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20
SEP
2017
Dos puntas de una dispersión.
Dos puntas de una dispersión.
No parece que la oposición al actual gobierno pueda articularse, en tiempo útil, en un frente capaz de resistir con eficacia al envite neoliberal. La culpa de este fracaso en ciernes hay que adjudicársela a la misma oposición.

No hay mucho, o nada, de qué alegrarse cuando se orienta la mirada hacia el plano de la política nacional y regional. Esto induce a cierta reticencia frente al tema. Hay tantas pálidas que añadir otra a las ya existentes daña y fatiga. Pero reconocer la realidad sin rendirse ante ella es el primer paso si se quiere modificarla.

El peronismo, que a lo largo de su historia agrupó los sectores más fuertes o al menos más numerosos de la resistencia popular a la oligarquía y el imperialismo, en este momento no parece estar en condiciones de resolver unas contradicciones internas que siempre han estado presentes en él y que, en una ocasión, durante la ya mencionada gestión Menem, lo pusieron directamente en contra de lo que habían sido sus postulados originales. La oleada latinoamericana que se sublevó contra el tsunami neoliberal cuando este agotó su fuerza y puso de manifiesto su inviabilidad, a fines del siglo pasado, volvió a reconectarlo a medias con su vieja vocación, pero este regreso se reveló estéril: a la vuelta de 12 años fue incapaz de superar sus mezquinas disputas internas y terminó regalándole el poder a la coalición Cambiemos. Por primera vez la reacción oligárquica pudo ganar el premio mayor sin necesidad de un golpe de estado, haciéndolo a través del expediente constitucional de las elecciones. Menos de dos años le bastaron para volver casi a fojas cero los avances que en materia de política social, ciencia y recuperación de empresas del estado se habían cumplido en el anterior ejercicio, y en el mismo lapso contrajo asimismo una deuda externa monumental, que nulifica el logro de Néstor Kirchner al cancelar el grueso de esta en 2005 y liberarse así del “diktat” del FMI.

Lejos de que el revés electoral del 2015 operase como catalizador de una renovación, el partido mayoritario volvió a sumirse en sus broncas de entrecasa, de las que la partición del movimiento como consecuencia de la decisión de Cristina en el sentido de negarse a participar en las PASO fue la expresión más problemática. ¿No le hubiera convenido a la ex presidenta ir por dentro y derrotar a Florencio Randazzo en vez de fabricar su propia marca? La negativa a hacerlo supuso una nueva grieta en el ya fracturado frente popular. Hasta hace unos días Cristina no disponía del sello del partido para las legislativas por la provincia de Buenos Aires, lo que le dificultaba homogeneizar un movimiento en el cual todos tiran para su lado. Ahora la conducción del PJ ha resuelto aconsejar el respaldo a la fórmula Cristina Kirchner y Jorge Taiana para la elección prevista en octubre, esbozando un acercamiento que puede significar el principio de una nueva construcción, pero que por ahora conserva las trazas de un remiendo por demás provisorio. Ya el titular de la bancada del PJ en Senadores, Miguel Picchetto, ha decretado que la ex presidente se salió del partido al apelar a la alternativa Unidad Ciudadana e ir por fuera en las primarias. La conmina, por lo tanto, a formar su propio bloque en el Senado tras las elecciones de octubre. Y en la CGT la fractura o más bien la atomización también se percibe: Juan Carlos Schmid, uno de los triunviros que comandan la central obrera, ha salido a respaldar a Florencio Randazzo, mientras que Héctor Daer apoya a Cristina Kirchner y Carlos Acuña a Sergio Massa. Por su lado Pablo Moyano, que no integra la conducción pero que tiene un peso considerable en ella tanto por ser hijo de su padre como por ejercer la dirección del poderoso sindicato de los camioneros, se manifestó a favor de votar, en las próximas legislativas en la provincia de Buenos Aires, ya sea por la ex presidenta como por el ex-intendente de Tigre. Lo cual no supone ningún aporte para nadie sino más bien una contribución a la confusión general. Y todo este desbarajuste se manifiesta en vísperas de unos comicios que, con razón o sin ella, muchos consideran como determinante para el lanzamiento, o el freno, de un plan de ajuste y de una flexibilización laboral sobre los cuales el ejecutivo nacional no hace mucho misterio.

¿Habrá ingresado el peronismo a la fase final de su decadencia? Es verdad que su ocaso fue predicho en innumerables oportunidades y en cada una de ellas el movimiento volvió a renacer de las cenizas, pero convengamos que cada vez más debilitado e incierto de rumbo. Hoy es imposible pensar el futuro sin tomar en cuenta este dato. No se trata, desde luego, de desechar lo existente que, por insuficiente que sea, representa una tradición de resistencia nacional y popular a la que no se puede erradicar sin entender de qué se ha tratado y la razón de su arraigo en las masas. El peronismo es una fuerza vital que ha promovido los hechos mayores de nuestra historia contemporánea, y desecharlo de un papirotazo equivaldría a equipararse al reaccionarismo más cegato o al ultraizquierdismo bobo. Nos guste o no, es lo que hay, y su crítica –desde dentro o desde fuera del movimiento- no puede reducirse a la tarea de atacarlo para apropiarse de su capital electoral. Pero esto no suprime la necesidad de la crítica.[i] Sólo del examen de la experiencia del movimiento nacional puede desprenderse una alternativa que lo supere y que pueda estructurar una opción política que comprenda la difícil realidad que nos rodea y el complicado futuro que nos aguarda como sociedad, en un momento de transición que abarca al mundo entero y en el cual nada puede darse por seguro.

Una visita

La visita de Benjamín Netanyahu al país es un detalle que redondea la abdicación por Argentina de cualquier política exterior inspirada en una evaluación geopolítica que no esté atada a las perspectivas de la globalización imperialista. Desde luego que los vínculos de Argentina con Israel son legítimos y están abonados por la existencia de una gran cantidad de argentinos de origen judío que están lejos de ser interpretados por el sector más conservador de su dirigencia. Pero en el actual contexto de la situación internacional y nacional, y atendiendo a la catadura del mandatario israelí, el significado de la presencia de este en Buenos Aires, en el marco de una gira latinoamericana que incluyó a Colombia y México, no deja lugar a dudas: es desagradable, poco oportuno, implica un compromiso con un conflicto que nos interesa mantener a distancia pues compromete sentimentalmente a muchos argentinos de ascendencia judía y árabe, y se plantea como un paso más en el retorno de Argentina a las relaciones carnales con Estados Unidos.

Es obvio que este regreso ha sido siempre central a la estrategia del gobierno de Mauricio Macri. En este caso, empero, hay un dato que conviene registrar y que se vincula a las proyecciones peligrosas que puede tener un eventual retorno al aventurerismo en política exterior que distinguió a los tiempos de Carlos Menem, quien cometió el error de sumar, a la genuflexión a Washington, una diligente voluntad de servicio, demostrada con el envío de una unidad naval para colaborar con las fuerzas de la OTAN en tiempos de la primera guerra del golfo. Esa diligencia para congraciarnos con la superpotencia nos costó dos atentados y la pérdida de un centenar y medio de vidas si sumamos, a las víctimas de la bomba en la embajada de Israel, las víctimas de la AMIA.

Cabe matizar esta consideración con el pensamiento de que la transformación de Argentina en” target” para el terrorismo islámico en los ’90, pudo también estar vinculada a un imponderable: la probabilidad de que se haya tratado de una vendetta personal por la traición del riojano y su “volte face” en la cuestión medio oriental, después de haber recibido, se dice, importantes sumas de parte de sus amistades sirias para sustentar su campaña electoral… Hay agachadas que no se perdonan. Esperemos que la lealtad de Macri a la constelación anglo-norteamericana, nunca desmentida, nos ahorre al menos, en esta oportunidad, un pase de factura tan doloroso. Pero sería imprudente excluirlo.

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[i] La manera en que se realice esa crítica es un dato esencial. Estamos poco acostumbrados al debate constructivo. Para muchos debatir es ganar una discusión de cualquier manera, apelando al grito o a la chicana, sin esforzarse por hacer racional y generoso ese trámite. Quiero decir con esto que no se trata de ganar o perder. Cuando se comparten ciertas  convicciones básicas, es bueno discutir de buena fe, armonizando los argumentos para sacar las conclusiones más pertinentes. No es una gimnasia a la que estemos acostumbrados, pero dominarla es esencial para forjar la propia identidad. 

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