La “fiesta de los trabajadores” se está desprendiendo de su ropaje de celebración y volviendo obligadamente al tono polémico que la distinguía hace un siglo.
Las antítesis tajantes se han constituido en un referente de nuestra historia que impide su comprensión. Este oscurecimiento de los datos de la realidad no es inocente.
El más encumbrado sobreviviente del radicalismo histórico se ha ido. Su partida ha estado rodeada por una parafernalia mediática exaltante, de significación compleja.
Las próximas elecciones legislativas se han transformado en una especie de referéndum. Como sucede en estos casos, su resultado puede volcar en un sentido o en otro el destino del país. Y por bastantes años.
La mejor defensa es un buen ataque. Acorralado por la prensa del sistema, por la desintegración del Frente para la Victoria y por la arremetida campestre, el gobierno ha tomado una serie de iniciativas que apuntan bien.
El país está pasando por una circunstancia clave. En el remolino de la crisis mundial se han avivado viejas antinomias que siguen sin ser superadas y que requerirían de un examen inclemente para ponerlas en claro.