A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

04
OCT
2014
Hindenburg y Ludendorff.
Cerramos aquí el relato de la primera catástrofe que devastó al siglo XX y abrió el paso a una era cambios que continúa expandiéndose en progresión geométrica.

Gran Bretaña

Crowe, Eyre (1865-1925). Diplomático británico. Miembro de planta del Foreign Office, el ministerio de relaciones exteriores inglés. Entre 1920 y 1925, el año de su muerte, subsecretario permanente del Foreign Office. Autor, en 1907, de un memorándum –no solicitado por sus superiores- acerca de las relaciones entre Gran Bretaña, Francia y Alemania, de gran importancia en la orientación de la política exterior británica, en el que se puntualizaba el carácter inevitable del enfrentamiento con Alemania. Su definición del peligro alemán se fundó tanto en datos objetivos provenientes de la actualidad como en una mirada histórica que definía a la potencia germánica como la sucesora de los contrincantes de Inglaterra a lo largo de la edad moderna: la España de Felipe II, y la Francia de Luis XIV y Napoleón. Se contó entre los que hoy serían definidos como los “halcones” del servicio exterior: sus intransigentes consejos tuvieron mucho que ver con la psicosis de cerco que se desarrolló en Alemania y se fundaron siempre en un realismo basado en un profundo escepticismo acerca de la posibilidad de establecer un orden internacional durable que no estuviera sostenido por una apropiada administración de la fuerza. Dentro de ese marco desplegó un talento que le fue reconocido por sus colegas y que ha sido puesto de relieve por Henry Kissinger, el geoestratega de mayor gravitación en el diseño de la política exterior estadounidense durante la guerra fría. Es interesante establecer esta relación porque Crowe era hijo de un cónsul británico en Alemania, nació allí, su madre era alemana y se casó con una prima también alemana, emparentada con el que sería el jefe del estado mayor de la marina de su país durante la guerra. Crowe recién a los 17 años llegó a Inglaterra y cuando se presentó a las oposiciones para el ministerio de relaciones exteriores todavía no era del todo fluente en inglés: se dice que incluso más tarde, cuando se enojaba, hablaba con acento alemán. En Kissinger, un judío alemán que salió de Alemania para escapar del nazismo, se da este mismo rasgo y su voz gutural acentúa el fenómeno, mientras que en sus premisas operativas se funda en un talante no menos pragmático y escéptico que el de su admirado predecesor. Y en ambos casos la lealtad a los países a los que decidieron servir no puede ser puesta en duda.

Churchill, Winston Spencer (1874-1966). Aunque su fama deviene sobre todo del papel que jugó en la segunda guerra mundial, Winston Churchill fue una figura destacada en el escenario político británico desde principios del siglo XX y tuvo una participación muy significativa en la guerra del 14. Fue primer lord del Almirantazgo y ministro de municiones después, tras un breve interludio como comandante de un batallón en el frente. Político, estadista, militar, brillante escritor y periodista, y pintor aficionado (como Adolfo Hitler era un arquitecto y dibujante frustrado), era dueño de una personalidad que en cierto modo rebasaba los esquemas convencionales del medio aristocrático del cual provenía. Aunque durante toda su vida fue un imperialista impenitente y, cuando le tocó desempeñar un rol de primer orden, un despiadado propulsor de estrategias implacables (el gaseo de los rebeldes iraquíes en los años 20, o el bombardeo terrorista de la población civil en la Alemania nazi que fue en gran parte su responsabilidad), no se le puede negar envergadura, coherencia, imaginación y habilidad en el manejo de los asuntos que pasaban por sus manos. Era pródigo en visiones de gran alcance, en ocasiones teóricamente impecables, como su comprensión de la matanza inútil en el frente francés y la necesidad de procurar una estrategia y una táctica alternativas a través de la introducción de los tanques; pero solía olvidar que las mejores soluciones abstractas de un problema deben contar siempre con los instrumentos concretos para ponerlas en práctica. Su idea de romper el impasse en el frente occidental y acudir en ayuda de Rusia tomando los Dardanelos era inatacable en los papeles, pero en los hechos tropezó con dificultades geográficas y militares que podían haberse previsto. Lo mismo ocurrió con su determinación de derrotar a Alemania durante la segunda guerra mundial atacando por lo que él llamaba “el vientre blando de Europa”. La campaña de Italia fue su resultado, y acabó siendo un negocio frustrante y demasiado caro, asimilable a una victoria defensiva del bando opuesto. Aunque en este caso hay que tomar en cuenta un factor político: esa operación servía también como una distracción que permitía ganar tiempo y postergar la apertura del segundo frente en Francia, dejando a los soviéticos la tarea de romperle el espinazo a la Wehrmacht y poniéndola en una irremediable inferioridad de condiciones para hacer frente a los aliados occidentales.

Como estadista hay opiniones discordantes sobre su carrera. Era hijo de un aristócrata inglés, hermano menor del séptimo duque de Marlborough, y de una bellísima y riquísima heredera norteamericana, Jenny Jerome. Su visión de un mundo controlado por “los pueblos de habla inglesa” pudo haber estado influida por esa proveniencia. Pero su percepción de que el rol británico en el mundo sólo podía conservarse a través de la alianza con Estados Unidos, precipitó la inevitable decadencia del imperio al que se sentía tan ligado y al que no entendía renunciar. Vista bajo esta luz, su batalla contra el “apaciguamiento” propulsado por el ala derecha del partido conservador frente a Hitler, que tendía a llegar a un arreglo con el dictador alemán, puede juzgarse como una clásica –y afortunada- ironía de la historia.

Grey, Edward (1862-1933). Ministro inglés de relaciones exteriores entre 1905 y 1916. Figura emblemática del diplomático inglés de gran estilo. Estuvo entre los primeros en detectar “la amenaza alemana” y jugó un importante papel en la integración de Rusia a la política europea, como miembro de una Entente franco-rusa que tenía a Gran Bretaña como socio en la sombra. Sus intentos para mediar en la crisis de julio de 1914 fueron insuficientes y no ha faltado quien le atribuyese una deliberada ambigüedad en sus comunicaciones a Alemania, haciendo de modo que cuando la posición británica se hizo inequívoca, el estado mayor germano ya no estaba en condiciones de frenar el asalto que estaba a punto de desplomarse sobre Bélgica. A él se debe una la frase que se convertiría en la expresiva condensación de un traspaso histórico. Parado frente a un ventanal del Foreign Office cuando caía la tarde del 3 de agosto, el ultimátum británico contra Alemania expiraba a las once de la noche y las luces se iban encendiendo en Londres, Grey dijo: “Las lámparas se están apagando en toda Europa. No volveremos a verlas encenderse otra vez en nuestro tiempo”.

Haig, Douglas (1861-1928). Militar escocés, jefe del ejército británico entre 1915 y 1918. Fue una de las figuras que mayor influencia ejercieron en el curso de las operaciones en el frente occidental. Aunque en tiempos recientes ha habido intentos de rehabilitar su figura y la de otros militares de alta graduación del bando aliado, aduciendo que, dadas las condiciones en que se libraba la lucha y el armamento que se manejaba, no se podía hacer otra cosa que la que se hizo, los datos que ilustraron la gestión de Haig al frente de su ejército son abrumadoramente negativos y expresan como pocos el carácter deletéreo que puede tener en una guerra un pensamiento rígido e incapaz de aferrar los hechos que se desprenden de la realidad. Fue un impulsor de la guerra de desgaste o de usura, que cifraba el éxito en el cálculo matemático de los efectivos a disposición de uno u otro bando. Valido de la superioridad numérica de que disponían los aliados, Haig, tras ver decepcionadas sus expectativas de romper el frente alemán en 1915 y 1916, a un costo espantoso, puso sus esperanzas en un tipo de procedimiento en cuya concepción no estaba solo, pues los generales franceses Philippe Joffre y Louis Ferdinand Foch lo compartían ampliamente. “Je les grignote” (yo los mordisqueo, los voy royendo) decía Joffre para explicar la tesitura de su táctica. Se trataba de matar la mayor cantidad de alemanes posible, aun al precio de unas pérdidas similares o mayores en el propio bando, en la convicción de que a la postre quedarían más soldados propios que enemigos para determinar el resultado de las batallas de agotamiento. La dureza con que impulsó este tipo de tácticas le valió la enemistad de David Lloyd George y de otros políticos británicos. Pero el halo de popularidad con que lo había rodeado la prensa y el temor a socavar la confianza de la opinión pública en los jefes militares, determinó que tanto Haig como otros generales –tanto británicos como franceses o italianos- se mantuvieran perdurablemente en sus puestos. Como para demostrar la nulidad del adagio que dice que “el crimen no paga”, Haig fue hecho conde y premiado por su gobierno con un bono de 100.000 libras esterlinas al finalizar la guerra.

Lawrence, Thomas Edward (1888-1935). Una de las personalidades más apasionantes y enigmáticas de la Gran Guerra. Intelectual, de formación académica y arqueólogo, sus servicios como oficial de inteligencia en El Cairo terminaron llevándolo a encabezar la rebelión árabe contra los turcos, tarea en la que desplegó una enorme eficacia y que inmortalizaría en su libro “Los siete pilares de la sabiduría”, uno de los hitos de literatura inglesa del siglo XX. Se ubicaba en las antípodas de pensamiento militar convencional y tenía frente a sí una carrera potencialmente brillante tanto en la política como en las armas, pero la dejó de lado para servir como soldado raso, bajo nombres supuestos, en el cuerpo de tanques primero y luego en la RAF. Es probable que sus orígenes familiares –provenía de un hogar que cargaba con lo que por ese entonces era la mancha de una ilegítima unión entre sus padres- haya influido para generar en él una sensación de humillación y ajenamiento de la sociedad complicada con cierto masoquismo, que se agravaría a partir de sus experiencias en la guerra: se da por seguro que fue abusado sexualmente por un oficial enemigo al ser hecho prisionero en una ocasión en que merodeaba de incógnito detrás de las líneas turcas. Murió en 1935, poco después de terminar su servicio en la RAF, en un accidente de motocicleta.

Lloyd George, David (1863-1945). Figura dominante en el panorama político inglés entre fines del siglo XIX y bien entrado el siglo XX. Fue el primero y hasta ahora último político de origen galés en ocupar el rango de primer ministro. Aunque no provenía de un sector social deprimido sino de un estamento de la clase media corriente, se señaló en los años iniciales de su carrera como un defensor de los derechos de la gente común frente al esplendor suntuario de la aristocracia británica y varias de sus medidas estuvieron en la base de los primeros escarceos prácticos del “estado de bienestar”. Afiliado al partido liberal se convirtió en su figura dominante y encontró un buen aliado en Winston Churchill, por entonces participante de esa corriente política, antes de que este volviera a las filas del conservadorismo. Fue una figura clave durante la guerra y uno de los artífices del tratado de Versalles. Después de la guerra apuntó a moderar las ansias revanchistas y garantistas del gobierno francés. Su carrera en el gabinete de guerra estuvo calificada por su habilidad como organizador –fue un magnífico ministro de municiones antes de convertirse en premier- y por su ductilidad e inteligencia en la tarea de allegar el apoyo de los sindicatos y del laborismo al esfuerzo bélico. Aunque como ministro encargado de coordinar la producción del armamento su tarea era la de una ingeniería de empresa, de hecho actuó como un ministro extraoficial de industria y de trabajo, al que se requería cada vez que había dificultades con el personal en las minas de carbón o los astilleros. Pasando por encima de las atribuciones que teóricamente competían al ministro en ese cargo, se las arreglaba para enmendar las tonterías o las locuras dogmáticas de la ortodoxia económica y para establecer una relación fluida y flexible con los sindicatos, haciendo así que la industria de guerra británica funcionara con muchos menos problemas que los que hubieran resultado de persistirse en las actitudes coercitivas y autoritarias del capitalismo a secas. En los años previos a la segunda guerra mundial abogó por el apaciguamiento con Alemania e incluso se significó por una demostrativa aproximación personal a Hitler.

Francia

Clemenceau, Georges (1841-1929). Político, periodista y publicista francés, sostenedor de Emile Zola durante el affaire Dreyfus, figura de primer rango en el radicalismo republicano, defensor de los criterios de la educación laica y enemigo jurado de la Iglesia católica, y represor de los huelguistas en ocasión de los disturbios derivados del desastre minero de Courrières (que se había cobrado más de mil vidas). Fue también uno de los arquitectos de la Entente Cordiale con Gran Bretaña. En 1917, en el momento más sombrío de la guerra para los aliados, fue designado primer ministro en la esperanza de hallar una personalidad fuerte que contribuyera a dominar los acontecimientos. Su perfil de conductor enérgico contribuyó a que la prensa lo propulsara a un nivel de popularidad notable, tanto entre las tropas como entre el público en general. El alias “Tigre” que se acopló a su nombre y sus reiteradas visitas al frente beneficiaron su irradiación como personaje público. En las conversaciones de paz que llevaron al tratado de Versalles se distinguió como un inconciliable enemigo de Alemania y fue el más exigente en el planteo de las reparaciones económicas que acorralarían a ese país y que tanto contribuirían a exasperar a los alemanes y abonar el camino a la venganza nacionalsocialista.

Poincaré, Raymond (1860-1934). Presidente francés durante la guerra, y varias veces primer ministro en otras ocasiones. Político conservador, muy atraído por la política extranjera, se ubicaba aún más a la derecha que Clemenceau y era todavía más intransigente que este en torno a la forma en que había que tratar a Alemania después de su derrota. Entendía que a pesar de estar vencida, esa nación era capaz de recuperarse en pocos años y que por consiguiente había que castigarla preventivamente para al menos postergar su renacimiento como potencia. La renuencia germana a pagar las reparaciones lo llevó a decretar la ocupación del Ruhr, en enero de 1923, en directa contradicción con el parecer del gobierno inglés, que entendía no sólo que las reparaciones debían amenguarse sino que incluso podrían interrumpirse un par de años, para permitir que la economía alemana se recuperase. En esta actitud de Inglaterra no hay que discernir un arrebato de generosidad, sin embargo; terminada la guerra, en algunos círculos británicos se estimaba que el equilibrio de poderes en Europa se había modificado en exceso a favor de Francia y que en consecuencia no convenía exprimir a Alemania más allá de lo prudente. Al final la política de Poincaré se reveló contraproducente: provocó en Alemania un resentimiento perdurable y contribuyó a fomentar la inflación, pues Berlín lanzó una emisión desmedida de marcos para pagar las reparaciones. La práctica extinción de la moneda y la pérdida de los ahorros de la clase media provocaron un shock psicológico en la población; trauma que mucho tendría que ver con la irrupción del nazismo unos años después, cuando la crisis de 1929 repropuso una situación de inestabilidad económica que evocaba el caos y la angustia de principios de la década de 1920.

Joffre, Joseph (1852-1931). General y mariscal de Francia. Como jefe del ejército francés en los años anteriores a la guerra fue el primer responsable de los planes que el Estado Mayor y la escuela doctrinaria de la ofensiva a outrance. El desastre de la Batalla de las Fronteras, en agosto de 1914 le es atribuible en gran medida, pues de él dependieron las órdenes que lo pusieron en marcha y a él y a los planificadores bajo su mando se debió también la falta de un adiestramiento táctico apropiado en el período de preguerra. Sin embargo, su calma, su firmeza y su capacidad para resultar indiferente a sus propios errores contribuyeron a enmendar la situación tras la retirada y a librar la batalle del Marne, que fijó un límite al avance alemán contra París y arrebató a Alemania la ocasión de hacerse con la victoria de acuerdo a sus planes, que preveían una guerra intensa y corta. En los dos años siguientes Joffre volvería a demostrar esa calma y esa indiferencia al lanzar una ofensiva tras otra contra un frente alemán bien fortificado, al costo de unas bajas espantosas. Fue reemplazado por el general Nivelle, su antípoda como persona, un oficial brillante, bien dotado para las relaciones públicas y provisto de un gran dinamismo, quien, sin embargo, una vez encaramado al mando, no tuvo mejor idea que reeditar las ofensivas insensatas contra un frente impenetrable.

Pétain, Henri Philippe (1856-1951). General, luego mariscal, de Francia. Con Ferdinand Foch y Joseph Joffre, la figura militar de mayor influencia en el bando francés. A diferencia de sus colegas, que participaban en la creencia de la ofensiva “a outrance”, es decir, al extremo y a cualquier costo, su perspectiva del escenario de la guerra era mucho más prudente y económica. Creía que “le feu tue” (“el fuego mata”) y aconsejaba un empleo prudente de las tropas. Tras dirigir la defensa de Verdun, que le dio una estatura y un prestigio nacionales, fue llamado a reemplazar al general Nivelle al frente del ejército francés después de la desastrosa ofensiva del Chemin des Dames. Su labor como pacificador de los motines que se habían suscitado en la estela de ese desdichado episodio y como brillante táctico defensivo, potenció aún más su figura. Luego de la guerra ocupó diversos cargos militares de gran importancia, hasta su retiro en 1931. En 1940 fue designado primer ministro en reemplazo de Paul Reynaud, en el momento en que se producía la debacle del ejército francés ante la ofensiva alemana, a comienzos de la segunda guerra mundial. En tal carácter firmó la capitulación de su país y luego, tras ser elegido presidente, comandó el régimen de Vichy, que ensayó una “reforma nacional” de tinte ultramontano y reaccionario, que se ensució al consentir y facilitar la deportación de miles de franceses de origen judío. Aunque en un principio concitó un importante apoyo popular, el curso de la guerra tornó inviable la política de colaboración con Alemania y, tras la derrota de esta, el viejo mariscal fue juzgado y condenado a muerte. Su antiguo protegido Charles de Gaulle conmutó esa pena. Pétain falleció en 1951 en la isla de Yeu, donde cumplía reclusión perpetua. 

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