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29
FEB
2024
Un bien amenazado y que debemos preservar.
Un bien amenazado y que debemos preservar.
Javier Milei y las fuerzas que lo manipulan amenazan la unidad nacional. Aunque el proceso apenas se inicia, tiene una potencialidad muy peligrosa y debe ser combatido sin cuartel.

El autoritarismo necesita de fuerza para hacerse valer. De lo contrario se reduce a un gesto ridículo: a un ordenancismo estentóreo pero vacío. Los tweets que prodiga el primer mandatario a altas horas de la noche para invectivar a la “casta” o a cualquiera de los que considera sus enemigos; su ejercicio del poder en base a decretos de “necesidad y urgencia” que son verdaderos mandobles contra el bolsillo de los más necesitados, y sus poses –que incluyen salir al balcón de la Rosada, como orondo amo de casa, al lado del secretario de estado norteamericano para mostrarle la plaza y saludar a una multitud imaginaria- generan estupor y asombro. También excitan una propensión a la burla que habita el carácter nacional y que tiende a quitarle importancia a todo, como si la vida y la historia constituyesen una gigantesca broma.

Y bien, este último rasgo es tan inquietante como la torsión vesánica que se percibe en la actuación o sobreactuación de Javier Milei. Porque el país se está yendo al demonio y buscarle el costado cómico a lo que está pasando sin reparar en lo grave de los daños que se le están infligiendo y en lo insuperable que pueden llegar a ser, implicaría empezar a perder una batalla que todavía no se ha librado y que debería comprometer a todos los “argentinos de bien”. Para recurrir a una figura que acuñó Milei, pero que en este caso no apunta a realzar a una clase o raza de gente que se supone excelsa y se eleva por encima de otras (así sea parándose en puntas de pie) sino a quienes sienten al país como un todo, se reconocen como argentinos sin distinción ideológica y no quieren que ese todo se vaya al abismo.

El odio cainita que hace de contrapeso (o es más bien su complemento necesario) al humor cínico que mencionábamos antes, es en buena medida responsable de que estemos como estamos. Las luchas entre unitarios y federales en el siglo XIX; o entre la aspiración a constituir una sociedad autónoma, y la voluntad de aferrarse a un modelo que perpetuase la configuración dependiente que dio a la oligarquía y a su clientela una vida privilegiada bajo el paraguas de la semicolonia británica, constituyeron el trazo grueso de la grieta que nos ha dividido; pero aun allí se conservaba cierto respeto en lo referido a las fronteras nacionales, que el bando federal había sabido conseguir. Porque, aunque parezca mentira, lo que estamos viendo en este momento es el esbozo de la reedición de una lucha que se supuso cerrada con la revolución 1880. Asistimos a las primeras pulsiones centrífugas que apuntan a una virtual partición del país. Y ello debido fundamentalmente a la degeneración, quizá definitiva, de la clase poseyente que se benefició con el crecimiento deforme de la nación.

¿De qué otra manera puede evaluarse la aparición de un documento suscrito por los gobernadores patagónicos y firmado en nombre de las Provincias Unidas del Sur? ¿Y por qué no lo juzgamos disparatado? Pues porque es una reacción del país interior ante el desmanejo que se promueve desde el poder central. Este impulsa un ajuste que implica un reordenamiento económico arrasador de todo lo que se ha construido hasta hoy y que remata la trabajosa recuperación que se venía verificando después que la gestión Macri-Caputo endeudase al país hasta las calendas griegas. Los encargados de operar este proceso son los mismos que habían gestionado la timba financiera para enjugar la cual se hubo de contraer la deuda.

No es solo la chifladura de Milei, con sus amenazas y cortes de subsidios y coparticipaciones, lo que promueve el actual desbarajuste. Es la insania que deviene de la perspectiva angurrienta y deliberadamente miope de los operadores de la City, de los lobbies bancarios y empresarios, de los oligopolios agroexportadores y de algunos medios de comunicación de masas, que juegan la partida que conviene al sistema-mundo. Es decir, al conglomerado que intenta monopolizar la tecnología, las finanzas, el acceso a los recursos naturales del planeta, la fuerza militar, las armas de destrucción masiva y la desinformación: ya sea la que se vierte a través de las grandes agencias de noticias o la que circula torrencialmente por medio de la manipulación de las redes sociales.

Este conglomerado se sitúa en un plano impreciso, en una selva de siglas que etiquetan a organismos internacionales que no han sido votados por nadie y que jamás se someten al escrutinio público. Su objetivo es la disolución de los estados nacionales, de las defensas tras las cuales mal que bien los pueblos pueden sentirse contenidos y proveerse de recursos para la defensa de sus intereses. El nombre de anarco-capitalismo le cuadra bien siempre y cuando desenganchemos la palabra anarquía del carácter individualista que le diera la tradición de las luchas sociales y lo remplacemos por el del accionar absorbente de la concentración capitalista, signada por su naturaleza a aplastar a los más débiles en aras del beneficio del más fuerte.

 No quiero dramatizar en exceso y dar a entender que la Argentina se encuentra al borde de su disolución. No es así. Pero sí resulta evidente que si no se toma en serio el camino que se ha comenzado a recorrer, ese riesgo va a crecer. La crisis mundial se pronuncia y no nos va a ignorar. El mundo multipolar que está comenzando a tomar cuerpo constituye una amenaza mortal para el sistema y este, si sigue en pie, va a intentar aferrarse a lo que le queda. La Argentina ha venido de motu proprio a situarse en ese lugar. Milei imita a sus perros y menea su melena ante los poderosos para que no olviden que se encuentra a su disposición.

¿Tendrán los pueblos que se encuentran comprendidos en el sistema opresor los recursos necesarios para forzar un cambio de rumbo en la carrera hacia el báratro que las fuerzas que los orientan han asumido? ¿O se proseguirá por esta vía hasta desembocar en otra Edad de Hierro?

En la batalla mundial que se está fraguando, la Argentina tiene un papel que jugar. Dispone de enormes recursos y de una posición geoestratégica importante por su proyección a la Antártida y por encontrarse a caballo entre los océanos Atlántico y Pacífico. La guerra de Malvinas no fue el capricho de un presidente borracho: aprender algo de geopolítica no le vendría mal a nuestro progresismo ilustrado. Argentina cuenta con enormes reservas de agua dulce, con una inmensa riqueza ictícola y agropecuaria, y con reservas minerales entre las cuales el gas, el petróleo y el litio brindan un póquer de ases, que la ponen entre las gemas que al imperialismo le gustaría conservar. Pero para eso el imperialismo y los parásitos que se ponen a su servicio, tienen que deshacerse, no de los excedentes poblacionales, porque estos no existen aquí, sino de las posibilidades de que sus habitantes puedan mejorar sus aptitudes y adueñarse de su destino. Argentina ha poseído tradicionalmente un elevado nivel educativo, ahora en proceso de deterioro por el ataque sin tregua de sus detractores, que lo han bombardeado durante décadas. Terminar con esta capacidad es el objetivo maestro tanto del presidente Milei como de las fuerzas que lo rodean. Estas se encuentran a la expectativa de si bastará con sostener al clown para que cumpla con su cometido o si habrá que sustituirlo por alguien más presentable si se revela incapaz de dominar a sus demonios y naufraga en el caos que él mismo está generando.

Cómo evolucionarán las cosas en las próximas semanas y meses no cosa fácil de pronosticar. De una cosa podemos estar seguros, sin embargo, y es que no es posible quedarse sentados a ver como este anarco-capitalista pone en práctica su plan. Si es que puede llamarse plan a una salva de misiles de “necesidad y urgencia” con los que se propone gobernar. O, más bien, desgobernar. Que la Argentina cuente como sujeto consciente de sí mismo o que deje sus riquezas y su proyección geoestratégica a merced del primer venido, es importante para los poderes que se aprestan a medir sus fuerzas a nivel mundial. La cuestión está en saber si también lo será para nosotros.

 

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