- puede solo matizar algunos de sus comportamientos en el exterior, dado que lo sustancial de su política sólo podría cambiar si se modificasen radicalmente las coordenadas sociales que la hacen posible. Es decir, si el mundo, amén de dividirse en grandes potencias contrapuestas que se disputan su control, ve surgir movimientos políticos provistos de la certidumbre ideológica y de las habilidades técnicas que son necesarias para dar forma concreta al descontento, cuando no la desesperación, de las grandes masas que lo habitan.

El fondo de la cuestión

El renacimiento de la Utopía –entendiendo por Utopía la fijación de una meta realizable más allá de las contingencias de la coyuntura-, es un elemento indispensable para movilizar a los segmentos de una vanguardia política provista de un proyecto constructivo y a las corrientes populares que pueden seguirla. La recuperación de las grandes líneas del marxismo, si se las actualiza y se las pone en sintonía con los fenómenos de la revolución comunicacional y si se las depura de la arrogancia y el dogmatismo que contribuyeron a destruir los experimentos sociales acometidos en su nombre, es un expediente diría que inevitable. A este se pueden sumar otras corrientes del pensamiento positivo que, si se limpia al materialismo dialéctico de las capas de polvo que la historia depositó en él, podrían conjugarse en una corriente liberadora capaz de contrastar la anarquía de un sistema capitalista poseído de una fiebre mortal, que apunta a arrastrarnos a todos al abismo.

Ahora bien, si esto no ocurre, si no se puede ventilar el ambiente de la niebla desinformativa que sofoca al pensamiento crítico, lo que nos aguarda es siniestro. El dinamismo del sistema vigente propulsa el establecimiento de un poder tentacular, que podría dividirse dentro de sí mismo y generar un choque catastrófico entre sus partes (Rusia, China, Estados Unidos, Unión Europea); o bien (lo que es ya verificable) empujar a la multiplicación de las “guerras cuarta generación”; esto es, a la expansión de una multitud de movimientos insurreccionales que no serán capaces de revocar el desorden establecido, pero lo irán royendo durante un tiempo indeterminado.

Esto último no supondría el “fin de la historia” sino el ingreso a un período oscuro de esta, connotado por una violencia sin esperanza de salida inmediata.

Algunos de los fenómenos más radicales de este tipo de movimientos y guerras despuntan en varias partes del mundo. Los más extremistas son también los más susceptibles de ser controlados. Los puritanos fundamentalistas al estilo de Al Qaeda o los Talibanes pueden ser utilizados por sus enemigos para sembrar la confusión y generar rechazo entre las masas a las que esos movimientos encapsulados dentro de sí mismos en formaciones celulares –caso Al Qaeda- u orientados a un rigorismo religioso que se da de patadas con la modernidad –en el caso de los Talibanes- son incapaces de representar.

Pero existe otra variedad de movimientos que se orienta a una inserción dura, pero menos autoritaria y más flexible en el seno de las sociedades, que promete un caos a largo plazo. De un lado tenemos las organizaciones que en última instancia traducen al fundamentalismo los principios de la guerrilla maoísta. O vietnamita, o argelina o cualquier otra fundada en la necesidad de dar una respuesta a las necesidades urgentes de la población y a restituirle su identidad cultural arrollada por la ficción de la sociedad de consumo. De otro encontramos su reversión amoral, los carteles de la droga que, aunque tienen en su centro la voluntad de enriquecerse, por esto mismo y por la astucia que despliegan para suministrar dinero, servicios y lo que puede pasar por un buen gobierno local, revisten un carácter benéfico para muchísima gente, que con frecuencia suele encontrarlos menos corruptos que las autoridades oficiales del gobierno, a su vez muy inficionadas por las complicidades con las organizaciones del narcotráfico.

Este gigantesco desorden con seguridad no va a desaparecer en breve. Lo cual plantea una vez más la necesidad de mirar hacia nosotros mismos, hacia Argentina y Latinoamérica, tratando de descifrar la realidad y de organizarnos de manera paulatina como región provista una organicidad que nos permita crecer e ir controlando los factores del caos que nos amenaza. No se trata de plantearse objetivos milenaristas, no se trata de presumir que en un dos por tres vamos a erradicar el mal, sino de poner en funcionamiento los resortes de una riqueza latente para construir un conglomerado autárquico, capaz de relacionarse con el mundo hasta cierto punto en paridad de condiciones y, desde ese trabajo en marcha, comenzar a controlar a los elementos que nos inhabilitan por dentro para darnos la estatura que anhelamos. Nada hay más desalentador e irritante que observar como se desperdicia el tiempo en oportunismos faccionales que sólo sirven para especular en torno del poder pequeño. Los argumentos de campaña (porque siempre estamos en campaña, haya elecciones o no) son privilegiados por sobre los argumentos de fondo. En Argentina, cuestiones como la estatización de Aerolíneas, la recuperación de las AFJP por el Estado, el tema de las retenciones al agro, han servido para fomentar una agitación de corto vuelo, oportunista las más de las veces, sin que se ingrese nunca al debate de los temas de fondo que giran alrededor de la historia de los argentinos y del modelo de país que se pretende. Y al cual, a decir verdad, ni la oposición ni el gobierno terminan de definir programáticamente.

Los temas pendientes son legión, pero nadie parece pensar en ellos. La reforma fiscal, la estructuración de las redes caminera, ferroviaria y aérea de la nación, la reforma de la ley de entidades financieras, la ley de radiodifusión, el tema de la organización para la defensa, el rol de las Fuerzas Armadas y los proyectos vinculados a su potenciación en el marco latinoamericano; la cuestión de las ambiciones británicas en el Atlántico Sur, el servicio de la deuda externa, son asuntos que se pasan por alto en la prensa, en los foros televisivos y en el bazar político, donde apenas –a veces- se les concede algunas palabras desprovistas de peso específico.

El mundo está difícil, pero también se encuentra lleno de oportunidades, en especial cuando el modelo sistémico del neoliberalismo está revelando su carácter falaz y destructivo incluso para las potencias que lo prohijaron. Luchemos para instalar estos temas en el centro de la atención del pueblo.

 

[1] Asia Times, 18 de Noviembre de 2008. Los datos puntuales referidos al tema iraquí han sido extraídos de un artículo de Sami Moubayed: US wins early round over Iraq.

 

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