La política exterior y los temas de defensa han sido los datos relevantes de la semana, aunque a los problemas vinculados al último rubro apenas se los haya oído en sordina.
La disolución del frente plebeyo, iniciada en el 2011, se consumó en el ejercicio que termina. Este es el rasgo dominante y el más cargado de consecuencias del año que se cierra.
Mucho ruido y pocas nueces. La protesta inorgánica de los “indignados” argentinos –en su caso indignados no se sabe bien por qué- terminó en orden. Pero encierra incógnitas poco tranquilizadoras.
El sistema global no perdona a Argentina sus arrebatos de independencia. Pero esto no es importante, lo grave es que nuestro país no los continúa con la coherencia y persistencia que son necesarias.
El categórico triunfo de Chávez desbarató, provisoriamente, la contraofensiva sistémica que se insinúa en América latina para revertir la oleada nacional-populista que arrancó a principio de siglo. Pero su peligro subsiste.
La frivolidad y la inconsistencia de los reclamos del cacerolazo no debe disimularnos la existencia de una ancha franja de población que no sabe lo que quiere y que por lo tanto puede ser manipulada a discreción por el sistema oligárquico-imperialista.
La fractura entre el gobierno y la CGT obliga a replantear, una vez más, el problema de la necesidad de contar con un protagonista social que sea capaz de promover el progreso y el definitivo despegue de Argentina.