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04
MAY
2016

Donald Trump y la política exterior de Estados Unidos

Trump en el hotel Mayflower
Trump en el hotel Mayflower
Donald Trump y Bernie Sanders, más allá de sus diferencias, son dos outsiders del sistema. Quizá representen el comienzo de un cambio en la percepción que los norteamericanos tienen del mundo; pero, de ganar, ¿podrían afectar la política exterior de USA?

Por primera vez en muchísimos años, las primarias en Estados Unidos revisten un interés superlativo. Dos precandidatos antisistema se han colocado en posición de disputar la nominación presidencial a los obedientes seguidores del establishment. Uno de ellos, Bernie Sanders, a quien iría mi simpatía si yo fuera ciudadano de USA, no tendría grandes chances de imponerse a la ex primera dama y ex secretaria de estado Hillary Clinton y, aunque sigue siendo un rival molesto, la máquina del partido demócrata debería poder aplastarlo. Pero Donald Trump, dentro del GOP (Great Old Party, el partido republicano) que había venido quebrando la resistencia del aparato del partido al cual pertenece y al que amenazó incluso con fracturar en caso de no ganar la candidatura a la presidencia, en este momento parece haber acabado con toda la oposición posible, luego del retiro de Ted Cruz tras su derrota en las primarias de Indiana. 

Esto no significa que con la sola candidatura Trump vaya a acceder a la Casa Blanca, por supuesto: su estilo populista, su patrioterismo, su capacidad para atraer a los disconformes del estrato medio de la Norteamérica profunda; su reprobación de la oligarquía política, que calan hondo en la masa, están peligrosamente contrabalanceados por la pirotecnia retórica que despliega contra la minoría hispana, lo que compromete mucho sus chances electorales en ese y otros sectores. Pero es justo este desenfado políticamente incorrecto lo que le allega el respaldo de la mayor parte de la gente que lo apoya. Lo mismo sucede con su rechazo al control de armas y su repulsa a las medidas que el gobierno de Obama insinuó tomar en materia de salud pública y cobertura social. Por otra parte, en estos días el el virtual candidato, que siente que pisa tierra firma, ha empezado a apearse del tono incendiario que le otorgó su vertiginosa popularidad.

Trump es el prototipo de un modelo de político surgido de las filas del empresariado que ha comenzado a tener una fuerte incidencia en estos tiempos. Silvio Berlusconi fue hasta aquí su exponente más destacado. Trump hace gala de una agresividad que cae bien entre quienes creen en la mitología del “self-made-man” y en la de los ganadores y perdedores, predestinados por su carácter a destacarse o a zozobrar en la marea de la vida social. Es una creencia sincera en él, refrendada por su éxito en los negocios, y es ese auto-convencimiento lo que atrae a sus seguidores. Estos se reclutan en una vasta capa de las clases medias e incluso de la clase obrera, que se han visto muy maltratadas por la crisis económica y el desempleo, fruto, en gran medida, de una globalización que “fuga” a las grandes empresas hacia horizontes que prometen mano de obra barata y sindicalización cero. Otro factor que opera a su favor es la secuela de amargura que produjo la recesión del 2008, consecuencia de la pinchadura de la burbuja de los préstamos hipotecarios, que dejó a un tendal de resentidas víctimas en el camino. No es para menos: la manera que el ejecutivo norteamericano tuvo de combatir la crisis fue la no de combatirla en absoluto y premiar a los banqueros que la habían provocado otorgándoles una ayuda económica monumental para permitirles evadir la quiebra y mantenerlos en pie. Mientras tanto los directos perjudicados por la maniobra iban a llorarle al toro de Wall Street. Ello dejó una estela de rencor y animosidad en mucha gente, y es uno de los factores que explica el éxito de los outsiders del sistema, que ahora afloran como precandidatos en los dos partidos.

¿Y la política exterior?

La turbulencia de la política interior de Estados Unidos no ha solido afectar a las grandes líneas de su política exterior, que sigue haciendo marcar el paso al mundo. A pesar de que todas las evidencias indican lo contrario, para los demócratas en la Casa Blanca y el Departamento de Estado tanto Rusia como China representan una amenaza que es necesario contrastar, en lo posible estrangulándolas como potencias globales.

Pero Trump insinúa un cambio en este campo. Pese a su retórica acerca de “América First” (Norteamérica primero) y de sus denuncias acerca de la “debilidad” (¡!) de sus fuerzas armadas, plantea proposiciones en el campo estratégico se caracterizan por cierta racionalidad. Elogia a Vladimir Putin, quien le devuelve el cumplido, y su oferta de negociar con este desde una posición de fuerza, actitud que hace extensiva a China, contrasta bastante con el tono admonitor de Obama y con la moralina hipócrita que este derrama en torno a sus adversarios globales, a los que arrincona mientras pontifica sobre la democracia. Trump parece preferir los datos de la geopolítica cruda, sin aditamentos, y en este sentido recuerda a Richard Nixon, quien, más allá sus turbiedades personales y de las salvajadas que promovió en el tercer mundo, protagonizó un viraje capital en la política exterior de su país al acercarlo a la China de Mao. Por otra parte recordemos que los demócratas nunca han demostrado tener una mano menos pesada que sus rivales para manejar los asuntos externos, más bien al contrario: fueron ellos quienes propulsaron en primer término el salto de la república al imperio en que se han convertido los Estados Unidos.

Es obvio que Trump, quien no parece tener grandes conocimientos en asuntos de política global, cuando habla sobre esta materia en parte puede estar expresando su propia intuición, pero fundamentalmente debe estar reflejando el consejo de sus asesores. ¿Y quiénes son estos? Hasta donde se sabe, el Center of National Interest, que fue el anfitrión del acto en el hotel Mayflower de Nueva York, durante el cual Trump expuso las grandes líneas de la que sería su política exterior. Es un think tank conservador, conducido por intelectuales en su mayor parte republicanos, incluido Henry Kissinger, pero que no forma parte de lo que se conoce como la élite actual de la política exterior norteamericana, los neoconservadores o “halcones” que han dominado el escenario desde la presidencia de George W. Bush y que son responsables de la escalada en Afganistán, en Irak, en Libia, Siria y Ucrania, y agitan las aguas en estos momentos en Latinoamérica. [i]

El vuelo del Halcón Negro

Los “halcones” o neoconservadores, que tienen en Hillary Clinton a una dócil representante, apenas disimulan la enloquecida arrogancia, la desmesura, la “hubris” que los posee. El blindaje mediático los protege. Su objetivo es alcanzar la hegemonía global y para ello parecen estar dispuestos a arriesgarlo todo. El hostigamiento contra Rusia lo prueba. Para desestabilizarla han impulsado, a través de los megabancos neoyorkinos y Arabia Saudita una caída en el precio del petróleo (de U$S 100 a U$S 30). Esto presiona las finanzas rusas, que dependen en gran medida de la exportación de ese insumo, y empuja el rublo a la baja. En respuesta a las necesidades del presupuesto ruso, Washington y la oligarquía financiera que le es funcional dentro de la misma Rusia, exigen a Putin que privatice importantes sectores económicos. Es una receta para nosotros archiconocida, que culminó en los ’90 y que hoy está volviendo por sus fueros en nuestro país. Pero Rusia tiene, sospecho, reservas de energía nacional mucho más consistentes que las nuestras.

No contenta con el trabajo sucio que escarba en las entrañas de esa potencia, la OTAN liderada por Estados Unidos sigue incrementando las presiones sobre su frontera. Según una información del 23 de abril del “Deustche Wirtshafts Nachrichten”, reproducida en inglés por la “Strategic Culture Foundation”, Barack Obama está solicitando un activo despliegue de la Bundeswehr (las fuerzas armadas de Alemania) en las fronteras del este de Polonia y en las Repúblicas Bálticas, a fin de cuadruplicar el todavía reducido número de efectivos norteamericanos allí asentados, y a modo de preludio de la instalación allí de una fuerza multinacional formada por efectivos de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos para repeler una eventual amenaza rusa sobre Ucrania… Esta presunta amenaza constituye el carozo de la campaña de prensa con la que los medios occidentales ocultan, nublan y disimulan la realidad. Esta verdad no es otra que la única amenaza es la que proviene de occidente, cuyo programado despliegue de misiles ABM –organizado se dice para proteger a Europa de una supuesta amenaza nuclear iraní- sigue su curso a pesar de que esa eventualidad ha quedado cancelada con el reciente acuerdo entre Washington y Teherán…

Esto es obvio y transparente para quien se decida a pensar por su cuenta y a no ser pensado por los grandes medios. Todo el despliegue misilístico de la OTAN en las fronteras rusas no es sino una forma de facilitar un ataque relámpago nuclear contra Rusia, al impedir o limitar, con esa interceptación a corta distancia, una retaliación rusa eficaz contra la agresión de la que sería víctima.

Es un escenario de pesadilla el que planteamos aquí, pero no hay otra explicación posible a la sucesión escalonada de acontecimientos que se vienen desarrollando desde la expansión de la organización militar atlántica a los países del ex pacto de Varsovia, culminada con el golpe del invierno de 2014 contra el gobierno –corrupto pero legítimamente instalado en el poder- de Viktor Yanukovich.

El panorama general de la política neoconservadora respecto a Rusia (que en la medida en que es la primera potencia militar del bloque euroasiático es también el primer objetivo a abatir) se compone no sólo de estos lineamientos generales sino de una cantidad de iniciativas e intrigas grandes y pequeñas en las que participan numerosos personajes, organizaciones de inteligencia y regímenes. Por ejemplo, la colaboración entre Turquía y el gobierno de Kiev para alentar las reivindicaciones de la minoría tártara en Crimea o, aprovechando la seudo tregua en la guerra civil siria, un aporte de armamento ultramoderno a las organizaciones de la resistencia “moderada” siria contra Bashar al Assad, que no tardarán en hacerlo llegar, en parte, a las formaciones terroristas de Al Nusra y el ISIS.[ii]

No es este, evidentemente, un panorama alentador para las expectativas de paz en el mundo. Es dudoso que Sanders o Trump puedan revertir el poder de la oligarquía económica y política, incluso si llegasen al poder, aunque, como señala Paul Craig Roberts, en ese caso quizá podrían “controlar un poco el flujo de mentiras oficiales que los “presstitutes” convierten en verdades reveladas a través de su constante repetición”.[iii] El hecho de que figuras como estas hayan llegado a perforar la red de protección del sistema está indicando que los ciudadanos estadounidenses están perdiendo la confianza en los dos partidos políticos que se turnan en el gobierno sólo para seguir haciendo más o menos lo mismo.

Es obvio que esto no basta, pero es un principio y, ante las perspectivas caóticas que abre la prosecución de las actuales políticas del establishment, no está mal que se empiece a llamar a las cosas por su nombre. Una bocanada de sinceridad aliviaría la sofocante farsa que es la política global y quizá diera pie a una evolución más positiva en el futuro. Se verá.

 

 

[i] Ricardo Galarza, en “El Observador”, de Montevideo.

 

[ii] “Strategic Culture Foundation”.

 

[iii] “Foreign Policy Journal on line”. Craig Roberts fue subsecretario del Tesoro durante la gestión de Ronald Reagan y es hoy uno de los críticos más duros del establishment que rige a Estados Unidos desde la sombra. 

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