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05
DIC
2012
Un paso adelante en la vía de la liberación. La Ley de Medios regula el espacio audiovisual y abre el camino al surgimiento de nuevas voces e inconformismos.

Se aproxima –esperemos que en forma definitiva esta vez- la total habilitación de la Ley de Medios. Es un salto cualitativo de enorme importancia, del cual podrá enorgullecerse el gobierno de Cristina Fernández. Menos decidido en otros rubros en ir a fondo para consagrar un modelo de cambio que nos saque la estructura de sociedad dependiente, con la Ley de Medios da un paso trascendente en la vía de la liberación. De aquí en más están echadas las bases para oxigenar una atmósfera informativa hasta ahora sofocada por los grandes monopolios privados, cuya incidencia sobre la opinión suele ser igual al abrumador volumen dinerario con que cuentan para ahogar a sus rivales.

El golpe al monopolio Clarín es un mazazo que abre la posibilidad de contar con un espacio de expresión pública que nos permita comenzar a liberarnos, como sociedad, de la plancha de plomo que sofoca la libre manifestación de las ideas. Con su arte para la manipulación y el sofisma, todo el espectro de los medios que forman parte del poder más concentrado de la Argentina, ha falseado la verdad de los hechos y pretende que la “diktadura” quiere apresar a la opinión pública en la red de la prédica oficialista. Más que un “relato”, como está de moda decir ahora, esa argumentación es una fábula. Comenzando por el dato nada banal de que el el grupo Clarín posee 237 medios en vez de los 24 que le autoriza la ley votada por el Congreso. Y continuando con el hecho de que ese monopolio y los diversos integrantes que lo conforman, han estado detrás de todos los golpes y los ataques a las libertades populares que han punteado la historia de la Argentina contemporánea. Todos ellos se han señalado, en todas las ocasiones, como los resueltos defensores del establishment. Del cual por supuesto forman parte. Y parte inescindible.

La simbiosis de los dos medios más emblemáticos del país ( La Nación y Clarín) con ese corpus dominante figurado por la oligarquía agrario-ganadera, la Bolsa y los bancos, es una constante en la historia de la Argentina moderna. Desde el siglo XIX en el primer caso, y en tiempos relativamente recientes en el segundo, la conjunción cuya dirección tiene al CEO de Clarín al comando de los negocios, incrementó en forma desmedida su poder a partir de la última dictadura, cuando se apropió, por los medios coercitivos que autorizaba el terrorismo de Estado, de Papel Prensa, la principal empresa consagrada a proveer de papel a los diarios. A partir de allí la telaraña comenzó a expandirse y no sólo estranguló a los periódicos que podían competirle entregando la materia prima con que se los edita de acuerdo a una asignación preferencial y diferenciada en los precios y cupos de papel, sino que se estiró monstruosamente, absorbiendo canales de televisión y radio, con un apetito que no sólo evidenciaba la codicia y la concentración del capital, rasgos básicos del liberalismo salvaje, sino la construcción de un proyecto de poder. Este apunta a restaurar la ecuación dependiente que primara de 1976 a 2003 y a hacerla invulnerable.

Debe reconocerse que la expansión del pulpo mediático contó con la complicidad de la clase política, incluso con la del primero de los gobiernos Kirchner. La capacidad de presión del monopolio informativo sobre los aspirantes a candidatearse a la función pública era al menos igual a la aptitud que ha tenido para influir a la opinión pública con los dislates más absurdos y para intoxicarla con una visión del mundo que distorsiona la perspectiva. Para el grupo, no se trata de ver al mundo desde aquí sino de vernos a nosotros desde el mundo. Y, en consecuencia, desde la óptica “superior” y desdeñosa que las potencias tienen de nosotros. De ahí el derrotismo persistente y la continua desvalorización de las posibilidades del pueblo argentino, al que pretenden inserto en un desorden inmutable del cual sólo podremos salir si nos sometemos a un poder externo que organice nuestra anarquía. Son los mismos argumentos que utilizaron Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre cuando dieron cima a la distopía unitaria que organizó a la Argentina de espaldas a su pueblo. .

Como no podía ni puede ser de otra manera en una sociedad dependiente cuya estructura se formó en el connubio de la clase dirigente con el capitalismo foráneo, el proyecto de poder, del cual el grupo es vocero, apunta a desfavorecer a la masa de la población de la sociedad sometida y a enriquecer cada vez más a los personeros locales del imperialismo. No otra ha sido la historia argentina desde la independencia para acá. Esta composición de lugar y ese grupo de poder fueron casi imbatibles hasta años recientes. Pero a mediados de la primera década de este siglo las cosas empezaron a cambiar. El Poder Ejecutivo, en vez de plegarse sumisamente a las directivas emanadas del bloque mediático empezó a resistirlas y se animó a abrir un fuego de contrabatería, en el cual el programa 6, 7, 8 fue parte esencial. No coincidimos siempre con la línea editorial que sustenta a ese espacio, pero no hay duda de que abrió una brecha en el espurio esprit de corps en el que suele bañarse la comunidad periodística. La funcionalidad de muchos de sus integrantes para con el sistema comenzó a ser puesta de relieve y la presunta intangibilidad de muchos comunicadores quedó en tela de juicio. En realidad fue hecha trizas con el mero recurso al archivo y al prontuario de su carrera. Esto determinó una reacción revulsiva e histérica de parte de muchos de los afectados, lo que ayudó a ventilar contradicciones, parcialidades y lealtades infectas que nada tenían que ver con el pretendido ejercicio aséptico de la función informativa y editorial, a la cual los popes de las tribunas de doctrina se decían tan apegados. Al mismo tiempo, el ruido suscitado por esa guerra de susceptibilidades erizadas ayudó a montar la mentira de un país dividido en dos partes enfrentadas de manera irreconciliable.

El problema que subyace a toda esta alharaca histérica, sin embargo, es el poder. El Poder con mayúscula. El gobierno de Cristina Fernández ha llevado adelante una serie de medidas progresivas que restituyen parcialmente potestades que el Estado no debió abandonar nunca y afectan en algo las rentas exorbitantes que los amos del dinero están acostumbrados a percibir. En el caso de la ley 125 sobre retenciones a la soja, hubo ocasión de ver una virtual insurrección de los ricos –sustentados por estamentos de clase media idiotizados por sus prejuicios y por la prédica mentirosa del grupo mediático. Una modesta y razonable propuesta de redistribución de la renta provocó un alud de estupideces que se derramaron desde los medios o que fueron sugeridas de forma insidiosa por éstos. Que a Argentina la gobiernan los montoneros, que estamos en vías de convertirnos en otra Cuba u, horror, en otra Venezuela; que Néstor y Cristina Kirchner conjugan, por rara paradoja, esa cualidad de extrema izquierda con una propensión al totalitarismo nazi en el cual los muchachos de La Cámpora jugarían el rol de las Juventudes Hitlerianas, etc., etc. Ningún disparate nos fue ahorrado. Los títulos y las relaciones radiales y televisivas excitando el prejuicio antipolítico y el sentimiento de inseguridad ante el delito, conforman aun hoy la tónica sobresaliente de la propalación informativa del monopolio. Y la puesta en marcha de una ley obstruida en su cumplimiento -¡durante tres años!- por una medida cautelar interpuesta ante una Justicia que, en el caso de ciertos magistrados, parece ser tuerta antes que ciega, demuestra que la batalla está lejos de haber terminado. El gobierno está consciente de esto y las declaraciones del ministro de Justicia Julio Alak anunciando que la Ley de Medios ingresará a un estado de plena aplicación a partir de este viernes, y que una nueva extensión, por una Cámara cualquiera, de la cautelar, será considerada como un “alzamiento”, provocando de este modo un conflicto de poderes, indica que el tiempo de las contemporizaciones se ha agotado.

Así pues, si pasado mañana se verifica la oficialización y puesta en marcha de la Ley de Medios no estaremos sino al principio de un combate que será duro y difícil. Pero sólo así – Per Ardua ad Astra- conquistaremos el reino de los cielos. Es decir, el de la libertad para encontrar nuestra propia voz y construir nuestro propio destino.

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