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05
ENE
2020
Furor en la calle por el asesinato de Soleimani.
Furor en la calle por el asesinato de Soleimani.
Con la muerte del general Quasam Suleimani se pronuncia el curso de colisión que Estados Unidos busca para embestir a Irán.

El asesinato del general Quasem Soleimani, la más prominente figura militar de Irán y su mejor estratega, amén de representar un acto más de barbarie de un poder fementidamente democrático, parece ser la señal de un escalada provocadora en medio oriente, propulsada por el presidente Donald Trump siguiendo las directivas del Pentágono. ¿Por qué el presidente norteamericano, que hasta ahora había evitado meterse en una guerra abierta y de final impredecible, empieza ahora a recorrer esa vía? En efecto, hasta aquí Trump, notorio bocazas, había despotricado e insultado a medio mundo si así le placía a su capricho y si con esto conectaba con el humor de las masas norteamericanas que le daban su voto, pero en general había soslayado meterse en camisa de once varas. En un aspecto, sin embargo, había sido coherente: en su sostén a Israel y en su animosidad contra Irán, que lo llevó a desconocer el pacto nuclear que el Estados Unidos de Obama había firmado, junto a sus socios europeos, con el régimen de los ayatolas. Y sobre llovido, mojado: a partir de ese momento descargó contra Irán todo el arsenal de las sanciones económicas con las que la superpotencia agravia a quien, por una u otra razón, la estorba en su camino.

Todo esto se estaba dando en el marco de la guerra mal denominada “civil” siria, en la que Estados Unidos y sus socios inmediatos, Gran Bretaña e Israel, intentaban derrocar al presidente de ese país, Bashar Al Assad, exactamente por participar de esa renuencia a plegarse al diktat imperial. Y también para destruir la unidad nacional siria, desestructurar al país como se había hecho en Libia y preparar el escalón necesario para el posterior asalto a Irán. Después de años de un conflicto feroz, cuando el ejército sirio estaba dando señales de agotamiento ante la intervención de mercenarios extranjeros y de una fuerza jihadista (DAESH) que cometía crímenes indescriptibles bajo la sombrilla del taimado respaldo de la OTAN, la renovada potencia rusa reapareció en el terreno para echar una mano al gobierno legítimo con sede en Damasco, y tropas especiales iraníes y guerrilleros de Hezbollah complementaron a las sirias para poner en fuga a los terroristas telecomandados desde Langley y el Pentágono. Pues aunque la CIA y la secretaría de Defensa desautorizaran sus barbaridades y fingiesen intervenir contra ellas, de hecho no hacían nada efectivo para contenerlas. Fue necesaria la irrupción rusa y persa para que las tornas cambiaran en el terreno.

La Gran Estrategia Rumsfeld-Cebrowski o Estrategia del Caos, pareció haber sufrido en ese momento un frenazo. Nada más engañoso. En el corazón de esa doctrina la variación, diversidad y sucesión de acontecimientos es parte de una metodología flexible, capaz de adaptarse a escenarios cambiantes y provista además de una panoplia militar destinada justamente a servir a ese tipo de concepción. Se trata de destruir los estados siguiendo vieja máxima romana del “divide et impera”. Su propósito expreso es impedir que cualquier otra potencia –la Unión Europea, Rusia, China, India o la que sea- domine una región cuyos recursos bastarían para generar una potencia mundial capaz de medirse con Estados Unidos. Desde el forjamiento de esa doctrina los estados hechos añicos son legión: la ex Yugoslavia, la ex Unión Soviética, Libia, Irak, Afganistán, Siria. Y ahora debería tocarle el turno a Irán.

Las instancias militares con las que posible es articular esa doctrina pasan por una serie de denominaciones: “shock and awe” (shock y pavor), “full spectrum dominance” (dominio en todas las direcciones) y por último “la guerra en redes” o “la guerra centrada en redes”, una doctrina militar que apunta a convertir una ventaja informativa (facilitada en parte por las tecnologías de información y comunicación) en una ventaja competitiva mediante una sólida red de fuerzas, geográficamente dispersas, pero bien conectadas e informadas, como la describe Wikipedia. Las operaciones de este último tipo parecen ser las predominantes en estos tiempos, y han sido esenciales para la realización de los asesinatos “selectivos” (o no tanto) que han caracterizado al quehacer de las fuerzas especiales de Estados Unidos. La muerte del general Suleimani, la del jefe de las milicias shiítas de Irak y la de los oficiales que los acompañaban, más las de los dos altos jefes de la milicias eliminados del mismo modo pocas horas más tarde, dan a entender que se está frente a un crescendo de este tipo que busca una reacción de parte de Irán que permita luego el desencadenamiento de una guerra en gran escala (“all out war”) contra ese estado. Un nuevo 11/S o un nuevo Pearl Harbor, vamos.

La locura de este comportamiento se subraya con las declaraciones hipócritas de quienes propulsan la ofensiva. Trump arguye que el asesinato de Soleimani no estaba destinado a generar una guerra sino a prevenirla, por ejemplo. Y al mismo tiempo amenaza con destruir a “50 emplazamientos (incluso culturales) en Irán si este país intenta vengar la muerte de su general con un ataque a Estados Unidos”. Aún en el mundo del revés en que la lógica de la guerra total está convirtiendo al planeta, estas afirmaciones suenan como dislates. ¿Qué bicho ha picado a Trump? Buscar una distracción al tema del “impeachment” con que lo amenaza la oposición sería una tontería; en el Senado cuenta con los votos suficientes para rechazar la iniciativa demócrata. La popularidad y el rédito electoral que semejante ataque podrían proporcionarle son inexistentes, dado que la opinión que lo respalda, si bien se complace con las alocuciones chovinistas del mandatario, se interesa sobre todo en la faceta económica de su gestión, que apunta repatriar las industrias dispersadas por la globalización y a generar empleo.

La única conclusión que cabe sacar es que las fuerzas del “estado profundo” siguen ejerciendo un comando indiscutido respecto de la política exterior y del lugar de Estados Unidos en la geometría del poder mundial. La liquidación de Irán como potencia sigue estando en la agenda, y no parece que nada vaya a detenerla, como no sea la reactivación de la presencia político-militar del eje Rusia-China en la región, y el lanzamiento de iniciativas diplomáticas que envuelvan en un guante de terciopelo la promesa de un respaldo activo a Irán en caso de conflicto mayor.               

Pero las fatalidades de nuestro tiempo involucran a factores de difícil manejo. El ascenso chino y la recuperación rusa exacerban la inquietud de los planificadores de la hegemonía norteamericana. El comportamiento irracional de la economía financierizada, el ciclo de guerras convocado por la estrategia norteamericana en África y el medio oriente, y el crecimiento demográfico en las partes atrasadas del mundo, están acarreando torrentes migratorios y turbulencias que no parecen vayan a remitir, dado que se vinculan a la quintaesencia del capitalismo neoconservador, neoliberal o turbocapitalismo, o como quiera llamárselo. No hay posibilidades de que las tensiones decrezcan en este escenario. Por eso, por quincuagésima vez, es necesario decir que nuestro país no está solo, dirimiendo su propia interna, sino que forma parte de un mundo en trance cuyos peligros se multiplican para los que los ignoran.

                                                                                                                          

 

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